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Mi oficio Q’hubo: El señor de los postres de Bucaramanga

Don Alejandro fue un marino. Un miembro excepcional de una tripulación, la figura más respetada: el chef, o el ‘cook’, como usualmente los llaman.

En su propia ‘nave’, este chef en ruedas recorre la ciudad para llevar hasta el paladar del cliente, un gran bocado de felicidad.

Su indumentaria lo convierte en un personaje que no pasa desapercibido. Un gorro de chef, con un ancla bordada; una pipa humeante y un vestido que resplandece por su limpieza, sorprenden al transeúnte, que ante esta pintoresca escena posa su mirada en él.

Don Alejandro Arcila Jiménez lleva cerca de 27 años en Bucaramanga, dedicado al negocio de los postres y la pastelería. Su fama llegó desde el mar, conquistando la región andina con su sazón.

Santandereanos tuvieron su primer encuentro con él, en el Rodadero, la joya turística de Santa Marta.

“Yo vendía postres y pasteles en la playa, varias personas de Bucaramanga apreciaron mis alimentos y eso me dio una señal para llegar a esta ciudad”, contó.

Cuando Alejandro ‘desembarcó’ en tierra santandereana, su negocio despegó.

Aquellos turistas que alguna vez conoció en la costa se convirtieron en sus clientes frecuentes. Se estableció con su esposa, Jazmín, en el barrio Álvarez y, justamente en este sector, se ‘cocinó’ su emprendimiento.

“Mi maravillosa esposa aprendió a cocinar conmigo y ambos empezamos a hacer los postres y pasteles que las personas querían”, señaló don Alejandro.

Bumangueses que lo ven en su puesto ambulante, que instala en la carrera 34 con 48, lo reconocen e inmediatamente lo saludan como si se tratase de un familiar o un viejo amigo.

La mayoría se detiene y le compra uno de sus productos más apetecibles: las hojaldres de arequipe y bocadillo.

El secreto de su cocina

Lo que más inquieta a una persona que disfruta comer es la receta de ese manjar que prueba con tanta pasión; y el secreto que esconde este chef lo lleva guardado en su sombrero.

La insignia del ancla bordada en su gorro de cocinero habla más de este hombre que su propia comida.

Don Alejandro fue un marino. Un miembro excepcional de su tripulación, la figura más respetada: el chef, o el ‘cook’, como usualmente los llaman.

“Un cocinero es la persona más valorada en una tripulación. Ni siquiera un capitán puede discutir con él. La figura del chef es importante para los marineros, porque les recuerda a su mamás, pues uno encarna la persona que los cuida”, agregó.

Por al menos 20 años, este barranquillero trabajó en varios barcos, recorriendo el mundo y aprendiendo, cada vez más, sobre la cocina.

Este hombre contó que su relación con la comida la heredó de su padre, de origen caldense, a quien le gustaba crear sabores. Sin embargo, don Alejandro afirmó que el lugar en el que más aprendió a cocinar fue en Alemania.

En una ciudad al norte de este país, experimentó más sobre las preparaciones de carnes y embutidos. De esta experiencia nació uno de sus talentos: las cenas navideñas.

Un ‘chef’ a domicilio

Este marinero también trabaja en fiestas o celebraciones especiales. Las personas que conocen de su talento, lo contratan para elaborar comida mediterránea, árabe y francesa.

Este hombre se define como un auténtico chef, que respeta la cocina y a aquellos anfitriones que abren las puertas de su hogar y le permiten tomar lugar en la cocina.

“Un cocinero debe respetar el sitio. No estar pendiente de conversaciones ajenas y sobre todo, ser comprometido con el banquete que dará a sus comensales”, señaló don Alejandro, poniéndose su pipa en los labios.

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