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Conozca los detalles del crimen ocurrido en el barrio Alarcón de Bucaramanga

El hombre quedó herido de gravedad y fue trasladado al Hospital de Santander.
Dentro del carro, recibió tres balazos.

De seguro el sicario que atacó a tiros a José David Castillo Suárez lo seguía, porque de otra manera cómo se explica que lo hubiera ubicado tan fácil.
Castillo Suárez, de 29 años, estacionó un modesto Renault Logan de placas CDL-716 de Bogotá, hacia las 3:30 de la tarde gris del viernes, en una de las tantas bahías de la llamada calle de los lujos -aunque en realidad es la carrera 19 entre calles 20 y 21- en la frontera donde se fusionan los barrios Alarcón y San Francisco de Bucaramanga.
Sigiloso, el asesino a quien un segundo gatillero traía de pato en una moto Pulsar cuyas características permanecieron extraviadas en la memoria de decenas de testigos asustados, iba decidido y como tal actuó.
El criminal esperó a que tanto Castillo como el empleado que salió a ofrecerle sus servicios, se distrajera en la diligencia que llevó a José David al concurrido sector donde ‘engallan’ vehículos.
El mecánico a quien le acababa de pedir que le reparara las luces delanteras, abrió el capó para concentrarse en lo suyo.
Ese ‘escudo’ que alzó le sirvió al homicida para que el trabajador del almacén “Autopines y Chavetas” no viera el ataque inminente, certero.
“¡Huy, sonaron como tres totazos… el man clavó de una la cabeza en el marco de la ventana” relataban en aquel hervidero, después de quedar más que alertas con el tiroteo.
Los vidrios de la ventana delantera izquierda del automóvil donde iba Castillo, se desmoronaron como cubetas de hielo en tierra caliente, mientras él clavaba la testa en el borde de la puerta.
Aquel bandido con la adrenalina al máximo, sabedor de que estaba en una cuadra que bulle por la clientela, emprendió carrera hacia el lugar donde el cómplice lo esperaba.

Tienen hasta la placa
Después, tomando tinto de carrito, calmados, muchos recordaron en el convulsionado sector que la máquina de los autores del atentado era de color rojo e incluso alguien dijo la matrícula exacta.
Atrás, José quedaba casi con el tiquete irreversible de la muerte, con tres impactos letales: uno en el hombro derecho, otro en el izquierdo y uno más en la región temporal, en el cráneo. Aunque al cierre de esta edición las autoridades aseguraban que vivía.
Poco o nada temió el encomendero de la muerte para hacer su ‘trabajo’ en esa cuadra donde por lo menos había una decena de almacenes abiertos.
“El man corrió, el otro lo esperaba en la 20 y se fueron en contravía…”.
Después, cuando ya algunos de los embellecedores de autos se convirtieron en paramédicos de ocasión, habrían llegado algunas personas -supuestos familiares de Castillo- para recoger documentos del vehículo que permaneció estacionado en diagonal tal, como José lo dejó.
Cintas amarillas acordonaron la cuadra, mientras los investigadores judiciales del CTI de la Fiscalía que arribaron, emprendían una veloz carrera contra las enormes gotas de lluvia que comenzaban a advertir que si no se daban prisa, muchas evidencias serían lavadas por el firmamento oscuro que se desgajaba.
Hacía 5 horas y media que en el Parque Santander se había ‘cantado victoria’ del tiempo que llevaba la región lejos de los actos criminales.

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