Por estos días, algo tienen en común las tiendas de abarrotes y las carnicerías: clientes inconformes con el precio de los víveres básicos que parecieran haberse convertido en bienes de lujo.
Ante los reproches del consumidor, el comerciante trata de explicar que a ellos también les han subido los precios, pero no valen mucho los argumentos.
El comprador mira los billetes en su mano, vuelve a preguntar a cómo queda lo que está necesitando y toma decisiones: “Hagamos una cosa —dice doña Cecilia Londoño en un local de la Plaza Minorista—, no me despache el kilo de tomates, deme una libra nada más”. Esa misma petición se replica con las papas, la cebolla, el plátano y, en general, con toda la legumbre .
“Esto nos afecta a los comerciantes porque uno necesita buen capital para comprar más surtido. Mucho de lo que se vende aquí es fiado y no siempre alcanzamos a recoger la plata para pagarle al mayorista. Entonces uno queda debiendo y ya después el proveedor no le suelta la misma cantidad”, exclama Carlos Gómez, un veterano distribuidor de la Minorista, quien encarna la dificultad de todo su gremio.
Entre tanto, doña Cecilia se queja: “Mi esposo piensa que yo me estoy embolsillando la plata del mercado. Cada quincena rinde menos la comida y me pregunta que si no estoy comprando todo completo. Incluso, piensa que le estoy pasando parte de la plata a mi mamá. Me va a tocar traerlo a mercar a ver si se da cuenta de que está dura la cosa”.
Y no es un tema de percepción, la pérdida de poder adquisitivo a la que se están enfrentando los jefes de hogar en todo el país es muy real.
La consultora Raddar ya había indicado que el salario mínimo, hasta noviembre de 2021, había perdido un 2 % de su capacidad adquisitiva. Poniéndolo en términos simples, el pago rinde menos porque los comestibles vienen en una racha de aumento desde el año pasado.
La carne es un privilegio
Pedro Montoya lleva años dedicado al expendio de carnes y está acostumbrado a tratar con los clientes a diario.
También es testigo de cómo los consumidores cada vez merman más la cantidad de sus compras: “Por lo general, una familia se llevaba cinco o seis libras de res, ya se lleva tres o cuatro. Y lo que más se está consumiendo son los cortes intermedios porque remplazan las carnes magras o pulpas. Es que el incremento de la carne el año pasado estuvo entre un 35 % y 40 % y las ventas se nos cayeron más o menos en esa misma proporción”.
Las cuentas de Pedro coinciden parcialmente con las del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), cuyo más reciente reporte de la inflación, a diciembre, ubicó a la carne de res como el alimento que más se encareció en 2021, evidenciando un alza acumulada de 33,03 %.
Entre las carnes que más piden los compradores pueden mencionarse la posta, el morrillo, la tabla, el solomo extranjero, el solomo redondo y el huevo de aldana. El kilo de estos cortes, en promedio, pueden estar costando entre $26.500 y $27.000, aunque varía dependiendo de cada sector en la ciudad de Medellín.
“Las carnes de tercera, como el pecho, tapa de costilla, tres telas y cáscara de la punta pueden estar entre $18.000 y $20.000 por kilo”, detalló Pedro, quien exclamo que a los expendedores de carnes les toca vivir un día a la vez.
“Nosotros tenemos unos costos fijos que van al alza mientras caen las ventas. Hay que esperar a ver si mejora la economía y ojalá la gente sea más consciente en sus gastos, que dedique un poquito más a la comida y menos a los artículos innecesarios”, exclamó el distribuidor.
La alternativa
El precio de la proteína animal ha obligado a buscarle un sustituto y, en este contexto, los huevos han cobrado más protagonismo en la canasta básica, pero eso no quiere decir que estén más favorables.
Juan Oquendo, distribuidor de este comestible apuntó que “desde que empezó la pandemia, viene aumentando mucho el precio: un día baja y tres días sube”.
“La canasta del huevo AA, que es el que más se vende, en este momento está a $12.000, saldría a $400 cada unidad. Antes de la pandemia esa misma canasta costaba $8.000, ese valor es demasiado para un producto como el huevo”, aseveró Oquendo.
Este comerciante, tal como la mayoría de sus colegas, están sacrificando el margen de ganancia para tratar de ponerle un techo a los precios. Y en su caso, se ha visto obligado a convertirse en un emprendedor de oportunidad con miras a obtener ingresos extra.
O sea, a la venta de los huevos le añade comestibles que tengan buena demanda en un momento determinado: “Por decir —relató— si resultó una buena demanda de galletas, las compro y las vendo. Si se acaban esos pedidos y la gente empieza a consumir pastas, entonces vendo pastas y así le voy anexando más productos a mi negocio”.
“Es verdad que la compra de huevo puede mermar, pero la ventaja para los comerciantes del huevo en este momento es que la carne está demasiado costosa y las personas de menor poder adquisitivo no tienen la facilidad de comprarla. ¿Entonces cuál es la opción de los más humildes? Obviamente, el huevo”, añadió.
Un sector bajo presión
En diálogo con El Colombiano, Claudia Bustamante, economista principal de Fenalco Antioquia, expuso que los distribuidores “no están teniendo grandes márgenes de utilidades ni están buscando llenarse los bolsillos con estos precios”.
“Hay que entender —tal como lo añadió— que el 30 % de los alimentos en Colombia son importados, y los que producimos aquí necesitan muchos insumos que vienen de otros países. Por ende, un dólar arriba de $4.000, sumado a unos fletes marítimos de US$25.000, terminan por encarecer todos los precios”.
La experta igualmente hizo hincapié en que los establecimientos de abarrotes están pasando dificultades para nutrir sus inventarios y continuar abiertos al público (ver radiografía).
De acuerdo con la agremiación regional, son 2.202 los negocios dedicados al expendio de carnes que pueden estar en riesgo y otros 13.234 dedicados a la actividad de abarrotes que están señalando dificultades ante la carestía generalizada.