Después de la ‘medio bobadita’ de 14 ascensos al Chicamocha, mítico puerto de montaña de Santander, Colombia, al marco de ‘Griselda’, la bicicleta de montaña de Ezequiel ‘El Flako’ Fonseca Álvarez, no le caían gotas de sudor, sino de lágrimas.
Los ojos de ‘El Flako’ estaban inundados y era muy poco lo que podía ver en medio de los grises que aparecieron luego de que uno de los motores que impulsan su vida, la pequeña Emily Sofía Fonseca Ballesteros, no lo pudiera acompañar más en el reto que se había propuesto: escalar 17 veces el majestuoso Cañón, una de las Maravillas Naturales del Mundo.
Perdió la motivación, las fuerzas, y le dijo a su mamá, doña Rosalba Álvarez Vargas: “Me voy a retirar, no puedo más”.
Era ‘El Más’
Seis años atrás, a 380 kilómetros de distancia, en Bogotá, ‘El Flako’, con la visión un poco perdida por la ingesta de unas cuantas cervezas para la sed y el humo de su inseparable ‘amigo’, el cigarrillo, analizaba cuál era la mejor alternativa para realizar una carambola a tres bandas, que parecía imposible, pero que necesitaba ejecutar con precisión con el fin de ahorrarse la cuenta, en las acostumbradas apuestas donde el que pierde, paga.
El bolsillo, además, no daba abasto y su medio de transporte, una motocicleta, le había ‘sacado la mano’ y valía más repararla que comprar una nueva.
Era ‘El Más’, el más borracho del barrio, el que más jugaba billar y el más desconsiderado, porque llegaba a su pueblo, Guapotá, Santander, y en lugar de ir primero a saludar a su mamá y demás familiares, inmediatamente se dirigía al billar, a ‘echar pola’ a lo que marcara y a llenarse los pulmones de humo de cigarrillo.
El mejor consejo
En medio de una vida de irresponsabilidades, que lo tenían al borde del abismo, recibió el mejor de los consejos. Dice el adagio popular: “No hay mal que por bien no venga”, y la avería mecánica de su moto y la falta de recursos para arreglarla o cambiarla por una mejor, lo llevaron a aceptar el consejo de un amigo de comprarse una bicicleta.
De esta manera, tomó el ‘caballito de acero’ como medio de transporte, sin imaginarse que sería el ‘vehículo’ de escape seguro a una existencia con excesos; y al poco tiempo fue invitado a realizar rutas en los fines de semana.
Como quien no quiere la cosa, se llenó de valor para enfrentar las subidas más empinadas cercanas a Bogotá, que lo pusieron a sufrir de lo lindo, porque como todo principiante, se fatigaba hasta subiendo un ‘policía acostado’ (reductor de velocidad), pero la satisfacción era mayor cuando trepaba, por ejemplo, a Patios, que aparentaba ser una cuesta inalcanzable, o sus piernas se devoraban cientos de kilómetros.
De las molestias que se manifiestan por el consumo de alcohol, pasó a los dolores naturales luego de una jornada de ‘leño’ con sus compañeros de rodada y, sin dudarlo, prefirió la segunda opción. Sin embargo, había un oponente que le impedía rendir mejor en la ‘bici’, al que debía dejarle el polvero.
“Usted tiene las condiciones para ser un buen ciclista, pero tiene que dejar el cigarrillo”, le dijo un compañero de aventuras ciclísticas, y aunque le costó varios meses doblegar a la adicción, este admirador de Nairo Quintana, seguramente el mejor ciclista colombiano de la historia, demostró que tiene una mentalidad que lo empuja hacia adelante sin importar las adversidades.
Las raíces
A 154 kilómetros de Bucaramanga, y a 272 de Bogotá, se encuentra el municipio de Guapotá, en la provincia comunera, del que el bloguero Germán Vallejo sostiene que tiene más árboles que casas y en las amplias calles, más lajas de piedra que basura. Todo es diferente y amable, blando y gustoso como las panelitas de arroz.
Allí se crio Ezequiel Fonseca, un ‘loco’ que nació en Oiba y encontró en la bicicleta la mejor manera de decirle a la gente que podemos ser más fuertes de lo que hemos podido imaginar, y quien recibió la mejor educación de sus padres, en la que los principios y valores están a la orden del día.
Valores que, por ejemplo, lo conducen a respaldar a quienes más lo necesitan, como a Mario Andrés Córdoba, un para atleta santandereano que necesita mejorar su silla de competencias, para no correr en desventaja con sus contrincantes en los eventos nacionales e internacionales; o a Erick Vargas, quien le da la vuelta al país en ‘dos ruedas’ y le hace honor a la frase: “De los mayores placeres que hay en la vida, uno es ir en bicicleta”.
Practicó el microfútbol, pero de manera muy recreativa, porque eso de pisar el balón, tirar gambetas y hacer goles, no eran su especialidad; se enamoró de la música de carranga, esa que todavía escucha a ‘toda mecha’ mientras se le mide a rutas salvajes, en las que los puertos de montaña y el kilometraje superan, con mucha facilidad, a las etapas reinas de las Grandes Vueltas: Tour de Francia, Giro de Italia y Vuelta a España.
