El corazón de Maicao se apaga a las cinco de la tarde. Las calles atiborradas de personas se despejan y el ruido de los motocarros le dan paso al silencio, el mismo que en la madrugada se ve interrumpido por los carrotanques que pasan gasolina de contrabando por la frontera.
El negocio es muy lucrativo para las bandas criminales de la región por el precio de la gasolina subsidiada en Venezuela. En Colombia, un galón cuesta, en promedio, 9.380 pesos. Mientras que en el vecino país subsidiado, sale a 1,25 bolívares, es decir, unos 300 pesos. Por eso, un galón de gasolina contrabandeada se vende a menos de lo que se consigue en una bomba, de ahí las altas ganancias (ver radiografía): casi que le ganan 9.000 pesos a cada galón que trafican, incluso, a través de botellas de gaseosa.
Un equipo periodístico de El Colombiano viajó hasta la zona para hacer una radiografía del contrabando en el centro de Maicao. Todo nace en el paso fronterizo conocido como La Raya. Está ubicado a 8,3 km del centro y por ahí transitan personas, mercancías y camiones. Una letra “C” hecha en cemento traza el límite entre Colombia y Venezuela. A partir de ese punto hasta la entrada de migración, es tierra de nadie. Hay vía libre para robar, atracar, traficar y contrabandear. Justo en la mitad del tramo hay un sitio que parece un parqueadero privado lleno de carrotanques y tractomulas. Es la entrada a las trochas hacia Venezuela, un paso controlado por actores armados como el Eln.
En ese camino pantanoso desembocan algunas de las principales trochas improvisadas que hacen los contrabandistas de combustible. Algunas trochas pasan por el río Limón, luego por el río Sucuy y llegan a una parte del camino conocida como “Los Cajones”, una hacienda en la que estacionan dos días y dos noches para descansar antes de salir hasta Maracaibo, Venezuela. Allá llenan los tanques con gasolina y cuando ya tienen completo el almacenamiento se regresan hasta Maicao.
Existen otras entradas. Una de ellas conduce a los contrabandistas hasta el kilómetro 52 que desemboca en una recicladora por donde llegan a la trocha conocida como “Rabito”. Por la mitad de dos barrios, Ovidio Mejía y Miguel Lora, hay otra trocha llena de barro a la que le conocen como “La Completa” y al otro lado de ese sector está “La Cortica”, dos de las trochas más conocidas junto con “La Finquita”. Son nombres que los mismos contrabandistas les asignan.
“Ahí se reúnen todos los camiones gasolineros para salir en caravana hacia Maracaibo, todo por La Raya, pero por las trochas porque es la vía de acceso que ellos tienen para pasar ilegal con el combustible”, explica Juan*, un maicaeño cercano al negocio.
Además de los nombres encriptados, también son necesarias “las moscas”, personas en moto que van delante de las cargas atisbando la presencia de policías en las trochas. A veces se quedan amontonados en un punto a esperar que regrese “la mosca” con la información. Cuando reciben la señal que les da luz verde, arrancan a toda velocidad, llevándose todo a su paso. “Lo importante es salvar el flete”, advierte Juan.
Incluso, “la mosca” tiene permiso para negociar si se encuentra en la trocha a algún policía. Según Juan, ellos advierten que viene cierta cantidad de camiones y que por eso les va a entregar dinero, “entonces la Policía se quita y ellos pasan tranquilos. Así ha sido todo el tiempo”, asegura.
A veces abren nuevos caminos y les ponen otros nombres. “No crea que trocha es solo una, hay miles. Salen por todos lados”, cuenta Juan mientras señala los extensos terrenos, “ellos abren trocha y van buscando hasta donde puedan salir, esquivando a la Policía”, añade.
La gasolina que viene de Venezuela llega a cada dos o tres cuadras de una vía principal de Maicao donde hay un puesto improvisado de venta. En botellas plásticas que todavía conservan las etiquetas de Coca Cola o Sprite envasan el líquido, las marcas de gaseosa son las medidas. Un embudo y una manguera son el canal para pasar la gasolina de una caneca grande azul a cada botella.
Algunos puestos están camuflados con otros productos. Lo común en todos es que aparentemente no hay nadie quien los atienda, solo permanecen las botellas al sol y al calor en cada esquina. Hay que esperar entre 5 y 10 minutos para que alguien se acerque y venda algo de la gasolina de varios colores.
Carlos* se sienta en un puesto de frutas, incluso le da la espalda a su negocio de combustible en la esquina. A veces espera a los clientes en una silla rimax roja en la acera de enfrente. Hace diez años vende gasolina en las esquinas, “querían que dejáramos el hidrocarburo porque nos iban a dar unas ayudas, y lo único que nos dieron fue un mercado de $30.000”, contó.
Es el mismo caso de Marina*, quien tiene dos puestos en la misma calle. Está en el negocio desde hace cuatro años. Cuando llega un mototaxi, ella chupa de una manguera para que la gasolina suba y llene las botellas de gaseosa. Luego, en una riñonera con la bandera de Venezuela, guarda los pesos colombianos que le quedan de ganancia, a veces $6.000 y si el día está bueno, $12.000.
El contrabando de combustible sigue siendo un modo de subsistencia de familias maicaeñas. Además, es el sostenimiento de grupos armados que controlan esos territorios por medio de la extorsión y el lavado de activos. Y no es una problemática nueva.
En la década de los ochenta, familias wayúu como los Uriana, González o Epiayú transportaban combustible entre las fronteras de los dos países. Luego, según cuenta Crudo Transparente (una organización que hace seguimiento al sector de hidrocarburos en el país), en los 90, las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), bajo el mando de Rodrigo Tovar alias Jorge 40, asumieron el dominio total de esa actividad a través del Frente de Contrainsurgencia Wayúu.
Posteriormente, con la captura de Kiko Gómez, exgobernador de La Guajira y del exparamilitar alias Marquitos, esta actividad ilegal pasó a manos del Cartel del Contrabando, un conglomerado de bandas criminales. El contrabando es evidente en las vías de Maicao y “es un síntoma del abandono del Estado. Se dedican a ese negocio porque dentro de todas las alternativas posibles, esa es la mejor opción”, explicó Carlos Vasco, profesor de Economía de la Universidad de Antioquia.