Mauricio Beltrán Rodríguez bajó a pie, calmado, por la calle 50 del barrio La Concordia de Bucaramanga, bordeando la plaza de mercado, rumbo a esa frontera urbana donde las carreras 18 y 19 se fusionan de manera extraña. A los pocos minutos lo vieron correr en sentido contrario con el rostro lívido, desencajado, horrorizado…
Quizá cojeaba, pocos lo recuerdan, pero ya iba herido.
Cuando giró hacia la cuadra donde trabajaba como mecánico, al final de la llamada ‘Calle de los Cascos’, un trío de sicarios lo esperaba… No le dio ni la hora. Lo atacaron a tiros sin cuartel.
Rodríguez tuvo la certeza de que si no huía lo acribillarían.
Desbocado, con el corazón a mil, con la certeza de la muerte respirándole en la nuca, intentó refugiarse en varios locales sin éxito.
Entonces, de manera instintiva pensó que aquella tropelía de vehículos aparcados en las aceras podrían servirle de trinchera, quizá de escondite.
Los asesinos, como lobos en estepa lo rodearon, lo vieron y se le aproximaron.
“… Ellos van a lo que van ñero. Los manes lo vieron ahí y se le fueron con todo. Él (Mauricio) estaba detrás de una camioneta acurrucado, porque ya se vio acorralado…”.
Uno de tantos ‘espectadores’ lo vio todo.
“Él se agachó. Ya no se podía meter en ninguna parte; ya tenía la moto al lado. Él se agachó y le dieron a quemarropa. Después que le pegaron el primero, uno de los manes se bajó y le metió los demás… sonaron como cuatro…”.
A aquellos criminales no los amilanó ni siquiera el ‘público’ que hacia las 5:00 de la tarde merodeaba por el comercio de la zona.
Se dieron el lujo de ‘estacionar’ las motos muy cerca de donde sabían ya estaba Mauricio tendido con un disparo en una pierna.
Después, a sangre fría, se le acercaron y le hicieron tres disparos más.
Beltrán Rodríguez habría tratado de interponer una de sus manos para protegerse porque se la perforaron. De los otros impactos, el letal fue en la cabeza.
“Eso cuando vienen por alguien no le dan a más nadie…”, espetó alguien entre aquel tumulto que ya rodeaba el cadáver exánime, aún tibio de aquel hombre de 39 años.
Algunos creyeron que los impactos eran el eco de pólvora, pero eran los disparos ahogados de un arma a la que le habrían adecuado una especie de silenciador.
¡Despierte, despierte!
Con una calma espantosa, los asesinos regresaron al lugar donde habían aparcado las motos, se subieron y emprendieron fuga, ‘sin mayor aspaviento’ dijeron.
Luego, cuando ya la noticia había llegado a los suyos, aparecieron dos mujeres.
¡¡Mauricio!! Descontrol, alaridos salidos del alma, estupor, drama, dolor.
Una de aquellas mujeres atravesó el cerco que custodiaba la escena para llegar hasta donde yacía tendido Beltrán.
Lo sacudió, lo estrujó como queriendo despertar con él de la pesadilla de la muerte. Ya se había ‘ido’.
Eran la esposa, sus hijas y después, empujadas en frenesí por la mala noticia, llegó la mamá…
Se arrodilló, pidió clemencia alzando los brazos hacia el firmamento, suplicó perdón…
Problemas por drogas y hasta homicidio
Entre los sollozos y los alaridos intermitentes de aquel grupo de mujeres, se escuchaban los mensajes entrecortados de los investigadores que llegaron, indagando con las centrales sobre los antecedentes y los escabrosos detalles del asesinato.
Óscar Mauricio Beltrán Rodríguez, quien se presume residía en Lebrija, tenía dos órdenes de captura vigentes -aún no notificadas- por homicidio y hurto.