Gracias a su oficio en una reconocida fábrica de hielo en Bucaramanga, Jose Ignacio Durán Díaz aprendió el secreto de los helados caseros y fundó Nacho Helados.
Al sumergir el balde de acero o aluminio en una pila de agua helada y revolver constantemente durante 15 a 20 minutos, cualquier batido podía tomar la consistencia ideal para ser un postre ‘caserito’.
Así fue como en 1980, José Ignacio junto a su esposa, Arcelia García Rincón, sacó buen brazo para batir helado y se consiguió una cicla con el fin de transportar su sazón cremosa desde el barrio Álvarez hasta los sectores más retirados de Girón.
Los parques, colegios y algunas esquinas del área metropolitana eran los lugares donde don Nacho, como ya era conocido por su clientela fiel, daba a probar la combinación de cinco sabores que él mismo preparaba. Durante más de diez años, todo aquel que tuviera un peso a la mano, podía refrescar su día con los helados del reconocido heladero oriundo de Matanza, Santander.
De las calles a la casa
Con casi veinte años de trayectoria y seis hijos que sacaron adelante gracias al negocio, el siguiente paso para la pareja fabricante de helados era tener su primer punto de venta y distribución.
Así fue como la familia Durán García se mudó al barrio San Rafael de Piedecuesta y en un pequeño garaje comenzaron a recibir a los niños del sector. Sin embargo, aquella primera prueba duró poco y fue en La Tachuela donde realmente el negocio se adaptó al barrio.
Eso sí, don Nacho seguía saliendo en su bicicleta hasta Barrancabermeja y dicho hábito no lo iba a soltar.
El miembro que hacía falta
De 1998 hasta el 2018, los helados de ‘Nachito’ fueron un asunto sólo de la pareja. El propio fundador comentaba que: “ningún chino se quiere quedar con el negocio”. Aún así se la jugó por arrendar su primer local en el Palermo de Piedecuesta.
Mientras se daba este paso en tierras colombianas, en la capital de Perú se fraguaba una amistad entre Juan Lescano, el vecino de donde se hospedaban las hijas de la pareja heladera y Giovana, la quinta de sus seis hijos.
Fueron meses de cordialidad y mensajes, hasta que Juan aceptó la invitación de Giovana para conocer el país cafetero con la promesa de vivir un diciembre lleno de buena música.
El 20 de diciembre de 2018 se encontraron en Bogotá y después emprendieron camino al municipio garrotero.
La cita para volver a Lima era el 8 de enero, pero la suerte le sonrió a Lescano y el vuelo se canceló. Por lo que tenía dos opciones: reprogramar su partida o recibir el reembolso del dinero y quedarse hasta que los papeles le permitieran.
El ‘pequeño Perú’ de Piedecuesta
Los 90 días de estancia fueron pocos porque el nuevo miembro peruano de la familia Durán quedó fascinado con el potencial que tenía el negocio familiar.
Con una pandemia de por medio, Juan Manuel y Giovana se la jugaron toda por el negocio, sin importar las deudas de los servicios y los meses de arriendo por pagar.
Lescano no había dirigido un negocio nunca debido a que su oficio como químico puro lo mantenía en laboratorios y oficinas. Mientras que Giovana había visto a ‘ojímetro’ las recetas de su padre, pero no había una fórmula para que siempre quedaran igual.
A base de pruebas, disciplina y creatividad, en el negocio ubicado por toda la carrera 4, vio nacer sabores de autor que ellos mismos habían creado. Esta vez, conservaron el espíritu casero pero aplicando técnicas, medidas y el uso de máquinas que hacían más fácil la preparación del postre frío.
El trabajo de más de 40 años y algunos amores, sigue enamorando a los piedecuestanos quienes por 4.500 pesos pueden degustar un ‘cubito caserito’ procedente de Perú.