Los trastornos de ansiedad aumentaron porque ahora vivimos con la muerte al lado; esa representación de la calavera en la que preferimos no pensar aunque sabemos que es la única realidad que tenemos, se volvió cotidiana con la pandemia. Ya es inevitable tenerla en la mente. ¿Cuándo voy a estar en esa lista? es la pregunta más frecuente entre aquellos que buscan saber en las noticias quién se ‘fue’, porque es a la muerte a lo que más tememos.
Han pasado más de 18 meses con la sensación de una guerra contra un enemigo invisible (el virus). Todos los días se está a la expectativa de la lista de ‘bajas’. Se han ido amigos, familiares…
Pero esa no es la razón de tanta violencia en las calles, de que algunos ciudadanos hayan decidido hacer justicia con mano propia aplicando lo que han denominado de manera folclórica ‘paloterapia’: golpear sin cuartel a quien sorprendan delinquiendo, saciando contra ellos la violencia reprimida, justificando que es mejor “darles una mano”, porque no pagan por sus delitos. Incluso, han determinado incendiarles los vehículos que utilizan para dejarlos ‘varados’.
El psiquiatra Carlos Alberto Otero Orjuela, quien durante años se desempeñó en análisis especializados en su paso por el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, asegura que a diferencia de lo que se pudiera pensar sobre el desfogue de los ciudadanos de vuelta a la ‘libertad’ después de más de un año de encierro forzoso por el Covid-19, el problema real es el sistema de justicia. “Hay una certeza entre quienes delinquen de que las sanciones no serán severas frente al crimen.
“En la naturaleza humana no ha habido grandes cambios desde hace miles de años; podemos ser amorosos o afectivos, escoger, pero quienes se deciden por el delito parecieran saber que no los castigarán. Tienen más garantías en este sistema de justicia bizarro y mal copiado del norteamericano.
“Actúan conociendo que pueden alegar que no controlan sus impulsos, aceptan que cometieron un crimen sabiendo que no tienen antecedentes, que les rebajarán la pena y que en poco tiempo estarán en las calles”.
Una cosa ha llevado a la otra. La repetición de crímenes, asonadas, castigos callejeros así como la escenificación flagrante de asaltos repetidos por las redes sociales casi de manera instantánea -afirma el psiquiatra- ha sembrado una delicada sensación de desprotección.
“Por eso la gente ha decidido armarse, atacar. La acción de una sola persona genera la solidaridad de otras que también creen que no hay justicia. Antes solo miraban estoicas lo que ocurría; ahora pasan a la acción y cuando se actúa en masa no se oyen explicaciones.
“Cuando golpean a alguien o incendian una moto, muchos se unen. Fue lo mismo que se sintió en las marchas, porque para algunos jóvenes no hay esperanzas en este país.
“No es porque hayamos pasado tanto tiempo evitando enfermarnos; el ser humano es así hace millones de años; reacciona de manera instintiva. Creamos normas para vivir, pero las quebramos de manera fácil”.
Un ejemplo claro de esas ‘hordas’ que han aplicado ‘terapia violenta’ en la historia, nos dejó profundas cicatrices el 9 de abril de 1948, cuando la turba masacró a Juan Roa Sierra de quien, dijeron, había asesinado a Jorge Eliécer Gaitán.
Sin hablar de la Crucifixión…
El sistema oral fracasó
Y si la reflexión del psiquiatra es desesperanzadora, el desaliento es peor al escuchar a un especialista del derecho penal afirmando que el sistema oral fracasó.
El reconocido abogado Miguel Ángel Pedraza reitera que el sistema de justicia en Colombia es inoperante, ineficiente.
“El delincuente sale a las calles sabiendo que hay impunidad y la gente -harta de crimen recurrente- actúa. Eso aunado a la poca o nula presencia de Policía. El sistema de justicia es un fracaso, la Fiscalía enfrenta una excesiva carga laboral, no hay investigadores suficientes. Si acaso puede ejecutar el 10 por ciento de los casos que recibe”.
La gente actúa de manera desenfrenada aumentando la tasa de criminalidad, porque al arremeter contra un delincuente también transgrede las leyes.
“Necesitamos una verdadera reforma a la justicia, porque no fuimos capaces de aplicar el sistema oral; estamos al borde del colapso”.
Ya en el 2013, el ex fiscal Alfonso Gómez Méndez, hablando de los millones de expedientes represados, había advertido que el sistema de justicia era un cadáver insepulto que nadie se atrevía a enterrar.