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Carta al asesino de un joven en Bucaramanga

El pasado 26 de marzo un joven de 16 años recibió en la cabeza el impacto de una bala perdida. Un día después murió. Esta es la historia de una víctima de la violencia en Bucaramanga. Esta es una carta pública al homicida.

Usted es un asesino. No sé dónde se esconde desde el último mes. Si logró escapar de la ciudad o permanece oculto, bajo la rústica capa de ladrillo crudo del laberinto de calles que forman el Café Madrid, barrio ubicado al norte de Bucaramanga. Aspiro que algún día, en algún instante, pueda leer este texto. La indignación por su crimen parece un hierro ardiendo al rojo vivo, que no se enfría con el paso del tiempo. Amparado por las sombras grises de todo lo que está mal en esta sociedad, espero que algún día dé la cara.

La noche del 26 de marzo usted se subió a una motocicleta. Iba como ‘parrillero’. Faltaban muy pocos minutos para que el reloj marcara las diez de la noche de ese domingo. ¿Lo recuerda? Claro que sí. Por alguna razón siempre se dice que uno nunca se desprende de sus muertos. Ellos, fríos en una tumba, parecen adquirir el poder para amarrarse a sus verdugos. Como gruesas cadenas, pesan toda la vida.

El barrio, ese domingo, se movía al vaivén sórdido de calles sucias, de andenes con poca luz, del olor a marihuana que expelen algunas esquinas y de uno que otro ruido de un parlante con música a alto de volumen, de las voces que escapan de televisores en una comunidad que se preparaba, al menos la mayoría, a dormir.

Por estas casas también camina, con alta frecuencia, la ambigüedad de una Bucaramanga opulenta, donde seis de cada diez familias desperdician comida, mientras en estos callejones hay ranchos donde solo se ingiere alimento una o dos veces al día.

También hay gente buena en Café Madrid. No todos son como usted, señor sicario. Madres que buscan salvar a sus hijos de la droga. Incluso los llevan y recogen de la escuela, como escudos humanos ante el monstruo de mil cabezas de las pandillas. Caminan obreros, taxistas, comerciantes informales. Una Bucaramanga que no se rinde busca el cálido refugio de la cama para madrugar al siguiente lunes.

No sé qué tanto conozca su barrio, pero por años este sector recibió a personas que escaparon de la violencia, o bumangueses con graves problemas económicos, desarraigo social y dificultades para obtener un empleo formal. El rebusque es el verbo de muchos, sus vecinos, que se niegan a encontrar en el delito el único camino para sobrevivir.

Pero usted no. Usted es un asesino. Esa noche de domingo, luego de recorrer unas cuantas calles, sin el menor asomo de cordura, disparó contra dos personas. Sus enemigos. Las autoridades creen que se trató de una guerra por controlar los límites para vender la droga. Esa noche usted sabía que mataría a alguien. Lo tenía tan claro cuando verificó que su arma estaba cargada con balas.

Una de ellas impactó en la cabeza de Rubén Aparicio Medina. Tenía 16 años de edad. Estaba recostado en una tienda. Minutos atrás salía de la casa de su novia. Esperaba a su hermano mayor. Su padre, Hernando Aparicio Jaimes, le había pedido a este que pasara a recoger al más joven de la familia, precisamente para evitar los peligros de las noches en el Café Madrid.

Siempre fue así. Los padres de Rubén buscaron por todos los medios blindarlo de la violencia agria que se respira en estas calles. Fue un miedo inútil, porque usted apareció, señor sicario. Rubén, al día siguiente, tenía que madrugar para ir a la Institución Educativa Café Madrid del Minuto de Dios. Este sería su último año. En diciembre se graduaría como bachiller. Ese lunes nunca llegó a su puesto junto a la ventana del salón del grado 11-03.

Sabía usted que Rubén murió en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario de Santander, HUS, ese lunes. Usted lo mató. Este texto, le aclaro, por si tiene algún asomo de duda, no es un relato pormenorizado de cómo o por qué usted disparó esa noche. La Policía y la Fiscalía dicen que existe un video donde usted aparece y el conductor de la moto. Los detalles le quedarán a la justicia si lo capturan o si usted decide entregarse.

Por eso quiero contarle a continuación quién fue su víctima. Esa noche, mientras usted se alejaba a toda velocidad de la calle donde quedó el cuerpo de Rubén, que sangraba en abundancia por la cabeza, su hermano y un tío, como pudieron, lo llevaron al Hospital del Norte. Desde la sala de urgencias, el hermano de Rubén llama a su papá Hernando, quien vive con ellos en la finca ‘El Suspiro’. Su parcela está en jurisdicción de Girón, pero queda a unos cinco minutos en moto del Café Madrid. Allí cultivan desde hace buen tiempo cítricos, cacao y aguacate.

