Un mundo felino entre criptas, leyendas que se tejen alrededor de cientos de gatos que pululan en tierra de muertos. Son casi imperceptibles; deambulan por aquel mundo silencioso, donde sus pisadas apenas retumban.
Es el cementerio de Santa Cruz de Mompox, Bolívar, donde los artesanos hacen maravillas con el oro; eco brillante de un oficio escrito en letras doradas y que esta semana se volvió a escuchar en todo el país, pero por plata. Sí, por los más de doscientos millones de pesos que se llevó una banda de forajidos de una de las joyerías locales de este Distrito Especial Turístico. No en vano es la fama de que cuando las sandalias de los momposinos se sacuden, el polvo es valioso.
Y ahí, en el barrullo de aquel escandaloso asalto, salen otra vez a la luz estos sigilosos amigos de la penumbra que se reproducen tanto como sus acérrimos enemigos los ratones. En el corazón de esta maravilla declarada Monumento Nacional en 1959, Patrimonio de la Humanidad, se pasean con sus pelos rizos, su cola en alto como antena buscando sintonía, a 248 kilómetros de la capital del departamento, entre Pinillos y San Fernando.
Y así como las murallas quedaron talladas en la historia de Colombia, los amos de la noche van escribiendo la suya propia. Tienen una página en este Macondo real al que se unen cuentos y leyendas, como la de que desde 2001 cuando en el pueblo se corrió la voz de que se había muerto a los 33 años, Alfredo Serrano, un comarcano a quien todos conocían como «El Gato», los mininos comenzaron a trastearse.
A los pocos días de la partida de aquel humano con apodo maullador, apareció cerca a su catafalco una gata que tuvo su primera cría a la sombra de su fría lápida. De ahí en adelante las camadas se han multiplicado como los aullidos en plenilunio. Y claro, no faltan los mitos: Que es un pacto con el diablo, que el alma de aquel cadáver sembrado entre lozas hace ya 20 años tiene conexión espiritual con los bigotudos que han hecho de los huesos su hábitat natural.
Nadie ha vuelto a preguntar por los $200 millones que se robaron, pero quienes van al caserío de los orfebres buscan la forma de sacar espacio en la agenda para visitar el barrio de los acostados donde los únicos inquilinos se dan el lujo de tener siete vidas.