Por: Yuriana Calderón – Periodista UIS
Enfermedad y destierro llegaban juntos… A cientos de personas las orejas se les agrandaban, la nariz se les achataba y las manos se les encogían; la piel se les caía a pedazos al tiempo que se les ‘despedazaba la existencia’ ante los ojos de quienes -sanos- los miraban con repulsión, desdén y miedo.
Una campanilla atada al cuello les marcaba el destino; aquel ‘tilín tilán’ era la señal de que un leproso se acercaba. La caridad no hacía parte de sus eternos calendarios de dolor.
Desde mediados del siglo XVIII y hasta el siglo XX, parte de Santander, en especial la provincia Comunera, se convirtió en un ‘campo de concentración’ para decenas de hombres, mujeres y niños, quienes soportaban las mismas penurias, injusticias y discriminaciones que Lázaro y Simeón. Estas tierras fueron dando una de las historias más desgarradoras de la salud pública en Colombia: la Lepra.
Foto suministrada: Lazareto de Contratación en el año 1918
Por mucho tiempo los gobiernos no atacaron la enfermedad sino al paciente. Las cuencas de los ríos Suárez, Opón y Chicamocha se poblaron de seres adoloridos llenos de llagas, condenados a vivir sin cura ni sosiego sintiendo que su humanidad se ‘despedazaba’. Fueron estigmatizados, perseguidos, exiliados y olvidados.
Aquella enfermedad parecía incontrolable, incurable. De aquella ‘desconocida’ cuyo nombre mutó a Hansen, no se salvó siquiera el famoso pianista santandereano Luis A. Calvo, quien entre bambucos y pasillos dio rienda suelta a su creatividad musical mientras la Lepra se expandía por su cuerpo, encerrado en el lazareto de Agua de Dios, Cundinamarca, donde produjo la mayor parte de su obra.
El de Agua de Dios, fundado en 1864, hace parte de uno de los tres lazaretos donde los leprosos fueron exiliados. Uno más, el primero de Suramérica, fue erigido en Caño del Loro, en 1784, en Cartagena; y otro en Contratación, Santander, en 1835. Todas, zonas alejadas, desoladas e inhóspitas que se convertían en territorios de ocultamiento y olvido, rodeadas de montañas, mar o caudalosos ríos, de donde difícilmente se podía huir. Había retenes en los cuatro puntos cardinales para evitar que los enfermos se salieran o que entraran los sanos.
Foto suministrada: Primera imagen conocida del caserío ‘La Contrata’, actual Contratación, Santander.
Una vez ingresaban a estas tierras, un guardia ‘armado’ con tijeras cumplía el primer trámite de ingreso. Las cédulas se las hacían trizas porque apenas traspasaban la cerca alambrada que separaba a los enfermos de los sanos, ya no eran ciudadanos. Eran leprosos. Perdían, incluso, el derecho a votar o heredar. Dejaban atrás a la familia, su historia, su vida, el anhelo de un abrazo. A cambio eran ‘reseñados’ con un carné en el que, además, llevaban un control de asistencia al tratamiento de la enfermedad.
Hijos sin padres, padres sin hijos…
A muchos les arrancaron de los brazos a sus hijos que nacían sanos para darlos en adopción, de manera preferible a europeos. En Santander, los niños de enfermos eran recluidos en el Asilo San Bernardo en Guacamayo; las niñas en el Asilo Hijas de María Auxiliadora de Guadalupe; mientras que aquellos pequeños reseñados como enfermos, eran internados en el Lazareto San Evasio y las niñas con Hansen en el Asilo Santa Catalina… Un panorama cruel de hijos sin padres y de padres sin hijos; otra clase de violencia y segregación a la que fueron sometidos los enfermos de Hansen. En Contratación, por ejemplo, muchos murieron esperando reencontrase con su ‘sangre’… Otros más siguieron en la espera.
Foto suministrada: Asilo del Guacamayo, allí eran recluidos los hijos de los enfermos que nacían sanos. Las hijas eran recluidas en Guadalupe, los niños enfermos en el asilo San Evasio en el Lazareto.
La marginación era tal que desde 1901 el Ministerio del Tesoro autorizó la circulación de monedas exclusivas para los lazaretos, a las que muchos llamaron ‘coscoja’ o ‘poca cosa’. Todas ellas con la cruz de Lázaro en una de sus caras y en la otra el valor que para entonces era en centavos. Esas fichas sólo circulaban dentro de los lazaretos pues el Gobierno buscaba impedir que el dinero usado en los leprosarios saliera de allí, evitando así la propagación de la enfermedad.
Como en ‘cacería de brujas’, surgieron los secretarios de la lucha antileprosa; ‘caza recompensas’ que se dedicaban a buscar enfermos de lepra y llevarlos ante la policía.
A la casa de Rosendo Chacón Santamaría, en una vereda de Vélez, Santander, llegaron cuando apenas era un niño. Se regó la noticia de que su mamá era enferma y hasta allá les llegó la ‘ley’.
