Con esfuerzo y dedicación, estas merideñas han hecho de sus negocios un referente en la capital santandereana y de esta forma participan en la integración de la población migrante y bumanguesa con oportunidades de empleo y entrenamiento para manicuristas.
Llegar a una tierra desconocida con una propuesta nueva, hacer de sus sueños una meta y apoyar a otros con los resultados. Esto condensa, en parte, las historias de Jessica Paredes Quintero y Diana Karina Arango Quintero, en Bucaramanga.
“¿Sabes? Bucaramanga se me parece mucho a Mérida (estado de Mérida), es un clima templado donde hay frío, calor e infinidad de distracciones. Es una ciudad muy bonita y me parece que está en bastante crecimiento”, le dice Jessica a Karina cuando hablan de la capital santandereana, y aunque expresan sentirse cómodas, porque sus raíces maternas pertenecen a esta tierra, la nostalgia siempre las acompaña cuando hacen referencia a su territorio.
Son hermanas y se hicieron profesionales en el área de la belleza cuando vivían en Venezuela. Karina es estilista profesional, con 20 años de experiencia en la labor y una habilidad para el emprendimiento, tuvo la oportunidad de tener su propio negocio en ese país. Jessica, por su parte, descubrió su talento como manicurista luego de abandonar sus estudios en diseño gráfico y aunque ambas disciplinas ‘parecen opuestas’, ella les encuentra similitud y describe su labor como ‘un arte en miniatura’.
“Estuve trabajando en el salón de mi hermana por seis meses y luego ella misma me dijo: vete a Colombia que allá te puede ir mejor”, recuerda Jessica. Es así como la joven decide viajar a Bucaramanga en 2014 e incursionar con la técnica de uñas en acrílico, mientras trabajaba en una peluquería reconocida de la ciudad.
Con el tiempo, su talento brillaba en la capital santandereana y la lista de clientes crecía de forma paulatina, y “como era la única que hacía trabajo en acrilico, les decían a la gente: ‘vaya con Jessica, la venezolana’. Entonces mandé a imprimir unas tarjetitas con ese nombre”, recuerda.
Mientras tanto, las cosas en Mérida no marchaban bien. Las protestas en oposición al gobierno del presidente Nicolás Maduro eran noticia a nivel internacional y por esa época, la BBC News hablaba de la ciudad como el centro de la protesta estudiantil venezolana.
Las barricadas o ‘guarimbas’ bloquearon las calles, la inseguridad crecía a pasos agigantados y esta situación no dio tregua al comercio.
“Las calles cerraron por tres meses o más, entonces el comercio se debilitó mucho y fue como si estuviéramos en una pandemia, nadie podía salir. Me sentía frustrada porque mi mejor amiga y yo teníamos una buena peluquería, teníamos clientes y todo lo necesario en nuestros hogares. Al final tuvimos que agarrar maletas e irnos, pero creo que salimos en un buen momento”, según describe Karina lo vivido.
Un sueño, una identidad
Con la migración de Karina, los sueños empezaron a florecer, y en octubre de 2016, las hermanas deciden asumir el reto de montar su propio negocio en compañía de una socia más. A pesar de lo difícil que era entender la dinámica de emprender en Colombia, lograron rentar un local de 210 metros en el centro de Bucaramanga. “Jessi traía una cartera grande de clientes y con ellos empezamos a trabajar. A veces se impresionaban al ver un local tan grande atendido por pocas personas, pero teníamos la fe de que en algún momento surgiría. Recuerdo que, incluso, llegamos a repartir volantes y hacíamos todo nosotras mismas. El aseo, los tintos, atender a los clientes, abrir, cerrar, todo”, comenta la estilista.
En la búsqueda de un nombre que las identificara llegaron a un consenso de utilizar ‘La Venezolana’, por la popularidad que Jessica alcanzó, agregar ‘Nails’ y combinarlo con un ave fénix para hacer referencia a la habilidad de renacer de las cenizas, algo en lo que aseguran ser expertas.
