Las lágrimas que aparecen en el rostro de una madre dolida le dificultan pronunciar palabras.
Con los ojos húmedos cuenta cómo era la mujer que en la mañana del pasado viernes murió en un ataque de sicarios que nada tenía que ver con ella, que acabó con su vida al estar en el lugar y momento equivocados.
“Verónica María Castro Barrios era transparente, de casa, respetuosa, amorosa… una gran mujer”, cuenta, y aunque no sabe con exactitud cómo se cometió el crimen en que su hija recibió la bala en la cabeza, está convencida de que ese ataque no iba dirigido en su contra.
Verónica tenía 27 años y una hija, de 5, con quien vivía en Arjona, muy cerca al sector en que un sicario en moto le disparó cuando atacaba a un hombre que salía de un callejón corriendo en un fallido intento por esquivar las balas.
Eran las 10 de la mañana del 29 de septiembre cuando ocho balazos acabaron con la vida de Miguel Eduardo Bello Beltrán. Quedó tendido en el suelo en el barrio Las Parcelas y aunque decenas de personas llegaron a auxiliarlo, ya nada había que hacer por él.
Esas mismas personas se percataron de que una mujer había quedado herida en el ataque indiscriminado que el asesino a sueldo cometió. Al sujeto, quien huyó junto a su cómplice en moto, no le importó quiénes estaban en el lugar; disparó múltiples veces hasta acabar con su víctima, y una de esas balas impactó a Verónica.
Su hermana estaba con ella y no pudo hacer algo para impedir su muerte. Con la impresión de lo que acababa de ver, avisó a sus familiares y de inmediato se trasladaron a la Clínica Gestión Salud, en Cartagena, a donde habían llevado a la mujer.
Unas cinco horas demoró Verónica viva. La gravedad de la herida que tenía en la cabeza le causó la muerte el mismo día del ataque. Ahora, su pequeña hija, su madre y cinco hermanos deben vivir con el dolor de perder a un familiar en un hecho injusto.