El próximo 14 de octubre se vivirá un Eclipse Anular de Sol, conocido como ‘Anillo de Fuego’, el cual dejará a algunos departamentos de Colombia a oscuras por algunos instantes. Desde Santander se podrá ver en un 81.9 % de ocultación; es decir, el Sol se oscurecerá casi en su totalidad.
“Sin embargo, en el caso de Bucaramanga no se apreciará completamente; sólo se verá de manera parcial”, dijo Jhonattan Pisco, profesional del Grupo Halley, adscrito a la Universidad Industrial de Santander, UIS.
De acuerdo con el experto, “este fenómeno natural se iniciará a las 11:45 a.m. de ese sábado, 14 de octubre, y su punto máximo se verá exactamente a la 1:32 p.m. El eclipse terminará a las 3:11 p.m.”
En Colombia, desde la franja que señala este mapa (Ver ilustración) se apreciará el eclipse en su máxima dimensión; pero desde Santander (en cualquier parte) el eclipse se verá de forma parcial. Sólo algunas ciudades de Colombia lo podrán observar completamente, entre ellas: Tuluá, Neiva y Buga, la parte baja del Meta, San José del Guaviare y muy especialmente en el desierto de la Tatacoa.
Jhonattan Pisco informó que “el próximo domingo, 8 de octubre, “dictaremos un taller en la UIS, de 10:00 a.m. a 12 del mediodía sobre cómo construir cajas negras para ver el sol sin usar accesorios ópticos”.
Y agregó que el día del Eclipse Anular de Sol, “ese 14 de octubre programaremos distintas actividades para toda la ciudad. A su debido tiempo les estaremos dando detalles de la agenda de ese día”.
La crónica del ayer
El 26 de febrero de 1998 fue la última vez que Bucaramanga y, en general Santander y Colombia, vivieron un Eclipse Anular de Sol que, en ese entonces, fue considerado como el ultimo del milenio.
Con esta página y con parte de este texto, Vanguardia registró el gran acontecimiento del fenómeno natural. Veamos:
Cuando el mediodía despuntaba y el sol, tras una enorme sombra se ocultaba, casi todos los bumangueses, invadidos del imperativo deseo de curiosear, presenciaron con la frente en alto y la luna en trance, el último eclipse solar del pasado milenio. Era el 26 de febrero de 1998. Corazones excitados por el espectáculo natural, miraron hacia el cielo, ocultos en gafas de filtro especial, en pantallas de televisión, platones con agua y hasta en el trasluz de las hojas de los árboles del centro de la capital santandereana.
Emocionados, tal vez conmovidos, como cuando llega Navidad, los niños y los adultos, en distintos puntos de la calle 36 con carrera 15, se apresuraron a agarrar entre sus manos los ‘miles de eclipses’ que se caían de los árboles y que se habían formado entre sus hojas por efecto de los rayos de la ‘mordida’ luz solar.
Las miradas ya no se dirigían hacia lo alto, sino al suelo, a la sombra de los árboles que ‘llovían’ eclipses en miniatura, que no sólo se podían ver, sino también tocar. Pero como el azar de los acontecimientos a todos no les permitió la misma suerte, muchos tuvieron que contentarse con usar las gafas de Fotojapón.
Doña Teresa Jaimes, quien esa suerte tuvo, mientras vendía sus dulces al lado de la puerta del edificio de las otroras Empresas Públicas, por la calle 36, prestaba sus gafas a cuanto transeúnte podía y de paso, una pequeña clase de astronomía recitaba, para que, eso sí, quedará claro que sobre el Sol era la Luna la que se posaba.
Pero los trucos, como el encanto de la situación, apenas al rato se ‘eclipsó’. Cerca a las 2 de la tarde, con menos tránsito que el de costumbre, los bumangueses volvieron a sus caras serias, a su andar rápido y a mirar hacia el frente donde el universo es siempre indolente.
En otro punto de la ciudad, en el barrio José Antonio Galán, tal vez ni al hoy desaparecido Gabriel García Márquez en su mágico mundo de Macondo; ni a Shinji Yamaha, el japonés que llegó de Oriente con modernos telescopios para ver el último eclipse del milenio, se les hubiera ocurrido la ingeniosa y barata empresa de montar en un barrio pobre de Bucaramanga, un ‘observatorio solar’.
Los integrantes de la familia Pérez fueron los creadores de tan singular iniciativa y vivieron en el José Antonio Galán, al norte de la ciudad. Ellos no eran ni premios nóbeles ni científicos, ni muchos menos astrólogos. Como ellos mismos se definieron: “… éramos unos rebuscadores, pero de los buenos”.
Las únicas cosas que necesitaron para armar su particular mirador del cielo fue un vidrio y una caja de aceites vieja. Así, sin mucha arandela y con un margen de error mínimo, los Pérez armaron su centro de observación. La cuestión era muy sencilla: “… subastar el eclipse por módicos $200. El que quiera verlo, que pague”.
Según Ciro Pérez, el ‘científico’ popular de este relato, “… con anterioridad hicimos todo el estudio de mercadeo. Es que aquí nadie tiene ni plata ni tele para ver esta vaina en vivo y en directo y sin joderse los ojos”.
Toda esta historia, que más parecía un buen libreto para una película del director Sergio Cabrera, logró ‘eclipsar’ a más de un entusiasta vecino. Era algo lógico: a falta de gafas ultrasolares, telescopios modernos e incluso de televisores para ver las imágenes, la gente se le apuntó a la promoción del día.
$200, ¡eso sí! en sencillo, y listo: dos minutos para ver el acontecimiento del siglo; no desde la NASA, sino desde las polvorientas calles de un popular barrio de Bucaramanga.
Una interminable cola le daba la vuelta de la cuadra 38A del José A. Galán: “… Señora, todo niño paga”, decía el que llevaba las cuentas.
A la 1:50 p.m., cuando ya la Luna había dejado de ‘coquetearle’ al Sol, los Pérez guardaron lo que denominaron su “gallinita de los huevos de oro”. Al final, ¿cuánto hicieron?: ¡No más $16 mil 400! ¡Pero no importó!, ni los del Centro Halley pudieron ver el eclipse tan cerca y sobre todo tan barato. ¡Qué se le va a hacer! ¡… Los Pérez somos Así!