Por más de cuatro décadas, las calles del barrio Palomitas de Floridablanca estuvieron llenas de talleres de alfarería. Sin embargo, este oficio quedó en una anécdota debido al acelerado crecimiento urbano y nuevas leyes de protección ambiental.
Las vasijas, platos y artesanías eran elaboradas de cero en este sector. Desde que se toma el barro en crudo, pasando por el delicado proceso de moldeo y finalmente el endurecimiento de la pieza en un horno que soporta casi 900 grados centígrados.
Este último proceso, está prohibido en zonas residenciales por el riesgo de explosiones o incendios desde hace cinco años.
Desde entonces, las familias alfareras han tenido que ‘moldear’ un nuevo estilo de vida. Gran parte de los alfareros de Palomitas pararon su producción y ahora comercializan aquello que dejó las décadas de arduo trabajo.
Uno de los alfareros que más ‘roña’ hizo para jubilarse es Rubén Salazar Vega. En 2023 lo obligaron a retirarse del oficio que desempeñó durante 49 años seguidos.
Así como terminó de manera accidentada, también inició con un toque ‘místico’ ya que los inicios del maestro Rubén se deben a que le realizaron brujería. “me pusieron un mal que duraba dos años. Yo llevaba año y medio padeciendo dolores que no me dejaban moverme. Un sabio me dijo que al completar dos años me moriría sino completaba un tratamiento”.
El tratamiento consistió en ‘bañarse’ con huevos de gallina criolla y duró 15 días. Al finalizar, lo dejó débil y postrado en cama por otras dos semanas.
Mientras se encontraba en su hogar, veía cómo su madre y hermanas pasaban todo el día en el taller de la casa realizando cerámicas para venderlas en ferias. En ese momento se interesó por esta labor y le pidió a su madre que le enseñara.
Ella le dijo que todo estaba en las manos, por lo que él se quedó horas mirando fijamente la suavidad y coordinación que desprendían sus movimientos.
Dominada esta técnica y superado el ‘hechizo’ Rubén se unió al taller familiar. A partir de este momento había encontrado la vocación con la que pensaba ‘llegar al final de sus días’. Contrario a los planes, hace unos meses le tocó cambiar los tornos para sentarse en su motocicleta para vender pescado fresco por el barrio.
A pesar de que él ofreció su taller como un lugar para enseñarle a las nuevas generaciones sobre este oficio manual, diversas entidades públicas y privadas dieron la espalda a la idea y dejaron que ‘esa vasija de barro se rompiera’.