“En mi tierra yo me siento como un rey, un rey pobre pero al fin y al cabo rey, mi castillo es un ranchito de embarrar y mi reino todo lo que alcanzo a ver”, dice una de las estrofas de su canción preferida, ‘El Rey Pobre’, de Jorge Velosa, que cuando la pone en medio de la ruta, lo estimula a bajar un par de piñones, pararse en los pedales y acelerar el paso mientras, como dice Mario Sábato, el locutor argentino, ‘baila que baila’ sobre ‘Griselda’, la bici de ciclomontañismo, o ‘La Mugrosa’, la bici de ruta, a la que saca poco ‘a bailar’, pero entiende que es necesaria para mejorar su desempeño y también al momento de los recorridos en pavimento.
Seducido por el ultrafondo
Luego de un par de años de practicar el ciclismo de montaña y apuntarse a varias pruebas, con buenos resultados, notó que lo suyo estaba estrechamente emparentado con las largas jornadas sobre ‘Griselda’ y ‘La Mugrosa’, disfrutando de la compañía de los demás deportistas, del paisaje, de una, ahora sí solo una buena cerveza, y de un baño en la quebrada o río que se topa en el camino.
Entró, con una cadencia alta, tratando de preservar la fuerza de sus delgadas pero potentes piernas, en el ciclismo de ultrafondo, el cual, se distingue por trayectos que generalmente exceden los 200 kilómetros y los 5.000 metros de desnivel positivo.
Así se cruzó en el sendero del Everesting, un reto relativamente nuevo que está ganando, a alta velocidad, adeptos entre la comunidad de los aficionados a la disciplina de las bielas y los pedales, que consiste en acumular, en una sola sesión y subida, el desnivel positivo del monte Everest: 8.848 metros. Sirve cualquier cuesta, bien sea un puerto de tercera o de categoría especial.
En este tipo de pruebas logró comprobar que los límites son mentales, porque se transformó en un experto en soportar las ‘pájaras’ más severas y continuar empujando los pedales, muchas veces con el corazón, porque hay instantes donde las piernas no dan más.
Algunos le dicen desocupado, otros no se ahorran calificativos para elogiar lo que hace y él, simplemente, sigue lo que le dicta su corazón.
Un corazón noble, característico del santandereano de provincia, pero a la vez fuerte y capaz de reinventarse para pasar las páginas más oscuras y meterse de cabeza en su nuevo estilo de vida.
Ahora, además, este técnico en seguridad electrónica, que tiene una voz a la que se le siente la calle, que mira de frente y dice las cosas como las siente, sin adornos, es un mecánico de bicicletas, tiene un taller en Bucaramanga donde ama armar y desarmar ‘naves’ y organiza ciclopaseos y pruebas de largo aliento, en las que cada día congrega a más ‘locos’, que como él, le encuentran el gusto a pasar horas sobre la bicicleta.
Los últimos kilómetros
Le faltaban tres ascensos al Cañón del Chicamocha, alrededor de 90 kilómetros, para lograr la locura del triple Everesting, pero estaba a nada de poner pie a tierra y renunciar, luego de que a su hija se la tuvieron que llevar, sin alcanzar a despedirse.
No podía contener el llanto, la bici la movía por inercia y ni siquiera su mamá, que lo acompaña en todas las grandes travesías, que se llena de orgullo al hablar de su hijo y que es la “mejor nutricionista del mundo”, podía persuadirlo para que no renunciara.
Para el ultrafondo se necesita estar fuerte de cabeza y a Ezequiel se le vio débil en ese momento, pero en el ciclismo que él practica la amistad cobra un valor que no tiene precio. Justamente, los compañeros a los que motivó a salir adelante, a luchar, a exigirse, que como describe “quizá no son los ciclistas más élites, pero sí los mejores amigos”, le dieron una frase que lo ‘levantó de la lona’ y lo condujo, como si no tuviera 1.000 kilómetros encima, a ir por la hazaña con mucho ahínco.
“’Flako’ usted está acá porque dijo que iba a darle una razón a su hija para decir ‘yo estoy orgullosa de mi papá’, así que hágale”, nos contó en su taller, mientras ajustaba el centro del velocípedo de un cliente y observaba, con una sonrisa de oreja a oreja, el dibujo que le hizo ‘la bendición’, donde se alcanza a leer: “Papito, pronto regresaré a estar contigo, te voy a extrañar”.
Su vida pasó en un ‘flashback’ que trajo la secuencia de sus otros grandes ascensos hasta ese 5 de abril de 2023, entre ellos La Vega (cinco veces), Patios (20), y Pesque y Coma (17), y todo lo que superó para salir adelante, como el trago, el cigarrillo y el divorcio.
Con la reserva de energía con saldo en rojo, pero una determinación imperturbable, ‘El Flako’ levantó los brazos en el Alto de Aratoca (tras 28.301 metros de desnivel, 1.009 km y 99 horas), que ha sido el reto más difícil, aunque recientemente tuvo nuevas muestras de su tenacidad, con la escalada nueve veces a El Picacho, otro coloso puerto de montaña, a 3.400 metros sobre el nivel del mar, y las 27 trepadas al Peaje de Lebrija.
Ya tiene a cuestas ocho Everesting, pero va por más, porque desea que el ultrafondo sea tendencia en Santander y sueña con tener una Academia para seguir aprendiendo y también guiar a los ciclistas de largo aliento.
Con la energía que irradia y una mentalidad capaz de doblegar cualquier inconveniente, ‘El Flako’ está más cerca de cumplir con sus metas, así para muchos sean irrealizables.