Gracias a la paciencia de su hermano mayor, Fernando Suárez Cáceres aprendió algunos consejos básicos sobre jardinería. El uso de las filosas herramientas las fue aprendiendo a base de prueba y error, que afortunadamente no le ha costado un dedo.
Lo que sí le costó fue haberse ido de su natal provincia Guanentina, en la que vivió junto a sus padres todas las bondades del campo colombiano hasta que decidió montarse en el bus directo a la capital.
Se ‘plantó’ en la capital
Su estancia en ‘la bonita’ se remonta hace 49 años, cuando él junto algunos de sus 5 hermanos vieron que en Onzaga las oportunidades para los jóvenes veinteañeros eran escasas.
“Yo le dije a mi papá que me iba a la ciudad, se les agradeció todo lo que hicieron por nosotros, pero allá no estaba el futuro de uno” revela Suárez Cáceres.
Cuando llegó a la ciudad, pasó por una seguidilla de oficios en los que la fuerza bruta era el factor primordial. Sin embargo, como él bien dice: “cada persona debe desarrollar su arte”.
Así fue como a finales de los 90s, él se hizo de algunas herramientas de jardinería de segunda mano, obviamente no faltaba la herencia color marrón culpa del dueño anterior, y a punta de pedaleo ofrecía poda por dinero.
Su servicio no maneja precios fijos, es a la antigua, se contacta con él, se agenda cita y al ver la complejidad del trabajo, empieza la negociación.
La mejor herramienta
Aunque sus equipos están un poco lejos de ser lo último en tecnología, el jardinero guanetino tiene un valor indispensable en cualquiera que se quiera dedicar a algo relacionado con plantas: buen genio.
Ese factor diferencial hizo que “muchos celadores de conjuntos se quedaban con mi número debido a que uno hacía con agrado cualquier trabajo que me pedían, incluso si lo que me pedían era algo erróneo, yo tenía la paciencia de explicar cómo se debían hacer los arreglos”, explica con total seguridad en su mirada, el trabajador de 62 años.
Cuando contaba con mayor vitalidad él se le medía a ir a cualquier destino del área metropolitana, ahora con cierto recelo a el comportamiento de los autos y motos en la vía, prefiere que su zona de trabajo sean alrededores de Provenza, Diamante I y II, San Luis, Cristal Alto y Bajo o diversas zonas de Floridablanca.
Su motivación no se ‘poda’
La mayor motivación para realizar su oficio es brindarle el sustento necesario a su hija Mariana de cinco años. Como padre, lamenta no tener el tiempo suficiente para compartir con su pequeña, eso sí “cada día me aseguro que nada le falte” afirma el onzagueño.
Para mantener el buen estado físico, Suárez dedica parte de su tiempo libre a sudar un ‘ratico’ en el gimnasio al aire libre del barrio en el que reside, San Martín.
Todos los días antes de las 8:00 de la mañana, ya bañado y arreglado, el profesional de la guadaña mete el cambio más suave para subir la loma del sector y dirigirse a los ‘encargos’ del día. Así es su rutina de lunes a sábado sin falta.
Son más de 20 años de experiencia en este arduo oficio y cinco décadas en las que no ha vuelto pisar el suelo de su pueblo natal. Aun así, la voluntad del único podador que se moviliza en ‘cicla’ es “trabajar hasta que el padre celestial decida que es mi hora”.
Mientras tanto, seguirá paseando con escalera, pica, pala, baldes y demás equipo por la ciudad que él mismo ha podado.