Foto Yuriana Calderón: Rosendo Chacón, a los 9 años le descubrieron Hansen y fue recluido en el Lazareto de Contratación, Santander.
“A ella la persiguieron los vecinos, la justicia… Una vecina la denunció en Vélez, llegó la policía y le dijo a mi papá: ‘señor usted está encubriendo a un enfermo de lepra, a un elefanciaco’. Era muy duro, a ella le tocaba esconderse entre el monte. Hasta que un día la cogieron y se la trajeron para acá para el leprosario de Contratación”.
Rosendo quien para entonces no entendía por qué su mamá los había dejado solos, también sufrió ese rechazo, no sólo por haber sido parido por una ‘enferma’ sino porque, a sus nueve años, una pequeña herida en la frente y las frecuentes “reventadas de nariz”, fueron la señal de que el bacilo de Hansen también corría por sus venas. A punta de mentiras fue llevado a Contratación… Ahora con 87 años, con el cuerpo y el alma cicatrizados, es feliz en ese mismo lugar.
“Uno era una infección andante para la comunidad, para la vereda, para el pueblo, le quemaban la casa donde vivía, lo sacaban y le quemaban todo, decían que así quemaban el bacilo o la enfermedad”, relata mientras permanece sentado en el patio de su casa en ‘Contrata’ donde pasa sus días junto a su esposa María Oliva, también enferma de Hansen. Lleva puestos unos zapatos especiales, muy comunes en el pueblo donde también es habitual ver personas con miembros mutilados y narices absorbidas.
Pese a esto, en Contratación, contrario a lo que se cree que podría ser un pueblo triste, afligido y desconsolado, se respiran paz y tranquilidad. Incluso en los sanatorios que otrora fueron mal llamados “hospitales de podridos”, los ‘inquilinos’ viven felices, juegan, ríen… Son familia.
“Ya llevo más de 60 años aquí, a Contrata la añoro, Contrata es mi tierra”, dice don Rosendo. La enfermedad dejó estragos en su físico. Como a muchos en Contratación, le faltan pedacitos: “de este pie me falta un dedo, de este me faltan dos dedos, las manos están chungas pero completas. Yo tuve una rebotada como a los 18 años, parecía un monstruo, las orejas, grandes, manchas y heridas en las piernas, estoy todo cicatrizado (…). La lepra le daña a uno las manos, la lepra le daña la cara, la lepra acaba con los pies pero la caja del cuerpo permanece buena”… Sin embargo, no acabó con su berraquera santandereana.
“Nadie muere de lepra”
Si algo tiene claro don Rosendo es que de lepra nadie muere. “La enfermedad en sí creo que no lo mata a uno, lo incapacita, pero matarlo, no, uno se muere tal vez de otra enfermedad, menos de la lepra”. Lo vivido lo lleva a hablar con certeza. No se explica cómo, de los cuatro hermanos, sólo ha muerto el que nació sano. “Éramos cuatro hermanos y estamos vivos los tres a los que nos diagnosticaron el bacilo de Hansen”.
Julián Cepeda Torres, un ‘hanseniano’ a quien la enfermedad le afectó manos, pies, piernas y ojos, es otro convencido de que ésta no es contagiosa.
Foto Yuriana Calderón: Julián Cepeda, a los 12 años fue diagnosticado con Hansen, desde entonces fue llevado al Lazareto de Contratación.
“Hubo casos en que, a escondidas, dizque porque debían evitar que se proliferara la lepra, se casaba una pareja de enfermos, o enfermos con sanos y tenían hasta 14 hijos y ninguno salía enfermo. La demostración de que el bacilo de Hansen no se prende o no es contagioso”. En el caso de don Rosendo y doña Oliva, tuvieron cuatro mujeres, todas sanas.
“Al ver esta cosa la ciencia médica dijo, pa’ qué les prohibimos, si miren que se casan dos enfermos y tienen esa tracalera de imbombos y todo sanos, ninguno sale enfermo, no se entiende porqué; si fuera hereditaria, todos heredaban, si fuera prendediza, todos se enfermaban, no han logrado descifrar a qué se debe”. Cuando Julián llegó a Contratación, a los 12 años, hacia 1.948, había unos 2.000 enfermos y unos 8.000 sanos.
La misma ciencia confirma que el Hansen no se contagia tan fácil, dejando de lado el estigma, ese ‘yugo’ con el que han tenido que cargar los ‘leprosos’; sumisos en el ostracismo epidémico promovido por el estado hasta mediados del siglo XX. A sitios como Contrata, antes que la medicina, llegó la fe. Los enfermos se aferraban a su credo para ser sanados.
El bacteriólogo Olinto Mieles, un egresado de la UIS, ascendiente de enfermos de lepra y quien lleva 34 años al servicio de los enfermos con Hansen en el sanatorio de Contratación, de donde es oriundo, corrobora que no hay porqué mirar con desdén, desconfianza o miedo a un paciente con esta condición.