– ¡Papá! Me le pegaron un tiro a mi hermano…

– ¿Dónde? Solo atinó a preguntar el hombre de 55 años, mientras las puertas del infierno se le abrían sin piedad. Pegado a su teléfono celular, solo en su finca, intenta comprender por qué su hijo no llegaría esa noche a dormir.

– En la cabeza, papá…

Hernando se lanzó a la carretera. La moto la tiene su hijo, así que debe caminar tan rápido como puede los 20 minutos que lo separan a pie del Café Madrid. En cada paso le asaltaba una duda diferente, un enojo se encendía, una rabia se contenía y por instantes el anhelo de que la herida pudiera ser superficial y que Rubén, por una especie de gracia divina, muy pronto estaría de vuelta a su hogar. Caminó a paso rápido, acompañado de su deshilachada incertidumbre.

Al llegar a la calle y ver la sangre de su hijo en el piso, sus pocas esperanzas terminan horriblemente mutiladas bajo las luces de las patrullas de la Policía. Hernando luego admitiría que en ese instante estaba tan alterado, que exigió respuestas a quien no las tenía. Camino al Hospital del Norte se preguntaba si el mismísimo Dios podría salvar a su hijo. Pedía misericordia debajo de una noche, que ya se reventaba en mil pedazos.

Dicen que apretó el puño

Señor sicario. Una pregunta. ¿Qué pasó por su cabeza después de disparar a sangre fría? ¿Qué hizo el arma? Era suya o hace parte del ilegal negocio de alquiler de revólveres y pistolas a disposición del hampa de Bucaramanga, en un mercado negro que todos conocen en Bucaramanga. Esa madrugada, mientras usted seguramente trataba de pasar inadvertido de la Policía, que ya preguntaba por sus rasgos físicos, a la sala de reanimación del Hospital de Norte ingresaba Ana Milena Medina, la mamá de Rubén. Minutos atrás su hijo mayor la llamó para darle la noticia. Utilizó casi las mismas palabras que con su padre.

Ha de saber usted, señor sicario, que Ana Milena es incapaz de hablar fluido al recordar ese episodio en el Hospital del Norte. El llanto no le permite decir palabra. No lo odia por asesinar a su hijo, pero sí pide justicia. El rostro de esta mujer desde esa noche parece que contiene el hielo de todos los muertos inocentes. Es como si el frío de ese gatillo se le hubiese infiltrado en sus huesos. Le opacó la mirada, que ahora se parece a esas flores que mueren y nunca se recogen de las tumbas olvidadas.

Ana Milena como pudo llegó a la sala de reanimación del Hospital del Norte. Su hijo estaba boca arriba. Parecía dormido sobre esa camilla. Detrás de la cabeza sangraba. Los médicos a un lado hablaban, recuerda ella. “No sé qué decían. Me sacaron…”. La mujer pedía a gritos que dejaran de conversar y que le hicieran algo Rubén. Lo que fuera. Entre lamentos, pedía como solo una madre puede hacerlo, que no lo dejaran morir. Que, por favor, alguien le salvara la vida.

Pasada la medianoche, debido a la gravedad de la lesión, que comprometía de manera íntegra la masa encefálica, Rubén fue trasladado al Hospital Universitario de Santander. De urgencias fue llevado a la Unidad de Cuidados Intensivos. Luego de unas horas, tras una valoración, un médico se acercó a Ana Milena para explicarle que Rubén “no tiene reflejos”. De alguna forma intentaron decirle que tras eliminar la sedación, el joven no respondía. El diagnóstico preliminar es “muerte cerebral”, advirtió el médico.

A estas alturas, usted, señor sicario, entenderá que Ana Milena se derrumbó con la noticia. No supo ni qué preguntarle al especialista al recibir el dictamen. Luego se arrepentiría por no indagar si había alguna opción de operación, algo que tuviera la medicina que le permitiera salvarlo, que Rubén se levantara de esa camilla. Pero ella solo se lamentaba. Estaba paralizada. El mundo se le convirtió en un agujero negro del que no podía escapar.

Del bosque de monitores vitales, cables, respirador artificial, equipos con luces rojas y verdes que no paraban de sonar se levantó un grito brutal de dolor. Ana Milena empezaba discutir con ese silencio inamovible que rodea a quienes agonizan sin poder defenderse. Así pasaron muchas horas, en una velación entre la muerte y la vida.

En la tarde de ese lunes 27 de marzo, permitieron el ingreso de familiares y amigos a la UCI. Una de las personas que pudo estar junto al joven fue una su novia. Hernando recuerda que ella se acercó a Rubén para decirle algo, hasta que de pronto, como de la nada, el joven apretó la mano izquierda. La noticia de ese gesto, la esperanza que representaba ese apretón, les encendió el corazón. Floreció entre el pasillo de paredes blancas y frías, una pequeña semilla de ilusión. Incluso una trabajadora del hospital diría tiempo después que cuando vio a Rubén en la UCI “parecía tan sano y tan joven, pero lamentablemente la bala le provocó una grave herida…”.

