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Quibdó padece una guerra urbana que ya ha matado a 70 personas en 4 meses

Los barrios del Norte de Quibdó están divididos por grupos armados. El Clan del Golfo, Los Mexicanos y Los Palmeños se disputan los territorios.

En el barrio El Reposo, de Quibdó, las esquinas de los cuadrantes tienen dueño. Este sector es la salida para el norte de la capital del Chocó y colinda con las riberas del Atrato, por donde se mueven rutas del tráfico de sustancias ilícitas y mercancías ilegales hasta la salida al mar y Panamá.

En esa zona de calles en tierra, casas de madera y vías sin señalización planeamos detenernos por 5 minutos, pero la parada duró menos de 2. Entre las fachadas marcadas con las siglas AUC (Clan del Golfo), ELN y USA (Los locos Yann) dos motos conducidas por sujetos de gorra se acercaron hasta el taxi que llevaba al equipo periodísitico de El Colombiano, quienes visitaron el municipio. No mediaron palabra, pero el guía entendió la señal: “Vámonos”.

El guía es un hombre afro, corpulento y de sonrisa blanca que se ofreció a llevarnos por las zonas donde una decena de pequeñas bandas delincuencia urbanas, otras más robustas como Los Mexicanos y Los Palmeños –además de grupos transnacionales como el Clan del Golfo y tentáculos del ELN–, conforman un coctel delincuencial que deriva en la disputa del poder territorial para extorsionar y expender drogas.

Tal ha sido el riesgo de esas comunidades que el país entero ha puesto su lupa sobre lo que ocurre en la capital chocoana y este diario viajó para detallarlo de cerca.

Después de pasar dos horas bajo los 32 grados de temperatura –y a veces más– que se sienten en esa zona del Pacífico, el guía, que ha vivido siempre en Chocó, entró en confianza y comenzó su relato bajo la condición de no ser identificado.

A los jóvenes de su barrio, desde los 12 años o antes, los grupos armados les ofrecen droga y pequeñas sumas de dinero (unos $10.000) por hacer diligencias como llevar un sufragio extorsivo a un negocio, campanear una cuadra o cargar un arma.

El pago es la bareta o unos billetes que no se convierten en un fajo, pero sí hacen bulto en el bolsillo en una zona donde los niveles de pobreza están por encima del promedio nacional.

Según el índice de pobreza multidimensional del Dane, con corte a septiembre de 2021, Chocó tiene 49 puntos, 30,9 más que el promedio nacional que se ubicó en 18,1%.

Los pelados –afro, desplazados por la violencia y cuyos cuidadores se ausentan de casa hasta por dos semanas para trabajar en minería– entran en un juego del que es difícil escapar. A ellos les enseñan a accionar un arma y, si quieren salirse del grupo, los amenazan con matarlos.

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A los que se enfilan en el Clan del Golfo les pueden pagar entre $800.000 y un millón mensual. Los sueldos más elevados son para los que pasaron por servicio militar y ya están formados en armas. Las cuentas para los que están en otros grupos urbanos son diferentes y operan bajo comisiones por servicios. Si cobran una extorsión de unos 4 millones, pueden quedarse con $150.000. Invitan a sus amigos, ellos también prueban la bareta o la coca y esas mismas drogas se convierten en otro incentivo para quedarse. Para el que dispara, sí hay vicio; al que no apunta, le apuntan.

La más desempleada del país

En Quibdó, la capital colombiana con la mayor tasa de desempleo (23,1%), en 2022 han asesinado a entre 70 u 80 personas según la fuente a la que se le pregunte. Ese balance ya va por la mitad de los 138 homicidios que documentó la Policía en todo 2021 y parece competir con los 152 de 2020.

Las autoridades dicen que son 67 los que se han reportado en los cuatro meses que van del año, lo que se traduce en un promedio de cinco casos cada semana, la mayoría en la zona norte. Precisamente, donde están los barrios El Reposo, Los Álamos y El Futuro, algunos de los más convulsos.

Amenazados y con miedo

Cae el sol al costado oeste del río Atrato y los quibdoseños comienzan a encerrarse. La luz naranja y amarillo se oculta detrás de la vegetación que se aprecia desde el malecón del afluente, que lleva al centro del comercio del municipio. A las 5 de la tarde las puertas de las tiendas se bajan y unos más osados se quedan hasta las 6 para luego partir a casa. Llega la noche, casi todos los negocios están cerrados, los buses no transitan, la calle no tiene motos y los bombillos se apagan.

La historia del por qué un pueblo con raíces costeñas, vínculos paisas e idiosincrasia del Pacífico se acuesta con el arcoiris es un relato de miedos. “Me amenazaron, pero sigo trabajando. Esto es como El juego del calamar: uno nunca sabe cuándo le va a tocar su parte”. Quien habla es uno de los 13 líderes sociales con los que conversó este diario durante sus recorridos por Quibdó. Él –como los otros gestores barriales– dio la entrevista bajo anonimato porque teme que lo maten.

Esos sujetos están uniformados, pero no son policías y algunos visten gorra negra con una marca roja que dice AUC. Si tocan la puerta de la casa, hay que abrirles; si hay una fiesta, asisten sin ser invitados; coquetean con las mujeres y reclutan a los menores de edad, por eso decenas de ellos están en sus filas.

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