En una casa naranjada, enmallada y oculta entre un matorral y dos árboles, ubicada en Segovia (Nordeste antioqueño), cuentan que vieron por última vez al niño Maximiliano Tabares Caro. Los testigos relatan que el pequeño de 6 años de edad entró allí con su mamá, a estrujones y oponiendo resistencia, como si le diera miedo, el mismo que les da a otras personas de la zona. El temor ha estado fundado en el ambiente sombrío que emana de la vivienda y en múltiples rituales que solían hacerse allí cuando el reloj marcaba la medianoche.
Y el miedo empeoró cuando sobre el lugar se posaron las miradas en medio de la búsqueda de Maximiliano, que en Segovia, y el municipio vecino Remedios, recuerdan por su alegría y carisma.
La vivienda está ubicada en el barrio Gaitán, a unos 10 minutos del parque principal de Segovia, que está en remodelación. Los vecinos cuentan las historias interrumpiéndose unos a otros: dicen que la noche del 20 de septiembre pasado vieron entrar a Maximiliano, a su mamá y a su padrastro a la casa naranja, que sería la de su abuela.
“Yo vi cómo entraba al niño y, mejor dicho, si ella fuera mi mujer y el niño, mi hijo, el problema sería grandísimo. Lo que no nos imaginamos era lo que iba a pasar después”, dijo uno de aquellos vecinos, quien al momento de preguntarle su nombre prefirió no decirlo para evitar ser señalado.
Ese 20 de septiembre comenzaron a verse después de la medianoche, algunas llamaradas y sonidos extraños que muchos vecinos miraban desde la distancia por el miedo que esto les generaba. Uno de ellos hizo de lado sus temores, se subió a un árbol y grabó cómo, según lo relató, “prendían veladoras, hacían movimientos extraños y se ponían cruces al revés”.
Esos rituales, que se atribuyen a la secta satánica conocida como Los Carneros, dejaron de realizarse un día después, el 21 de septiembre, cuando se denunció la desaparición de Maximiliano. “Por la noche comenzaron a quemar ropa y se vio que la mamá salía con las cenizas de la vestimenta que tenía el niño para que se las llevara el carro de la basura, que pasaba justamente ese día”, comentó uno de los vecinos del barrio Gaitán.
Posterior a eso, decían todos los residentes, la oscuridad se tomó la casa. Antes se veía que apagaban las luces a las 6:00 de la tarde para prenderlas y hacer bulla a la medianoche. Después de eso, la casa siempre se vio oscura y a veces se asomaba la abuela, quien hizo algunos reproches cuando las autoridades fueron a preguntar por el niño.
No volvió al colegio
Si bien el 21 de septiembre fue la fecha en la que se perdió el rastro de Maximiliano de manera oficial, en la Institución Educativa Santo Domingo Savio, de este municipio, no se le vio más desde el día 9 de ese mes, cuando fue por última vez a estudiar al preescolar.
“Cuando faltó la primera semana, nosotros nos contactamos con la mamá y ella nos dijo que estaba enfermo, que al lunes siguiente lo llevaba. Incluso, se le dijo que se le entregaban las actividades para que se pusiera al día, ella no prestó mucho interés”, dijo un empleado de la institución.
Pero a la semana siguiente, al cuestionársele por qué Maximiliano no regresó a estudiar, la mamá, según informaron desde el colegio, dio la misma excusa, pero sin especificar las dolencias que tendría el niño. “Luego de eso, me bloqueó a mí del WhatsApp y no le volvió a contestar a la profesora. Nos enteramos de la desaparición y, días después, se salió del grupo de padres de familia”, agregaron.
Hablar de Maximiliano en el colegio es un motivo para que las conversaciones se interrumpan y las lágrimas mojen los rostros de los docentes que lo conocieron. “Era un niño muy alegre y carismático”, dijeron, mientras contaban que en su salón se volvió un lugar santo el puesto que ocupaba. Los compañeros, de la misma edad que él, no permiten que nadie se siente en la silla que llenó este menor de edad hasta que terminó la jornada académica del 9 de septiembre.
Los implicados
Los capturados por la desaparición de Maximiliano fueron tres parejas sentimentales, quienes se habían juntado para buscar guacas de oro por medio de rituales satánicos, según las indagaciones de las autoridades y los comentarios de cada esquina en Segovia y Remedios.
Una pareja era la de Sandra Patricia Caro Pérez, alias “La Cacica” y mamá del niño, y Fabio Andrés Carmona Ramírez, alias “Líder” y padrastro de Maximiliano. Ambos residían desde hace cuatro meses en el barrio La Primavera, en Remedios, límites con Segovia.
