Un recorrido en rafting por el río Fonce puede costar $60.000, $50.000, $40.000 y hasta $30.000. A veces menos. El precio depende de la capacidad del cliente para negociar y de la buena voluntad del vendedor, que en este caso es una persona parada en el malecón esperando por ganarse una venta sin importar nada.
Tan cruel es el negocio que no importa si se tienen que atravesar en la vía nacional para atrapar a los visitantes antes de que se bajen de los vehículos o si su oferta termina siendo tan baja que es imposible que la empresa prestadora del servicio reciba algún margen de ganancia.
Lo importante es vender, así tengan que literalmente, como se dice en Santander ‘darsen en la jeta’ con otros vendedores, tal como sucedió en el último fin de semana festivo (2 al 4 de julio) cuando vendedores callejeros, mal llamados ‘informadores’ se trenzaron en una riña delante de los turistas por unos cuantos pesos. Ese día, según el informe policial, se impusieron 4 comparendos.
Los vendedores algunos pertenecen a las empresas operadoras y tienen sus camisas que los identifican. Otros son independientes, buscan clientes y los llevan a las operadoras que mejor comisión les ofrezcan.
Toda esta imagen es la que se llevan los turistas, especialmente en los fines de semana de puente festivo, cuando el número de vendedores de actividades de aventura en las calles puede pasar de las 25 personas, expresó el intendente Sergio Lizcano, miembro del grupo de protección al Turismo y Patrimonio Nacional de San Gil de la Policía Nacional.
“En las temporadas altas se han presentado inconvenientes entre ellos mismos por la guerra del centavo y se han generado riñas por esa situación (…) Esto lo que no está ocasionando es una mala imagen hacia el turista ”, dijo Lizcano, asegurando que lo ideal sería que en el malecón no se permitiera la presencia de ninguno de estos vendedores.
Glomer Gutiérrez Rodríguez, representante de Planeta Azul, una de las empresas de turismo del municipio, dijo que hace falta mano dura de las autoridades municipales para controlar todo lo que está sucediendo y que termina por deteriorar la imagen de San Gil como destino turístico.
“Si un turista necesita información que se acerque a las empresas”, dijo la empresaria, recalcando que esa guerra de precios le resta competitividad al sector, pone en riesgo la calidad en la prestación del servicio y la seguridad del mismo
Otro que confirma el desorden diario del malecón es Raúl Gómez Quintero, ciudadano sangileño quien desde hace un año lidera el proceso de recuperación urbanística del sector, un proyecto adelantado por el Club Rotario, con el apoyo de la alcaldía de San Gil y recursos privados.
Para el ciudadano la falta de autoridad, de cultura y de orden, van en contra vía de todo el mejoramiento y recuperación estructural que va por muy buen camino y que es evidente.
Responsabilidades y soluciones
Desde el Instituto de Cultura y Turismo de San Gil, Lyda Forero Bernal, responsable de la oficina, dijo que hay la responsabilidad de todo es de los empresarios, porque son ellos los que incumplieron el acuerdo en el que se les autorizó usar informadores de turismo en el malecón.
“Eso lo cumplieron solo un mes”, afirmó, señalando también que son los dueños de las empresas los que se prestan para ese regateo de precios y los que reciben a los clientes que les llevan sin importar las condiciones.
Recordando que como autoridad no tienen la capacidad de establecer precios, Forero aseguró que los días de los vendedores en el malecón están contados porque la alcaldía está preparando un decreto.
El documento en revisión de la oficina jurídica de la alcaldía le daría las herramientas a la Policía Nacional para que no permita el trabajo que estas personas realizan en vía pública.
Hay que esperar que el decreto también aplique para otras zonas del municipio como el parque principal que algunos vienen usando de forma irregular para vender planes turísticos.