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“Perdí a mi hijo, mis sobrinos y mi cuñado”: dramático relato de sobreviviente de siniestro vial

Ayer, dos trágicos accidentes en la vía hacia la Costa Caribe dejaron un saldo de ocho personas fallecidas, incluyendo a cuatro niños, y 48 heridos.

Media hora antes de chocar, Santiago se había comido un chorizo con una papa salada en un paradero en los Llanos de Cuivá, el corregimiento de Yarumal que limita con Santa Rosa de Osos. Desde que habían salido de Montería a las 8:00 p.m. del miércoles y hasta ese punto, el que había manejado era su compañero, el titular del bus de servicio especial UQF 519. En la parada a comer —el otro conductor pidió huevos y chocolate— hicieron el cambio.

Santiago, treintañero, fornido, pelado, de cejas tupidas, padre de dos niños, había empezado a trabajar en Cootrasec, la empresa dueña del bus, hacía ocho meses. Era la primera vez que hacía la ruta desde Montería a Bogotá que pasa por Medellín. En carro particular sí la había hecho varias veces, su familia es de San Rafael.

El bus llevaba el cupo lleno: 35 pasajeros, Santiago y el otro conductor. Todos venían desde la capital de Córdoba, pero no habían abordado en la terminal de buses, donde en la noche del miércoles ya no quedaban tiquetes para la capital del país. El precio del tiquete para el viaje que planeaba durar 17 horas fue variable: algunos pagaron $190.000 y otros $220.000.

No hay listado de los pasajeros. Santiago dice que se perdieron cuando volcaron. Los muertos, al cierre de este edición, eran siete, tres eran niños: Eric Daniel, de 12; Saúl David, de 4; y Rouse Bertel, de 6 meses. Saúl y Rouse eran hermanos, Eric era un primo. Al lado de Saúl también murió Jairo, su padre. Cristina, que tendrá unos nueve o diez años, también venía en el bus. Y aunque perdió a su papá y a sus hermanos, al mediodía del jueves parecía tenerlo todo bajo control en el hospital de Donmatías. Llevaba intactas las trenzas del cabello, unos audífonos de diadema en el cuello y vestida una chaqueta rosada iba de un lado para el otro llevando razones, maletines y zapatos diminutos llenos de barro.

Apenas llevaba unos quince minutos Santiago en el volante cuando tuvo que pegar un frenazo. Al lado derecho de la vía, en el kilómetro 63 de la vía entre el Hatillo y los Llanos de Cuivá, se encontró con el bus de servicios especiales de la empresa Transgarzón que había salido desde Tolú hacia Medellín y se había volcado a un lado de la carretera a la 1:30 de la mañana. Un niño de 12 años murió ahí y 19 personas heridas fueron trasladadas al hospital de Santa Rosa. De ese bus tampoco hay listado de pasajeros hasta ahora. Iban a ser las 4:30 cuando el bus de Montería, el de Santiago, pasó por ahí.

Desde el lugar donde volcó el bus de Tolú lo que sigue son curvas en bajada. En una de esas, 18 kilómetros más adelante, Santiago mandó el pie al pedal del freno pero nada pasó. La aguja del velocímetro empezó a subir, 70, 75, 80 kilómetros por hora. Así zigzagueando en bajada. Los pasajeros se despertaron. Algunos empezaron a gritar: “Bájale a la velocidad”, “frená”. Nada. Quizás eran los pies de Santiago el problema, entonces los corrió a un lado para que el conductor titular, que no se había ido a dormir todavía y estaba sentado a su lado, pisara el freno como si fuera una cucaracha. 90 kilómetros por hora o algo parecido. Apareció otro carro al frente y Santiago lo esquivó. El conductor titular salió a correr despavorido por el pasillo hacia la última fila.

Antes de entrar a una curva hacia la izquierda, en un puente muy corto que cruza sobre la quebrada La Pava, inofensiva y cristalina, que después desemboca en el Río Grande y luego en Porce y de ahí pasa al Nechí y al Cauca y al Magdalena y al Mar Caribe, el bus de servicios especiales UQF 519 con destino a Bogotá chocó contra una barrera de contención y dio una vuelta que fue suficiente para pasar el puente y caer al otro lado de La Pava. Al agua cristalina cayeron algunos morrales, un par de zapatos ensangrentados y una nevera de icopor que quedó anclada en medio de la corriente.

Leonardo, flaco, alto, moreno, raspado, lo vio todo. Iba en la primera fila, detrás de Santiago. De Bogotá debía seguir para Villavicencio para presentarse hoy al batallón donde está prestando servicio militar. Apenas le falta un mes para terminar y había viajado con Brayan, un compañero del barrio que también está prestando servicio en el Meta. Dice que tuvo un mal presentimiento desde que empezó el viaje. “El primer conductor estaba mucho rato mirando el celular”, cuenta. Venía dormido y lo despertaron los gritos de la gente. “Brayan, nos matamos”, le dijo porque seguía dormido. Se agarraron de la baranda que tenían al frente y los separaba de Santiago. Los volvieron a despertar, ahora sobre la grama, los gritos de la gente que rogaban por el rescate de uno de los niños que no sobrevivió.

A los dos los llevaron, junto con otros 27 heridos, al hospital de Donmatías, que era el más cercano. Una de las heridas murió en el hospital y otra en la ambulancia. Todos los niños murieron en el lugar. Santiago apenas quedó golpeado, nada grave, pero no lo llevaron al médico por miedo a que lo lincharan.

La noticia apareció en los primeros noticieros de radio en la mañana. El comandante de bomberos de Santa Rosa dio un informe preliminar: cifras de muertos y heridos, nada más. Después de sacar a los muertos y a los heridos llegaron las grúas. Ahí el taco fue de varios kilómetros a lado y lado. Todos tomaban fotos. Los sobrevivientes que no estaban heridos se quedaron rescatando morrales y maletas. El que más esculcaba el piso, despacio y en silencio, era Wilson, moreno, de pelo corto, de treinta y pico. El papá de Eric Daniel, el tío de Saúl y Rouse, el cuñado de Jairo.

Por eso todos los que habían atendido el accidente lo miraban. Bajaba hasta la quebrada y volvía a subir. Rescató un celular y otra nevera de icopor. También un morral que estaba todo sucio por dentro por un tarro de crema de dientes que se estripó. Adentro había un par de tapabocas, algunas toallas higiénicas. Su esposa que estaba en el hospital no tenía heridas graves. Nadie, ni los periodistas, se arriesgaron a hablarle, hasta que llegó la representante de la aseguradora del carro sin listado de pasajeros.

—¿Conocía a las personas que murieron?, le preguntó

—Mi hijo y mis sobrinos. Alcanzó a decir antes de que se le acabara el aire.

La entrevista duró poco y fue en el mínimo de volumen. Wilson se fue a seguir buscando cualquier cosa, entonces al lado de la mujer de los seguros se hizo un hombre blanco y barbado, impecable, como si hubiera acabado de salir de la casa, que entre dientes le dijo: “Hola, soy Santiago, el conductor del bus”.

Con información de El Colombiano.

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