Foto Dircom UIS: El bacteriólogo Olinto Mieles trabaja desde hace 34 años al servicio de los enfermos de Hansen en Contratación, Santander.
“El estigma existe hace muchos años, de hecho, es la enfermedad más antigua, desde que nació, en la Biblia ya la estigmatizaban (…) No más aquí mismo en Contratación es difícil tratar de sensibilizar que la transmisión es muy débil. Es la enfermedad con menos transmisibilidad. De las bacterianas es la que menos transmisibilidad tiene, la padece una de entre 10 mil personas y ese uno tiene que tener unas condiciones: es más, algunas son inmunogenéticas, una predisposición genética que se hereda, no es tan fácil”.
En la actualidad, en Contratación residen unos 250 enfermos de Hansen, 38 de ellos en el Sanatorio E.S.E y 28 en el Laura Vicuña. Muchos son traídos desde distintas partes del país en jornadas de salud donde participa el doctor Olinto.
En Colombia, hasta finales de 2019, el número de casos en tratamiento era de 177.175. Y en el mundo la enfermedad registró 140.594 nuevos casos en 2021, último año del que existe información.
Una vocación digna de admirar
En estos sanatorios, los pacientes comparten sus días. Muchos de ellos llevan años sin un familiar que los visite, relegados, cargando la ‘cruz’ del Levítico, ‘castigados’ con “un mal contagioso y sucio”.
Por fortuna, la vocación es más que evidente en esas jornadas que comparten quienes tienen en sus manos el cuidado de los enfermos de Hansen. Vocación loable, como la de Omaira Ochoa, una contrateña, nieta de hanseniano, quien ha dedicado 17 años al cuidado de estos pacientes.
Foto Yuriana Calderón: Enfermera curando las úlceras de un enfermo de Hansen en el Sanatorio de Contratación. Dedican unas ocho horas al día a esta labor.
Es un ‘ángel’ entre los leprosos, les cura las heridas, como lo hizo en su momento el mismísimo Jesús. El miedo y el estigma no hacen parte de su jornada ni de la de quienes decidieron poner su vida al servicio de estos pacientes… Lo hacen con amor, porque ahora en Contratación, todos, enfermos y sanos, son tratados como iguales.
Omaira pasa horas curando úlceras, ese es su quehacer diario, pasa más tiempo en el sanatorio que en su propia casa. Lo hace con cariño, de a poco va tomando Nitrofurazona, ácido fusídico, Crema Marly y otros medicamentos. Los aplica con cuidado en esas heridas que parecen llegar hasta el hueso o masajea con paciencia los miembros inferiores de quienes llegan en busca de alivio para su mal. “Dios les pague muchachas”, les dice don Aristides Monterrey luego de que le curaran una gran úlcera en la pierna izquierda.
“Para mí es gratificante trabajar con pacientes así porque muchos son como mi familia, muchos son solos, llegan y los abandona la familia. Estoy aquí para aliviarles un poquito el dolor de sus úlceras (…) Eso no es contagioso. Se debe tener amor, dedicación, respeto por el paciente, entrega, hay que hacerlo con la mejor actitud porque de eso también depende la evolución del paciente, uno le transmite eso y se ve reflejado en la evolución, en la curación de esas úlceras”.
Simatec, un apoyo de la UIS para los enfermos de Hansen…
Además de personas dedicadas, los enfermos de Hansen también tienen de su lado la tecnología. La ciencia ha evolucionado y cada vez es más llevadera la enfermedad.
En la Universidad Industrial de Santander, por ejemplo, se creó una plataforma, donde con un celular, los enfermos y el personal que los atiende pueden llevar un control de la enfermedad.
Foto Dircom UIS: Contratación, Santander, en la actualidad.
Se trata de Simatec, una aplicación implementada por el Grupo de Investigación HDSP de la UIS, con la que a través de fotografías se puede saber, de manera inmediata, el estado en que se encuentra la enfermedad y su evolución.
Desde 1961, en Colombia, fueron adoptadas políticas sanitarias de prevención y tolerancia para con los enfermos de lepra, incluso, los lazaretos pasaron a llamarse sanatorios. La eliminación total de la enfermedad (según estándares epidemiológicos, una tasa de menos de un caso por cada diez mil habitantes) se alcanzó en el año 2000, y durante los últimos veinte años se han curado cerca de dieciséis millones de pacientes en todo el planeta.
Foto Dircom UIS: Karen Sánchez, líder de Simatec.
Sin embargo, las leyendas sobre la lepra que se ‘pasearon’ hasta por las páginas de la Biblia, siguen ‘marcando’ humanidades porque las heridas no cicatrizadas en los codos, las narices, las puntas de los dedos o las llagas en las piernas, todavía son visibles. Ya el cerco está levantado, las monedas ‘coscojas’ no circulan. Pero ellos, los enfermos de lepra, siguen a la espera de que todos, no sólo unos pocos, les den la oportunidad de ser iguales. De hecho, lo son.