Bardomar Rafael Evaristo Pereda tenía una actitud serena. Permanecía impávido a media mañana de este 9 de julio de 2024, escuchando el relato de sus fechorías, de sus crímenes.
Solo movía de manera leve la cabeza, como los tigres que adornan los torpedos de algunos taxis, dando aprobación a las palabras del Fiscal quien leía el cruel relato, desnudando con adjetivos y calificativos legales la interpretación -paso a paso- que tiene el Código de Procedimiento Penal para los dos asesinatos aleves que el cumanareño había venido a cometer en Colombia. Dos de tres.
Sosteniendo el voluminoso sumario entre sus manos, el acusador describió cómo aquel sicario -ahora asomado en una de cuatro ventanas de la pantalla de su PC, en audiencia-, conectado desde una estación de Policía al Norte de Bucaramanga, la forma en que en la puerta de su casa en el barrio La Esperanza I, acribilló a dos muchachos de 21 y 29 años: Jhon Daivys Albarracín García y Nelson Fabián Escobar Vargas.
Evaristo Pereda, nacido en Cumaná, Estado Sucre, Venezuela, está preso en una estación de Policía, porque el cálculo le falló en el tercer asesinato, el de Óscar Andrés Plata Silva, ingeniero civil de la UIS, ocurrido el pasado 22 de mayo cerca al parque Cristo Rey de Bucaramanga. Otro encargo.
Los dos primeros crímenes
Bardomar, es el penúltimo de una camada de cinco hermanos, todos nacidos en el Estado Sucre, de un hogar que como la mayoría de los venezolanos ha debido enfrentar con cara dura la crisis política y económica de su país. Sin embargo, él decidió seguir los pasos de millones de bolivarianos que salieron a buscar futuro en otras fronteras.
“Ya de manera reposada, aceptando que hizo mal, quizá buscando perdón, porque la justicia terrenal habrá de juzgarlo, pero la de Dios es otra cosa, aceptó el doble homicidio, está dispuesto a negociar un preacuerdo – dijo el Fiscal mientras iba y volvía por entre los artículos 104 y 350 que indican que la Fiscalía y el imputado podrán llegar a un preacuerdo sobre los términos de la imputación. Al otro lado la Juez Décima Penal Municipal prestaba atenta nota de los hechos, con copia de los elementos materiales de prueba al lado de su mazo.
Ese 19 de mayo, Bardomar fue recogido en el centro de Bucaramanga, en la convulsionada carrera 16, cerca del hotel donde permanecía hospedado desde hacía un mes, habiendo realizado un periplo de 23 horas, casi 1.500 kilómetros, pasando por Cúcuta donde –dijo- hizo una pausa para trabajar como latonero. Se supone que esa sería su experticia.
Pero decidió viajar hasta Bucaramanga, a donde llegó hace un mes y fue ‘contactado’, por una persona que le dijo que tenía una posibilidad en una banda, pero debía probarse para saber si era bueno en ello o no. La prueba fue el 19 de mayo. En el relato que les hizo a las autoridades, dijo que un sujeto a quien no conocía, lo contactó en el hotel donde alojaba, lo recogió poco antes del mediodía y partieron rumbo al norte de la ciudad. No sabía hacia dónde iba, solo se montó en aquella moto y el conductor lo llevó hasta la carrera 23D con calle 8N, donde otra frontera ‘-’invisible’- mantiene enconados en odio a dos bandas expendedoras de alucinógenos.
Allá en el barrio, el piloto le señaló el blanco: Jhon Daivys Albarracín García. “Me señaló a dos muchachos. Iba por uno. Le disparé al primero (dos tiros) y el otro intentó sacar algo…”. También impactó a Nelson Fabián Escobar Vargas, cuatro veces.
Eran las 12:16 minutos cuando los totazos hicieron eco en la cuadra y los vecinos salieron despavoridos. Mezclados con la turba, varias motocicletas, la última de la estampida traía a alias “Monstruo” de parrillero; acababa de consumar el doble homicidio. En ese momento, quedó identificado. Durante la tarde, permaneció resguardado en una zona boscosa del norte de la ciudad, calmándose, esperando que se bajara la intensidad operativa en búsqueda del asesino. Luego, lo regresaron a su hotel.
Tres días después, otro ‘emisario’ en moto lo recogió y se dirigieron entonces hacia el sector del barrio Comuneros. Allí, en la carrera 18 con calle 10 de Bucaramanga, desenfundó nuevamente su arma contra el ingeniero Óscar Andrés Plata Silva. El agente que tenía de escolta alcanzó a reaccionar y respondió el fuego.
El ingeniero Plata Silva murió cayó abatido en una calle, a pesar del guardaespaldas, por una circunstancia totalmente diferente a la de los dos jóvenes del norte;pero el ‘gatillero’ era el mismo-. Se sabría con certeza cuatro horas después, cuando una patrulla de búsqueda de la Policía lo sorprendió en el Hospital Local del Norte, a donde Bardomar Rafael Evaristo llegó con un impacto de bala en la región lumbar, diciendo que le habían disparado con un arma traumática. Se había cambiado incluso se ropa.
¿Se alquila para matar?
El modus operandi del confeso asesino abrió paso a las hipótesis que las autoridades debían esclarecer: ¿quién ordenó los crímenes?, ¿de qué organización hacía parte? ¿acaso se trataba de una transnacional del crimen en la capital de Santander? ¿a quién obedece aquel sujeto de la moto que le suministra el arma, lo transporta y le señala víctimas?
Oía atento el escrito de acusación en su contra. Las autoridades leían algunas de las respuestas.
“Llegué en busca de trabajo, me ofrecieron hacer parte de una banda… No me pagaron, es más no los he vuelto a ver. No recuerdo al de la moto, ni sé de dónde es”.
Pero la Fiscalía ya tenía las pruebas suficientes para imputarle cargos por tres homicidios agravados a alias “Monstruo” así como por porte ilegal de armas de fuego.
En una de las dos unidades investigativas Evaristo Pereda ya había ‘charlado’ un preacuerdo que le permitiría una pena más baja por el crimen del ingeniero.
En la otra Fiscalía apenas se iniciaba la audiencia.
Cuando se estableció que Bardomar fue el mismo que asesinó a los dos jóvenes del Norte, se escuchó que debía haber conexidad entre los dos casos.
El asesino que salió de pantalón corto, tenis blancos y camiseta azul agua marina, extraviado por las calles de La Esperanza 1, en el norte de Bucaramanga aquel 19 de mayo, fue el mismo que cayó herido de bala en una calle del barrio Comuneros, tres días después.
Al final de la mañana, la Juez Décima Penal Municipal determinó, con las acusaciones de la Fiscalía, que Bardomar Rafael Evaristo era un peligro para la sociedad, que debía permanecer en establecimiento carcelario y que ahora debía acordar los pormenores de los preacuerdos establecidos por la comisión de tres asesinatos.