Javier Navarro Rodríguez era admirado y muy querido en Berlín, Santander. A sus 18 años era independiente, vivía solo y se ganaba el sustento arrancando cebolla o -a veces- reparando motos.
Tenía una Suzuki que había comprado con mucho esfuerzo, era su vehículo de transporte.
Era responsable y valoraba la vida. No era aficionado a la adrenalina, al contrario, era muy precavido. Cuentan sus conocidos.
“Cuando se iba a subir a la moto me decía que no lo llamara, siempre tenía cuidado”, contó una amiga.
Pero a la prudencia de Javier al conducir, se le atravesó un infortunio cuando se movilizaba por la vía Berlín-El Picacho, el sábado hacia el mediodía.
Cuando iba por el sector de La Playa, un vehículo de placas CCN-065 que al parecer habría invadido el carril contrario, fue directo hacia Javier y su máquina.
El motorizado no pudo esquivarlo y terminó colisionando con el lateral izquierdo del automóvil.
Salió expulsado y cayó tendido al asfalto, agonizando. Varios conductores se acercaron pero su estado era tan delicado que prefirieron no moverlo por temor a que pudiera ser peor.
Aguardaban la llegada de una ambulancia para que profesionales de la salud lo atendieran, pero los testigos manifestaron que nunca llegó.
El destrozo del carro evidenció la magnitud del golpe. Fue suficiente para que la existencia del Javier se apagara debido a los múltiples politraumatismos que sufrió. No tuvo oportunidad.
La vía estuvo colapsada en lo que las autoridades de tránsito realizaban el peritaje del accidente.
“Era una gran persona, muy sencilla y humilde. Le gustaba mucho trabajar, qué triste su muerte”, agregó la amiga. Pero ya no volverá jamás con ellos.