De acuerdo con el último informe de desempleo del Dane, el área metropolitana de Bucaramanga tiene la menor tasa de desocupación del país con un porcentaje de 7,9 %.
Sin embargo, las cifras también señalan que del total de las personas que tienen un trabajo en la ciudad, el 45,8 % lo desarrollan en la informalidad. Trabajadores como los protagonistas de estas historias
Nelson Mejía es un hombre de 65 años, habitante del barrio Campo Hermoso. Del total de su vida, cerca de 40 años los ha dedicado al trabajo informal. Vendió frutas, verduras, ropa, zapatos y actualmente ofrece limonada de panela y mangos en la esquina de la carrera 16 con calle 34, en el Centro de Bucaramanga.
Mejía o ‘El Bendecido Papi Jhon’, como le dicen sus amigos, afirmó que comenzó su trabajo como informal por necesidad, y porque sus hijos y esposa necesitaban de él para salir adelante. Sin embargo, ahora quedó solo y depende de su trabajo para subsistir.
Este vendedor asegura que lo más difícil del comercio en la calle es el clima y los días en los que hay poca venta y no se logra ‘bajar bandera’.
“Para alimentarme toca primero vender. Entre desayuno y almuerzo me gastó $17.000. Si me va bien puedo llevar algo para preparar comida. Además, me toca pagar $60.000 mensual para el parqueadero de mi puesto. A veces uno no hace ni $10.000 en el día”.
Para ahorrar lo del transporte camina desde la casa al trabajo. No obstante, las labores de pie por más de cuatro décadas le pasaron factura y se le dificulta caminar. Dice que, por fortuna, tiene seguro médico y lo atienden “bien”.
12 horas, en promedio, trabaja un vendedor informal en las calles de Bucaramanga.
Por su parte, Álvaro Benítez, es vendedor de ropa deportiva en un puesto callejero en la calle 36 con carrera 16 de la capital de Santander. Lleva 42 años en las ventas informales y entre otros, comerció con frutas, verduras, CD’s y ahora con camisetas de equipos de fútbol.
El hombre abre su negocio a las 8:00 a.m. y su jornada se extiende hasta las 7:00 p.m. Debe alimentarse en la calle y como no tiene Sisben, cada vez que se enferma le toca buscar medicamentos en droguería para aliviar sus dolores y continuar con su labor.
“Esta labor tiene sus altibajos. Hay días que se hace lo del diario y otros que no se hace ni para comer. Las ventas en la calle son duras, pero toca insistir porque no hay más opciones de empleo”, aseveró Benítez.
Otro de los inconvenientes de no contar con un empleo informal son los señalamientos o malos tratos por parte de compradores y otros comerciantes.
“Hay personas que nos menosprecian o nos tildan de ladrones o drogadictos. También toca hacer respetar el puesto de venta de quienes quieren adueñarse de lo que uno ha construido”, expresó.
Flor Mora Quintero también tiene un puesto ambulante de prendas de vestir y este año completó 10 años de labores.
Para que lo que gana a diario le rinda, optó por desayunar café y pan en su casa, preparar almuerzo y llevarlo al puesto de trabajo. Cuando termina la jornada laborar prepara alimentos en su hogar.
Otra de las estrategias que tiene es llegar a trabajar antes que los demás y aprovechar clientes madrugadores.
“Llego a trabajar a las 6:30 a.m. y me voy hasta las 7:00 p.m. Como pago arriendo y tengo una niña menor de edad a cargo me toca alargar la jornada de trabajo”, indicó.
Las dolencias más comunes que la quejan son dolores de espalda por empujar las ‘zorras’ en las que exhibe la ropa, gripas por el polvo y la lluvia y estrés cuando no logra vender lo suficiente durante el día.
Aunque cuenta con seguro médico, confiesa que nunca ha cotizado en un fondo de pensiones porque nunca ha tenido un sueldo fijo.
Los tres vendedores de estas historias coinciden en que las ventas informales necesitan orden y reglas claras por parte de la Alcaldía de Bucaramanga porque se produjo una llegada masiva de nuevos vendedores, que hacen que la lucha por el rebusque sea más complicada y la ausencia de autoridad facilitó conflictos entre unos y otros.
De acuerdo con cifras de los mismos vendedores, en el Centro de Bucaramanga actualmente se ubican hasta 1.500 comerciantes informales entre las calles 33 y 36.