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La realidad de los que no piden migrar: Los niños y las niñas

De acuerdo con el Centro de Migración Mixta de la Unión Europea, el 33 % de las familias que cruzan la selva del Darién, la mayoría emigrantes venezolanos, lo hacen con menores que son expuestos a enfermedades, violencia sexual y física, y la muerte.

Por: Xiomara Montañez

El fotógrafo Federico Ríos Escobar se encontró con Luis (27 años) y su hija Melisa (4 años) en uno de los tramos del Tapón del Darién, en el segundo día de caminata rumbo a Centroamérica y, finalmente, Estados Unidos. Otro hijo pequeño de Luis, su esposa, la suegra y la tía también seguían la marcha, solo que este hombre llamó la atención de Ríos al sentarse y recostar su cabeza a un tronco, palidecido por el cansancio. Además de los víveres y la maleta que llevaba en la espalda, cargaba en brazos a la niña, pues dice que es mejor hacerlo y evitar que ella se entierre en el lodo.

La imagen para el The New York Times que ilustró un informe de la periodista norteamericana Julie Turkewitz, dejó ver imágenes desgarradoras sobre la realidad de los migrantes caminantes, como se les conoce en el territorio colombiano.

Federico Ríos cuenta que los niños y niñas, al igual que sus familias, se exponen a los peligros intrínsecos de la selva como la lluvia, el sol, la deshidratación, las crecientes súbitas en los ríos, la diarrea, la falta de alimentos y de un lugar seco y limpio para dormir, porque muchas veces pierden sus carpas. Y es tal vez esto último lo que más desestabiliza emocionalmente a menores como Melisa que siguen a sus padres sin entender lo que les pasa.

“Por su tamaño y desarrollo muscular, los niños no son capaces de andar a la velocidad que andan los adultos. Se quedan más enterrados en el lodo; hay que cargarlos y eso agota más rápidamente a sus padres y acompañantes. La forma de caminar los puede hacer más lentos para todo su grupo”, cuenta Ríos sobre lo que vio durante la reportería.

De acuerdo con el último informe del Centro de Migración Mixta (MMC), financiado por la Unión Europea y que recopila datos entre el primero de julio y el 4 de septiembre, el 33 % de las familias que se lanzan a este cruce lo hacen con niños e incluso, algunos pequeños quedan a la deriva al llegar a territorio panameño, como asegura el gobierno de ese país, ya que al menos el 1 % de los que entran quedan al cuidado de hogares de paso o de conocidos, mientras sus padres logran llegar a la frontera de Estados Unidos.

La situación hace que la población migrante venezolana acapare la atención internacional y más aún cuando esta semana el Gobierno estadounidense anunció que devolverá a México a los venezolanos que crucen la frontera sur como medida para controlar la migración.

Son el 77 % de los inmigrantes que se abren camino al norte del continente; le siguen los colombianos con un 13 % y el porcentaje restante es cubierto por panameños, peruanos, haitianos y asiáticos.

Control armado
El Tapón del Darién es también el punto de enlace de los migrantes venezolanos que provienen de Chile y Perú, a través de Bolivia. No se puede desconocer que, hasta antes de la pandemia, el flujo migratorio era hacia esos países y que, debido a las restricciones de visas y la búsqueda de recursos económicos, el movimiento al norte ha incrementado considerablemente.

Y es en estos escenarios que los niños, niñas y mujeres en condición de migrantes y refugiados se exponen al control de los grupos armados: robos, violencia física y sexual y tráfico, nada distinto a lo que sigue ocurriendo en la frontera entre Colombia y Venezuela, y Ecuador y Perú, en donde esta población es víctima de violencia, acoso sexual y extorsión por parte de los delincuentes, en pasos fronterizos irregulares, como ha sido registrado por la agencia de la ONU para los Refugiados, Acnur.

Riesgos antes de llegar al Darién
La vulnerabilidad de los niños y niñas que migran junto a sus familias no solo debe analizarse desde un lugar como el Tapón del Darién.

En el contexto de la migración internacional, como asegura Mairene Tobón, profesora de la Universidad Industrial de Santander e investigadora del Centro de Estudios en Migración de la Universidad de los Andes, “la situación migratoria de los padres, madres y cuidadores; la inseguridad alimentaria; las barreras institucionales para el acceso a derechos; las dinámicas territoriales, donde la violencia generalizada profundizan los riesgos para niños, niñas y adolescentes”.

En ese sentido, es necesario que “las autoridades garanticen el acceso a la oferta de servicios de salud, protección social y educación en todos sus niveles, independientemente de su estatus migratorio o el de sus padres, madres y cuidadores”, asegura Tobón. Asimismo, se debe fortalecer las capacidades institucionales para la comprensión del contexto migratorio, añade la investigadora.

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