El viernes 9 de junio de 2023, la noticia del hallazgo de los cuatro niños indígenas que sobrevivieron a la caída de una aeronave en la densa selva del Guaviare sorprendió al mundo luego de 40 días de incertidumbre.
La incansable búsqueda día tras día por parte de las Fuerzas Militares y comunidades indígenas de la zona mantenían la esperanza de encontrar con vida a Lesly, Soleiny, Tien y Cristin Mucutuy, cuatro hermanos que perdieron a su madre en este accidente donde dos tripulantes más fallecieron.
De acuerdo con el reporte provisional de la Dirección Técnica de Investigación de Accidentes de Colombia, de la Aeronáutica Civil, la aeronave Cessna U206G salió el 1 de mayo de 2023 desde Araracuara con destino a San José del Guaviare. Durante el trayecto el piloto reportó la primera falla en el motor y declaró la emergencia. Dos minutos después, informó que buscaría un campo.
Aunque se estableció comunicación con la aeronave desde la Base Aérea Luis F. Gómez Niño de Apiay, en Villavicencio, no obtuvieron respuesta del piloto tras varios llamados. Una vez ocurrido el siniestro, Lesly Mucutuy, la hermana mayor de 14 años, quedó inconsciente luego del accidente, pero fue el llanto de sus hermanos el que la despertó.
La selva amazónica no era desconocida para Lesly, un ecosistema que se caracteriza por su tapete de árboles espesos que pueden alcanzar hasta los 40 metros, plantas venenosas, acantilados, lagunas, anfibios, reptiles y el hábitat de los felinos más grandes en América como el puma y el jaguar.
Según el testimonio de la menor, las enseñanzas de su madre en el pasado le permitieron diferenciar las semillas comestibles de las venenosas. Además de conocer la biodiversidad de la zona y sus peligros, fue capaz de estructurar refugios con hojas de platanillo, tijeras y su dentadura para resguardarse de la lluvia y los animales.
Aunque su familia pertenece a la etnia indígena muinane, del pueblo uitoto, y su vivienda estaba ubicada en cercanías del río Cahuinarí, en el Caquetá, las habilidades y destrezas de Lesly les permitieron permanecer con vida en la selva mientras avanzaba la Operación Esperanza.
La idea de llevar la historia de los hermanos Mucutuy al cine llegó a oídos de la guionista santandereana Idania Velásquez luego de una llamada telefónica con el director Gustavo Nieto Roa, quien le propuso trabajar en “40 días perdidos en la selva”, esta película que desde sus inicios le apostó a un engranaje de recursos cinematográficos como la ficción, el falso documental y la animación.
Una vez aceptado el reto, Idania inició su investigación y trabajo de campo con población indígena en San José del Guaviare para conocer de cerca las costumbres y conocimientos ancestrales de las comunidades indígenas en la Amazonía que les permitieron a los cuatro niños mantenerse a salvo.
“Les pregunté cómo creían ellos que los niños se habían salvado, aparte de lo tradicional, de la lógica, de una realidad palpable. Ellos siempre dijeron que fueron los espíritus, y ahí es donde me surge la idea que la representación de esos espíritus era la misma mamá”, explica la guionista.
En entrevista con Vanguardia, Idania Velásquez recordó que no era la primera vez que tenía un acercamiento con comunidades indígenas en el Guaviare para hacer cine.
En 2014, visitó San José del Guaviare debido a una asignación del Ministerio de Cultura y la Academia Colombiana de Ciencias y Artes Cinematográficas para dictar un taller de guión. Entre los participantes del taller se encontraba el chamán que años más tarde aparecería en la película, así como varios otros estudiantes de la comunidad que también se formaron con ella e hicieron parte de la cinta.
Aunque no hablaron directamente con los cuatro niños indígenas sobrevivientes del accidente, la guionista solicitó permiso a los esposos de las mujeres de estas comunidades para que ellas pudieran hablar sobre cómo criaban a los niños. Esta acción se llevó a cabo debido a la necesidad de obtener autorización para compartir sus experiencias.
De esta manera, parte de la narrativa de la película se construyó a partir de la investigación realizada dentro de las comunidades, incorporando las voces y perspectivas de quienes forman parte de ellas.
“Para mí este proyecto es maravilloso, porque nunca había tenido la oportunidad de contar una historia de una comunidad indígena. También me deja un libro”, afirma la guionista, quien además de participar en la cinta, también es autora de un libro que lleva el mismo nombre, en el que recopila las memorias de esta historia que marcó al país.