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El bumangués que vivió el ataque a las Torres Gemelas

Los recuerdos de aquel 11 de septiembre de 2001, el día del ataque terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York, siguen grabados en la memoria de aquellos que lo vivieron en carne propia, como el periodista bumangués John Rojas.

Para el periodista bumangués John Rojas, “septiembre es un mes pesado”, aún viviendo fuera de Nueva York, hace ya más de cuatro años. Actualmente reside en Portland con su esposa y dos hijos.

Vivió 15 años en ‘La Gran Manzana’, donde trabajó como escritor, productor de un canal de noticias y comentarista de transmisiones de radio de uno de los dos equipos de fútbol de la ciudad, NY City Football Club. Fue testigo de primera mano de ese martes 11 de septiembre de 2001, cuando dos aviones de pasajeros se estrellaron contra las Torres Gemelas de Nueva York.

Había llegado a finales de julio de ese año y vivía frente a la escuela de periodismo de la Universidad de Nueva York (NYU), a media cuadra de Washington Square Park, una zona cercana al World Trade Center, WTC, donde se alzaban las Torres Gemelas.

Esa soleada mañana de septiembre en Estados Unidos fue una experiencia que marcaría su vida. Experimentó un frenesí de acontecimientos que empezaron un poco antes de las 9:00 de la mañana, cuando el primer avión impacta contra la Torre Norte, y terminaron casi a medianoche de esa jornada, con la última persona rescatada con vida de entre las ruinas del WTC.

Una tragedia transmitida en vivo a todo el planeta. El centro financiero de Nueva York, en el Bajo Manhattan, pasó, en dos horas, de ser la meca comercial mundial, a una zona de escombros, columnas de humo espeso y cadáveres por doquier.

Huir del caos

“Son todas las sensaciones a la vez. Primero la preocupación por los familiares y personas cercanas esa mañana. Dónde estaban, qué estaban haciendo y que estuvieran a salvo; el intento fallido múltiples veces para comunicarse con familiares en Colombia para dejar saber que estaba todo bien en casa”, relata este periodista de 46 años.

También desplazarse de un lugar a otro, literalmente huyendo, fue otro drama. Tuvo que caminar horas para salir de Manhattan, “donde nos pudiéramos encontrar (con su familia) y reunir para pasar la noche juntos”.

En un día laboral corriente, hasta 50.000 trabajadores asistían al World Trade Center y más de 100.000 personas transitaban a sus alrededores.

En su caso, pasó la noche con 20 personas en un apartamento en Elmhurst, Queens. Recuerda que era una noche calurosa “y debió haber sido el final de un día de elecciones locales, terminó siendo una de poco dormir, con mucha gente sentada en los pórticos de sus edificios, contándose la aventura del día para llegar y tratando de descifrar qué iba a pasar al día siguiente”.

Fue un día que le dejó imágenes sobrecogedoras y dolorosas: Gente en pánico, caos, personas corriendo despavoridas por los puentes para salir de Manhattan.

Fue tal el trauma, que durante mucho tiempo, para él, pasar por cualquiera de los puentes, incluso conduciendo, traía a la memoria esas imágenes, al igual que al ver cualquier avión cerca a “La Ciudad”, como popularmente se le conoce en Nueva York a la isla de Manhattan, especialmente teniendo en cuenta que el espacio aéreo fue cerrado por completo como primera vez en la historia, ese 11 de septiembre.

De hecho, dos de cada tres estadounidenses creen que los ataques terroristas, de hace dos décadas en su país, les cambió su vida para siempre, mientras que un importante número de ellos continúa expresando miedo a volar, subir a rascacielos y a viajar en general.

Aunque no perdió familiares ese día, ni la tragedia lo tocó con víctimas que fallecieron después, en medio de los esfuerzos por recuperar cadáveres y remover escombros, víctimas de cáncer o enfermedades derivadas del asbesto y materiales nocivos generados por los incendios posteriores, ha estado de luto durante estos 20 años.

Lo inimaginable

Para él es inimaginable el dolor de quienes perdieron a seres queridos, más aún quienes enterraron o cremaron documentación, zapatos o ropa, porque fue lo único que recibieron como prueba de la muerte de un familiar.

Sin mencionar, que hay 1.100 fallecidos, el 40% de las víctimas, que siguen sin ser identificadas, cuando ya se cumplen dos décadas de la tragedia.

“Por varios años lloré cada 11 de septiembre, sentí angustia en mi trabajo como productor en las transmisiones de las ceremonias, viví con mucha intensidad la inauguración del Monumento de recordación en el lugar donde estaban las Torres y especialmente la apertura de la pileta que conmemora a las víctimas” con los 2.977 nombres forjados en una placa de bronce, confiesa.

La lectura de los nombres de las víctimas, el sonido de las campanadas para recordar los momentos en que los aviones impactaron las Torres Gemelas y los discursos, han sido siempre un momento muy conmovedor.

Vivió el día a día de cómo la ciudad se recuperó y convertida en un campo de construcción a la misma vez que de lamentos de los dolientes. “Con los años, estuve como productor de televisión, a cargo de la transmisión en español de varias de las ceremonias anuales de recordación”.

Por esa razón John sentía un deber y una responsabilidad extra en la calidad y el respeto durante las transmisiones de televisión cuando trabajaba. Incluso, lo llevó a un nivel personal, cuando se tatuó en su pantorrilla izquierda la imagen de la Estatua de la Libertad “como recordatorio de que Nueva York, con su tragedia y con su vida diaria, me terminó de formar como persona y como profesional”.

A pesar de la tensión que afrontó ese día, aplaude la valentía de muchos que murieron por salvar a otros. “El espíritu de una Nueva York que no se detiene por nada y que al mismo tiempo que impulsa salir de una situación difícil, no para de hacer lo que hay que hacer para seguir adelante”, destaca.

Pero también reconoce cosas negativas tras el 11-S. “Como sociedad estadounidense hizo brotar en algunos sectores sentimientos de discriminación que probablemente vivían de manera más silenciosa”.

Hubo, además, mucho dolor entre quienes perdieron familiares y seres queridos, secuelas mentales en muchos neoyorkinos, “al tiempo que varias teorías de conspiración que intentaron dominar la escena por varios años”.

Los tiempos difíciles también vinieron. “La mayoría de las empresas cerraron por un largo periodo la contratación de personal nacido en el extranjero, lo cual afectó a muchas personas y proyectos que estaban encaminados, incluso uno personal”, recuerda este bumangués, quien en el pasado trabajó en esta casa periodística.

Hoy, 20 años después, John Rojas, protagonista indirecto de aquel fatídico 11 de septiembre, sentencia que “Nueva York sigue siendo la capital del mundo, la ‘meca’ del capitalismo, la ciudad que nunca duerme y que miles de víctimas forjaron durante sus cortas vidas”.

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