De color blanco, textura suave y con un sabor fuerte, el ponche fue el postre favorito de los estudiantes que salían al medio día en búsqueda de una buena dosis de dulce.
Aunque es un platillo fácil de comer y servir, porque hasta la mano funcionaba como recipiente, lo cierto es que su preparación tiene su ciencia.
Ciencia que ha sido bien guardada por los maestros ‘poncheros’ de antaño. De hecho, Wilmer Rivera casi no logra aprender el arte de la crema a presión.
Oriundo de La Gabarra, Norte de Santander y criado por unos vecinos en Ocaña, Wilmer dejó de ver a sus padres a los 12 años. Estos tomaron cada uno su camino y en un punto medio había quedado el hijo menor.
“Afortunadamente recibí una gran ayuda de los Castilla, familiares de los vecinos que se hicieron cargo de mí. En Bucaramanga viví en El Rocío con ellos mientras encontraba trabajo a los 17 años” relata el nortesantandereano.
Cansado de ir ‘pa’ arriba y pa’ abajo’ sin trabajo, un veinteañero Wilmer fijó su atención en un señor mayor que tenía un tanque de ponche y los clientes no le faltaban tanto en los parques que frecuentaba como en la entrada de los colegios.
Así que, con la mayor humildad posible, decidió preguntarle cómo hacer la popular crema.
No se ‘ponchó’
Sin embargo, tal pregunta no fue bien recibida por el veterano vendedor de nombre Marcelino.
Con el ‘rabo entre las patas’, Rivera se propuso hacerlo por sí mismo. Sin receta, sin medidas y con los ingredientes que le decían por ahí.
Tal fue el optimismo que se consiguió un tanque de acero y algunos vasos para realizar su propio intento. Ya equipado con el resultado, el propio vendedor que le negó la receta, se le acercó y probó el platillo.
Como se esperaba, el sabor dejó mucho que desear y la manera de servirlo tampoco era la correcta. No obstante, el entusiasmo del joven fue suficiente para que Marcelino se animara a enseñarle todos los detalles. Desde los ingredientes hasta los trucos para servirlo bien.
El dulce sabor de salir adelante
A pesar de tener la lección completa, “los primeros días que trabajé no le agarraba el tiro al tanque y se me regaba la mercancía al servirlo, entonces llegaba a la casa a llorar” relata ya con alivio el vendedor de 47 años.
Sino fuera por el ánimo que le dio su esposa y ‘media naranja’, Marisol Niño, seguramente Wilmer se hubiera ‘ponchado’ en las primeras semanas de trabajo. Y menos mal continuó saliendo con su carrito de 40 centímetros por distintos barrios de Bucaramanga, porque gracias al producido diario logró darle comida y estudio a sus cinco hijos.
Aunque sus hijos ya son adultos independientes, el carismático vendedor continúa su rutina. La cual inicia cada lunes a las 5:00 de la tarde preparando su receta secreta y desde las 8:00 de la noche es empacada en el tanque para salir al otro día a repartirlo a su clientela.
Si hay algo que enorgullece en gran medida a Wilmer y Marisol es el sabor fresco de su producto, “las personas que han probado el ponche que hacemos apuntan mi número y me preguntan dónde voy a estar, porque el amor con el que se prepara todos los días hace que tenga un toque distinto” afirma el maestro ‘ponchero’ que cumple 26 años recorriendo las calles al son de ¡Ponche, ponche, ponche!