Con los ahorros que tenían compraron el primer letrero, pasaron ocho meses y el reconocimiento crecía al igual que la llegada de connacionales al país. “Era una cosa de locos; por un lado, no dábamos a basto con los clientes, y por otro lado, llegaban personas pidiendo una oportunidad. Las chicas nos comentaban que en Cúcuta las manicuristas les decían ‘vayan donde La Venezolana que allá les dan trabajo’. Muchas no sabían nada, entonces Jessica decidió entrenarlas; poco a poco se iban capacitando, y así salían adelante”, cuenta Karina.
En un mismo espacio llegaron a formar un equipo de 35 empleados, integrados por población colombiana y migrante, en entrenamiento constante. Desarrollaron una capacidad de adaptación tan fuerte que lograron sobrevivir a la pandemia, reabrir un local en Cañaveral, inaugurar otro en Cabecera y crear la marca ‘Mia Top Nails’, para comercializar productos y fundar una academia especializada en la formación de futuros manicuristas.
“Las clientes nos manifestaron que querían aprender, entonces decidimos emprender por ese lado. En casi cuatro años hemos capacitado 500 personas, aproximadamente. Ahora somos 4 instructores y dividimos el curso en artística, estructura, podología y quiropedia”, explica Paredes.
“La academia se acrecentó tanto que, incluso, las instructoras son de aquí de la empresa, chicas que han crecido con nosotras, que les vimos esa aptitud para dictar clase y están participando de estos procesos”, agrega Arango.
Un complemento entre culturas
La integración de talento venezolano y colombiano ha sido un pilar clave en la empresa. “Todas nuestras sedes son administradas por personal bumangués y tenemos profesionales de alto nivel. A pesar de que nuestras culturas son diferentes, hemos encontrado personas muy constantes, interesadas en aprender y resulta siendo algo recíproco porque la empresa crece y ellos también”, explican las hermanas.
Un ejemplo de esto es Franklin Manuel Herrera, profesional con 20 años de experiencia, que integra el equipo de estilistas en la sede principal.
Aunque Herrera es oriundo de Norte de Santander, su formación en peluquería la recibió en San Cristóbal en Venezuela, cuatro años después el cucuteño regresó a Colombia, se radicó en Bogotá y se especializó como colorista.
“Luego de la pandemia decidí vivir en Bucaramanga. Por casualidad vine aquí al edificio a realizar unos pendientes y me llamó la atención la peluquería; pregunté si necesitaban estilista, me hicieron una prueba de trabajo y aquí estoy hace tres años”, comenta.
La destreza del estilista ha ganado renombre en la ciudad, a su vez, resalta el apoyo de la empresa por mantener en el equipo a la vanguardia de las últimas tendencias y técnicas. “Cada año hacemos de 1 a 2 cursos de colorimetría, esto es un plus porque el equipo nunca pasa de moda, siempre sabemos cómo aconsejar a las clientes que llegan a nuestro establecimiento”, indica Herrera.
Por su parte, Karina agrega que la migración venezolana trajo novedades en materia de cortes y colores para el cabello, por lo que consideran que han sido parte de la transformación de la mujer bumanguesa. “Antes no se veían tantos estilos como ahora, les costaba un poco salir de su zona de confort y probar cosas nuevas. Entonces, el mensaje que les damos aquí es: ¡Sí se puede! y cubrimos todos los gustos para todo tipo de personalidades”, añade Jessica.
Volver a las raíces
Ahora ‘La Venezolana’ vuelve a su nido con la oferta de un espacio de formación en su ciudad natal para brindar herramientas de empleo, capacitación y actualización de nuevas tecnologías, a raíz de una solicitud de los seguidores merideños en redes sociales.
“En Facebook hacemos transmisiones en vivo y nos estaban preguntando, de forma insistente, cuándo volveríamos a Venezuela. Es triste, pero Mérida es un pueblo olvidado, sabemos que están pasando por una situación muy difícil y esperamos que de ahí salgan iniciativas chéveres para el progreso de nuestra ciudad”, afirman las emprendedoras de esa visita que se planea para el mes de marzo.
Pese a que la idea contempla expandir la academia a nivel nacional, tienen proyectado llegar a otros municipios del departamento y próximamente ‘La Venezolana’ estará en San Gil compartiendo su experiencia.
“Con todo lo que ha pasado miro para atrás y realmente me siento muy contenta, todo lo que soñamos se hizo realidad, me siento muy agusto de llevar una buena sociedad porque eso también es muy difícil de encontrar”, concluye Karina.