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Roncancio Alucena desató el ‘infierno’ en Lebrija

Gilberto Roncancio de 70 años estaba sumido en la depresión por una enfermedad y la soledad. Eso lo habría llevado a la obsesión, a la entrega por los afectos de Diana Lamus.

La nuera, una sobrina y dos hermanas de Gilberto Roncancio Alucena, de 70 años, parecían aferrarse a los recuerdos alegres para desdibujar, tal vez, el infierno que el extransportador de Translebrija había desatado en el sector de El Paraíso, vereda Portugal, a 20 minutos de Lebrija.


Ayer, a las 09:30 de la mañana, Roncancio Alucena atacó a tiros a Cándida Hernández, de 74 años, su compañera hacía por lo menos siete años, desde que enviudó; mató a Diana Lamus Suárez, de 23, empleada de Cándida y con quien a escondidas tendría una relación afectiva. Después, Gilberto se arrodilló y se quitó la vida.

En Roncancio había hecho crisis una mezcla de desilusiones y soledad, a pesar de sus hijos, sumadas a una enfermedad que lo obligaba a realizarse diálisis a diario.


Ya desde el domingo pasado lo escuchaban entonando y tarareando la letra premonitoria de lo que había decidido:


“El día que yo me muera, no voy a llevarme nada…
“Hay que darle, gusto al gusto, la vida pronto se acaba.
“Lo que pasó en este mundo, nomás el recuerdo queda, ya muerto voy a llevarme, nomás un puño de tierra…”.

Tenía comodidades pero vivía agobiado por su enfermedad y soledad

Gilberto Roncancio trabajó toda su vida como conductor de Translebrija.
Luego de jubilarse, vivía del dinero que recibía de arriendos de casas, allí en el Paraíso, pues era dueño de varios predios.


Era el mayor de 10 hermanos, todos oriundos de Lebrija. Tuvo cinco hijos con su esposa fallecida, Nubia. Uno con su ex pareja, Cándida Hernández.


Gilberto gozaba de comodidades, no tenía necesidades pero vivía sumido en la depresión por la enfermedad y lo atormentaba morir solo, buscaba quien viera de él, quién lo cuidara, así fuera por interés. El revólver con el que perpetró el horrendo crimen, tenía salvoconducto para el porte.

Gilberto Roncancio de 70 años trabajó toda su vida como conductor, ya se había jubilado./Foto: Suministrada.

Lo tenía pensado

Aquellas cuatro mujeres recordaron el actuar extraño de Gilberto.


“Lo había visto todo vestido de blanco, le dije: ¡huy, cómo está de rejuvenecido….
“Estaba de pie al lado del portón de la casa. Le pidió a un hijo que lo llevara a saludar a unos amigos músicos con quienes tocaba de vez en cuando. Estaba como despidiéndose”.


La primera esposa de Gilberto, Nubia, había muerto de un infarto después de un matrimonio en el que -decían sus familiares- sufriera muchas desilusiones incluso que Cándida tuviera un hijo con Roncancio.


Muerta Nubia, Gilberto se unió con Cándida y en la casa de esta última ‘le echó el ojo’ a Diana, la empleada.
“Él decía que sentía mariposas en el estómago por esa muchachita, pero sabía que esa relación tenía más interés que amor…”.


Incluso, varias veces lo oyeron pedirles a sus sobrinas que le ayudaran con una peladita, porque ahora quería una mujer joven. Eso lo habría llevado a la obsesión, a la entrega por los afectos de Diana Lamus.

Se escuchó el tiroteo


Aunque todos sus allegados sabían que poco tomaba, este lunes fue diferente. Había pasado una noche de licor y el amanecer lo empujó a la locura. La primera víctima habría sido Diana.


“Gilberto salió como loco a buscar a Cándida, pero en la casa se encontró primero con Diana y le disparó en el estómago. Ella murió ahí.

Cerca de ocho horas tardó la Sijin en llegar a la zona para hacer el levantamiento./ Foto: Jaime Moreno

“Después buscó a Cándida y también le disparó tres veces. Finalmente, Gilberto salió, se arrodilló al lado del cuerpo de Diana y se disparó a la cabeza.

“Cuando sacaron a Cándida, ella alcanzó a decirle a la nuera: ¡Cuídeme la casa! Dicen que aún está viva en el hospital. Con ella, Gilberto tiene un hijo, hoy de 37 años”.


Uno de los vecinos, un maestro de obra que alcanzó a meterse por una de las ventanas cuando escuchó los tiros, le pidió a Gilberto que no cometiera una locura.


“…Pero él se volteó y le dijo que se saliera o también le daba..”. Aquellas chispitas que Gilberto decía que sentía, convirtieron el amor en odio, en tragedia…

Ocho horas transcurrieron desde que sonaron los tiros y se esparció por el caserío el rumor, el dolor.
Atónitos, los vecinos quienes se habían refugiado debajo de camas y mesas, por temor a que los alcanzara una bala, salieron a ver la tétrica escena.

La zozobra fue ‘eterna’

La Policía llegó al lugar de la tragedia hacia las 10:00 a.m.. Entre lágrimas y el suplicio de los familiares de Gilberto y Cándida, vecinos murmuraban y cruzaban versiones de lo sucedido. Hasta las 2:00 de la tarde agentes de la Sijin subieron los más de 50 escalones para llegar a la casa.


A esa hora llegó el hermano de la joven asesinada. Por teléfono tuvo que darle aviso a su progenitora.
Ahí se supo que la acribilló a pocos días de cumplir sus 24 años. Diana era de Rionegro, Santander, y hacía 12 meses trabajaba y vivía en la casa de Cándida Hernández. Sus familiares alegaban que no tenían dinero para los gastos fúnebres.

De lejos, por una ventana de la sala de la casa de Cándida, se veía un retrato de ella y Gilberto. Justo ahí abajo, en el suelo, Roncancio quedó muy ‘cerca’ de eso que añoraba en vida: estar al lado de Diana. Ya para qué…

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