Según relató un vecino cercano a la familia, lo ocurrido con este niño los tomó por sorpresa porque nunca se vieron comportamientos extraños con él, más allá de un cambio de actitud repentino que se dio hace dos meses.
“Ella estaba trabajando en una mina y se salió, al igual que él. De ahí comenzaron a entrar y a salir todo el tiempo de la casa, pero no se puede decir que estaban haciendo algo con el niño. Tanto que ni se escuchaban gritos o actos de violencia”, señaló.
Pero al saberse de la desaparición, hasta allá llegó medio centenar de indignados y con los objetos que encontraron atacaron la propiedad, donde esta pareja y Maximiliano se hospedaban en la noche del 23 de septiembre, hecho que obligó a Sandra y a Fabio Andrés a salir del pueblo para ocultarse en Bello, norte del Valle de Aburrá.
Inicialmente, la mamá dijo que el 20 de septiembre, a las 7:00 de la mañana, mandó al niño a la tienda y que nunca volvió. Posteriormente, la versión fue refutada porque en cámaras de seguridad no quedó grabado el pequeño yendo a la tienda y, ese mismo día, hubo gente que lo vio en horas de la tarde.
“La gente comenzó a sospechar de ella porque era impávida, como si no hubiera pasado nada. Además, fue muy extraño que ella lo mandara a las 7:00 de la mañana a una tienda que la abren a las 9:00”, relató la vecina.
La segunda pareja vinculada fue la de Róbinson Esmit Arboleda Ramírez, alias “Orejas”, y Susana Ceballos Zapata, alias “Discípula”. Ambos vivían en la casa aledaña a la de la mamá y el padrastro del menor de edad y habrían tenido vínculos con estos rituales.
Finalmente, la abuela del niño, Damaris Estela Pérez Escalante, alias “Mary”, quien residía en la casa donde se habrían hecho los rituales, tendría vínculos sentimentales con Fabián Alberto Monsalve, alias “Meditador” .
A los seis les estaban realizando las audiencias, a puerta cerrada, en Medellín, para responder por los delitos de concierto para delinquir, desaparición forzada agravada, tortura agravada, encubrimiento por tortura y lesiones personales con deformidad permanente. Al cierre de la edición continuaban las audiencias de legalización de captura, imputación de cargos y medida de aseguramiento.
“En dos semanas logramos materializar estas capturas, quienes se dedicaban a hacer ritos satánicos y la desaparición del niño obedece a estas prácticas”, señaló el coronel Jhon Alzate, director de Protección y Servicios Especiales de la Policía Nacional.
Un exmiembro de la secta, conocido como “Kaiser”, señaló que se había retirado por las torturas y los malos tratos, que pasaban por quemarlo con un cuchillo para marcarle una cruz o punzarle los testículos con una jeringa. Pese a su distanciamiento, lo citaron para participar en un ritual la noche del 20 de septiembre.
“Esa noche me dijeron que fuera a la casa de Damaris para sacarle un espíritu a Maximiliano, porque este lo estaba obstaculizando para que encontrara una guaca. Ellos debían sacárselo. Al día siguiente, me entero que el niño estaba desaparecido”, relató.
Sin pistas
En una zona boscosa del barrio Manzanillo, de Segovia, al lado de una laguna de la empresa minera Gran Continental Gold, se presume que se habrían hecho algunos rituales de esta organización. Agentes del CTI de la Fiscalía han acudido al lugar, oculto entre decenas de árboles, buscando pistas en puntos donde han encontrado cruces y otros elementos.
“Hay gente que dice que han soñado con que el niño se encuentra en una zona con grandes proporciones de agua, pero hasta el momento nadie ha podido encontrarlo”, dijo un habitante de Segovia cercano al caso. Aunque han cavado algunos huecos para ver si encuentran su cuerpo, hasta el momento no hay ninguna evidencia sobre su paradero.
María del Carmen Bernal, abuela paterna de Maximiliano, realiza todas las noches una velatón con la esperanza de que aparezca su nieto con vida, para poderle volver a dar un abrazo.
“No pueden decir ya que mi niño está muerto. Nosotros aún conservamos la esperanza de que aparezca, ojalá con vida. Mientras tanto seguiremos unidos, pidiendo por ello y porque se haga justicia por este hecho tan aberrante, que no nos alcanzamos a imaginar que le podía pasar a él”, concluyó.