Ese día, la madrugada del pasado 5 de febrero, Sandri Paola Simanca dormía en su vivienda junto a sus cuatro hijos, sin imaginar que la humilde casa, ubicada en el barrio Bellavista de Barrancabermeja, que estaba levantada en tablas, con piso de tierra y sin la puerta trasera, se convertiría en el escenario del brutal ataque que su expareja sentimental tenía preparado para ella.
Eran aproximadamente las 2:00 a.m. El ruido de insectos, algunos ladridos y maullidos acompañaban la oscuridad y el sueño de la familia. Sandri se sentía intranquila, había algo que no la dejaba conciliar el sueño, por eso, al notar que su gato no paraba de hacer ruido, se levantó de la cama a revisar qué ocurría, sin imaginar que, justo en ese momento, ‘Josué’ el hombre con quien convivió por casi doce años y con quien tuvo tres hijos, se convertiría en su verdugo.
“Me levanté, cuando sentí fue que él me salió de repente y yo quedé sorprendida. Me dijo cállese, no haga bulla, no haga nada”, recuerda la mujer.
Ese fue el inicio del ataque. Primero insultos, y un escabroso relato de cada cosa que la mujer había hecho durante el día, “sacó el arma, y yo le hice caso. Me amordazó con una blusa mía que había en el mueble y empezó a decirme muchas cosas, nunca pensé que el llegara a esos alcances. El preparó todo, porque ese día supo todo lo que yo hice, a quien saludé, a donde fui… todo me lo dijo”.
En su mente, daba vueltas ese mal presentimiento que tuvo horas antes de ser agredida, mientras que las súplicas y las oraciones, que en silencio elevaba a Dios, se confundían con el miedo y la esperanza de, que ese amor que un día el hombre le profesó, evitara que perpetrara el ataque.
Pero no fue así, y la rabia desaforada recrudeció las agresiones de quien hasta hace meses atrás, era su compañero sentimental; y a quien ella había abandonado por malos tratos.
“Me tenía amarrada y empezó a ahorcarme. Yo me sentía horrible, cuando vi la luz al final del túnel, no sé cómo hice pero logré sacar las manos, lo golpeaba, le chuzaba los ojos pero el seguía ahí, solo tenía ganas de matarme, pude moverme y caí al piso, y alcancé a mover duro la mesa del televisor para tratar de hacer ruido”.
En ese momento, Sandri alcanzó a esquivar el ataque del hombre, se quitó el trapo que le impedía gritar y pidió auxilio. “Cuando él se da cuenta que yo pegué ese grito espantoso e intenté huir, él me ataca por la espalda y me da las puñaladas. No sentí nada, yo creí que él me estaba pegando, pero no, él lo que hizo fue atacarme con la navaja muchas veces”.
Sus hijos, sus salvadores
Las veintidós puñaladas que en ese momento recibió Sandri, la dejaron bañada en sangre. Débil, sentía que cada vez era más difícil respirar, que el aliento se le estaba yendo. Sus hijos, a quien hoy llama ‘sus salvadores’, despertaron en ese momento y se encontraron con la macabra escena.
El llanto desgarrador de los pequeños, acompañado de gritos y dolor, detuvo la ira del agresor. “Si no es por mis hijos, yo estuviera muerta. A él lo detuvo fue que ellos se despertaron y se dieron cuenta de todo, es ahí cuando se va, yo quedo tirada en el suelo y le pido a los niños que llamen a mi primo para que me ayude”.
En ese momento, ya vecinos y familiares llegaban a la casa de Sandri, quien minutos después fue trasladada hasta el Hospital, en donde permaneció por más de 15 días debatiéndose entre la vida y la muerte.
“Estuve muy mal, allá fue donde me dijeron que me había pegado 22 puñaladas; a él no lo perdono, nunca lo haría porque no entiendo cómo alguien es capaz de hacer algo así a la propia madre de sus hijos y delante de ellos, que lo perdone Dios, y que ojalá mi historia sirva para que otras mujeres no pasen por lo mismo, él me había agredido antes y yo lo perdoné y miren en qué terminó todo”.
Aunque las heridas de Sandri ya cicatrizaron, en su corazón y el de sus hijos no se borra ese aterrador momento que marcó sus vidas para siempre.
Batalla contra el miedo
Tras lograr salir con vida del Hospital, para Sandri empezó otra batalla: luchar contra el miedo que le producía saber que su agresor “estaba suelto”. Fueron siete meses de angustia, de dormir acompañada, de no salir, de dejar de tener su vida propia por el miedo que le producía que su expareja regresará a terminar lo que ya había empezado.
“Yo no tenía paz, él incluso me escribía por Facebook a amenazarme, vivía con zozobra, pensando el momento en el que él iba a aparecer y vendría amatarme”.
Esa angustia terminó el pasado 20 de septiembre cuando la Policía capturo a “Josué”, en momentos en que buscaba ocultarse de las autoridades en algunas de las localidades del departamento de Risaralda y quien meses antes había sido incluido en el cartel de los más buscado por parte de la Policía del Magdalena Medio.
“Descansé un poco, quiero que le caiga todo el peso de la ley y que la justicia haga lo suyo, que pague por lo que me hizo, que no lo dejen libre”.