Hernando salió del HUS en la noche de ese lunes. Recuerda que llegó a su finca “contento y positivo”, todo por ese apretón de mano. Cuando le preguntaban sobre el estado de su hijo, narraba los prodigios de ese reflejo. “Yo me dije, mi niño se va a recuperar. Yo vi cuando el apretó la mano. Mi muchacho reaccionó a algo que le dijo la novia…”.

En la noche no se permiten familiares en la UCI. Antes de las ocho de la noche la familia se despidió de Rubén. Se fueron a sus casas con la ilusión de que al día siguiente, esa bala que usted disparó, señor sicario, no hubiera sido tan grave y Rubén ya no solo apretara la mano, sino que pudiera moverse. Le rezaron a Dios. Se dijeron que la Virgen María hace milagros. Antes de dormir, cansados, rogaron por ese prodigio.

Todos no podían estar más equivocados.

Promesa de una generación

Ese martes en la mañana, un avezado reportero judicial de Bucaramanga, con el rigor del ‘cronista rojo’, como suele hacerlo todos los días, llegó al Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, ubicado en el barrio Campo Hermoso para indagar sobre el reporte de víctimas mortales de la noche anterior. El año pasado, en los cuatro municipios del área metropolitana de Bucaramanga los casos de muertes violentas alcanzaron la escalofriante cifra de 103. Lo más grave de estos asesinatos es que, en el 80 % de los casos, todo obedeció a situaciones de intolerancia.

– Tenemos el cadáver de una persona de 16 años, muerto por arma de fuego. Aseguró el encargado al reportero.

Minutos después de ese martes, en las redes sociales de Bucaramanga se daba cuenta de la muerte de Rubén, el joven estudiante que recibió una bala perdida. La ciudad ya se enteraba que usted era un asesino. Antes de las diez de la mañana llegó un mensaje de un sobrino a Arelis Medina, hermana de Ana Milena, donde daba cuenta de esa terrible noticia que para entonces toda la familia desconocía.

– Tía, ¿qué pasó con Rubén?

– En la UCI, ¿por qué? Respondió Arelis, quien estaba con Ana Milena.

– Mire, esta noticia que sale en las redes sociales. Dice que Rubén se murió.

– Papi, no sabemos nada. No entiendo por qué publican eso…

A los teléfonos de Ana Milena y Arelis, al igual que el de Hernando, comenzaron a llegar mensajes de pésame por la muerte de Rubén. Sin pensarlo, tomaron transporte para llegar al Hospital. Buscaban una explicación a tan cruel error. No era justo que se jugara con el dolor de toda una familia. La angustia los devoró cuando el portero no les permitió subir inmediatamente a la UCI. Por el contrario, los envió a la oficina de Trabajo Social del HUS. La familia pedía explicaciones. Los funcionarios del centro médico guardaban silencio. Finalmente, la Trabajadora Social del Hospital Universitario de Santander les comunicó que Rubén había muerto la noche anterior. Que intentaron, supuestamente localizar a un familiar, pero que nadie respondió. Fueron notificados que a medianoche el cuerpo de Rubén fue enviado a Medicina Legal.

La violencia de la calle, pese a todos los esfuerzos, esperó agazapada hasta por fin entrar a esta familia. Por su culpa, señor sicario, Rubén está muerto.

“Fue terrible. No le deseo a nadie que pase por eso. Íbamos a ver a Rubén y nos enteramos que estaba muerto. No pueden jugar así con el dolor de nosotros. No pueden ser más crueles. Nadie del hospital nunca nos avisó…”, dijo con rabia la madre. Hernando ya se asesoró con la Defensoría del Pueblo y tiene toda la intención de demandar al HUS.

El subgerente de servicios médicos del Hospital Universitario de Santander, el médico Carlos Ibarra, explicó que en la historia clínica se consignó que Rubén murió a las ocho y diez de la noche del lunes 27 de marzo. Su cuerpo, por orden legal debido que se trató de una muerte violenta, fue enviado a Medicina Legal para que se le practicara una autopsia. “El paciente no fue donante de órganos. El paciente falleció antes de que se completaran los exámenes de diagnóstico de muerte cerebral. La historia clínica consigna que tenía la masa encefálica completa comprometida. Desde que llegó al HUS se le suspendieron los sedantes, ya que no había evidencia de reflejos”. Rubén falleció como consecuencia de shock neurogénico que produjo herida de bala y que lo llevó a un paro cardiaco.

