A pocos metros de la Estación de Policía de La Cumbre, en Floridablanca, se escuchan ruidos raros, arcadas, gritos, rezos. Se oye llanto estremecedor…
La gente que pasa se aterra o hurga con su mirada para saber el por qué de aquellos extraños sonidos. Los vecinos aunque fisgonean, saben que el ‘escándalo’ va más allá de lo normal entre quienes visitan a Jhoan. Allí, de vez en cuando, practican exorcismos, liberaciones…
Jhoan no da su nombre completo, porque puede ser contraproducente, incluso cree que podría servir para que le envíen maleficios.
No es sacerdote, pero como les ha ayudado a miles de personas liberándolas de malas energías y demonios que pueden habitar en ellas, nadie dice nada, sólo callan, se impresionan. ¿Miedo, superstición, respeto?
No hay nada que temer, dice Johan, porque su labor “es vista por Dios” y como muestra de ello, protege a todo curioso que quiera observar las jornadas.
¿Cómo es una liberación?
Una mujer de un poco más de 40 años esperaba que sucediera el milagro, que le espantaran el espíritu que no la dejaba crecer y que tenía a su hijo seriamente afectado.
La tristeza se percibía en sus ojos, estaba agotada de cargar con tanta ruina después de separarse de su esposo, pero sabía que Jhoan podía ayudarla, así como ayudó a una prima suya que pasaba por situaciones similares. No iba sola, la acompañaba una pareja.
En un estrecho recinto, no más grande que un calabozo, Jhoan y su asistente Orlando se enfrentan a ‘eso’ de lo que nadie se atreve a hablar, al misterio, a lo que nadie conoce, pero le temen.
Hay un rezo, aplican los contras para evitar que el demonio entre a los demás y se inicia la lucha, la “faena invisible”. Jhoan, acudiendo a los poderes de Dios y los Santos con su energía, empieza a provocarle arcadas en aquella desesperada madre que quiere una solución espectral para los sucesos que no puede explicarse, que ella le endilga a una ‘energía’.
Poco a poco lo que lleva consigo se revela. Empieza a pedirle silencio, a decir por qué entró, cómo lo hizo, cuándo, quién lo mandó y el propósito de estar ahí.
Intentos de lastimarse, de lastimar a los demás, gritos, groserías.
Allá afuera, decenas de niños salían de las casas a mirar más de cerca.
Los minutos pasaban. Conociendo el nombre del mal, Jhoan empezó a hacer su trabajo con la Biblia. La amiga de la afectada no podía parar de llorar, para ella era increíble que finalmente estuvieran sanándola.
Corría sudor, agua bendita. Gritos. La intensidad de todo aquello pasaba con el mismo frenesí fugaz de una montaña rusa. Era abrumador.
Después de unos 18 minutos, le dan agua a la mujer y poco a poco vuelve en sí, se reincorpora e instantáneamente y aunque un poco adormecida, el semblante le cambia. Ya no trae dolor, ni rencor, ni aquella mirada perdida. Sonríe, volvió a ser la misma de hace 10 años y aunque más o menos sabía quién la ‘habitaba’, prefiere no saber, lo único que importaba, es que la vida seguiría… ¿Fetiche, sugestión? ¿Usted qué cree?