Una promesa de grado por Rubén

Usted debe saber, señor sicario, que hace dos semanas Ana Milena llegó al colegio de Rubén. Él no era un estudiante piloso, pero iba pasando todas las materias. Lo que sí era Rubén para sus compañeros, es que representaba su corazón colectivo. No conocían un joven más noble y colaborador. Tanto así, que apenas unas semanas que usted lo asesinara, Rubén los reunió a todos los estudiantes de último grado para hacerse una promesa. Nadie el 2023 iba a perder el año. Así las evaluaciones de materias como física y química tuvieran a casi el salón completo pensando en recuperaciones. Todos deberían graduarse y convertirse en bachilleres.

El vigilante dejó pasar a Ana Milena. Ella por unos minutos habló con algunos profesores, con amigos de su hijo y con la rectora, Aida Consuelo Ramírez Robayo. Esta docente lleva 20 años al frente de este colegio, que no sé si lo conozca, señor sicario, pero de seguro ha pasado por allí; recibe a 1.700 estudiantes desde primero hasta último grado de bachillerato.

Cuando la madre llegó al colegio recordó cuando caminaba con Rubén por estas calles. Cuando hablaban que debía ser un “buen muchacho”, especialmente luego de transitar cerca de la zona conocida como “el túnel”. En el antiguo pasillo del tren se ven a toda hora jóvenes y adultos consumiendo alucinógenos. Incluso, algunas veces vieron a antiguos amigos de Rubén de la primaria, perdidos en esa locura.

Cuando la rectora Aida Consuelo vio a Ana Milena, la abrazó, Fue uno de esos saludos sinceros. La hizo seguir a su oficina y empezaron a recordar a Rubén. La madre no paraba de llorar. La rectora intentó no hacerlo, pero cuando también compartió un recuerdo, simplemente lloró. El joven que usted mató desde hace dos años ingresó al grupo de Pastoral del colegio, llamado “Hogueras”.

A Rubén no había que decirle las cosas que se debían hacer, por el contrario, tenían que detener sus ganas de servir. Lo vieron muchas veces, no solo recogiendo mercados para las familias de los estudiantes con más necesidades, sino que se quedaba después de clases a organizar las bolsas con mercados.

Uno de los buenos amigos de Rubén es Emerson Afanador, también de 16 años, con quien compartía principalmente en la tarde partidos de fútbol en la cancha sintética de Café Madrid. Allí se reunían a jugar futbol mixto, con compañeras del colegio. Rubén y Emerson se conocieron por el fútbol. El año pasado disputaron un único partido de intercolegiados. Luego admitirían que no entrenaron mucho y que los jugadores del colegio adversario los superaban en estatura, contextura y dominio del balón. Al final se marcharon de la cancha con un deshonroso 11-3.

Rubén ocupaba la posición de delantero. Se preguntará usted, señor sicario, qué tan bien su víctima jugaba al fútbol. Para ser muy honesto, la respuesta la dio Emerson. “A veces. Lo que pasa es que corría mucho y perdía el balón. No sé cómo hacía los goles, pero los convertía…”.

Nicole Ximena Díaz, 17 años, compañera de Rubén, recuerda que su amigo siempre quería ver a todas las personas felices. Lo define “respetuoso y humilde”. Afirma con nostalgia que se siente el vacío en el colegio. Muchos lo extrañan. Nicole sabe que vivir en Café Madrid es difícil. “Uno sale a la calle y se imagina una ruta para llegar al colegio. Uno sabe qué calles no puede pasar porque hay gente mala. Uno sabe en qué calles hay hombres morbosos. Hay que tomar el mismo camino siempre, donde todo está tranquilo, evitando los vagos…”.

Rubén sumó 18 medallas por triunfos en atletismo. Ana Milena las guarda como un tesoro. Solo falta una medalla. Una que el joven regaló hace unos dos años, como lo recuerda la rectora Aida Consuelo Ramírez Robayo.

Una niña le había prometido a su mamá que le llevaría una medalla en las interclases de atletismo. En la prueba quedó de última. Desconsolada lloraba en una de las graderías. Rubén notó el llanto, recuerda la rectora. Se le acercó. Le preguntó qué le pasaba. Al final, le entregó la medalla del primer lugar que acababa de ganar, con la promesa que nadie se enterara del obsequio, y que la niña llegaría al mediodía día a su casa con el premio prometido. “De ese tamaño era el corazón de Rubén, para que lo conozcan…”.

Donde quiera que usted se encuentre, señor sicario, debe saber que mientras usted tardó un segundo en apretar el gatillo, Ana Milena y su familia se gastarán toda la vida en recuperarse del dolor que causó esa bala. No hay una sola noche en que los recuerdos se enreden como serpientes venenosas y la ahoguen. A esta hora, de seguro, sigue pastoreando con dolor los recuerdos de su gran amor, Rubén, a quien usted asesinó.

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