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Tragedia en Chocó: huyendo de la lluvia se les vino la montaña encima

El deslizamiento de tierra en El Siete, en la vía Medellín-Quibdó, causó la muerte de 34 personas, mientras que hay otras 11 desaparecidas. Los cadáveres fueron trasladados a Medellín.

La imagen que lo recibe a uno en El Siete, el punto exacto en el que sucedió esta nueva tragedia en la carretera nacional Medellín-Quibdó, la que algunos lugareños prefieren nombrar como “La Trocha de la Muerte”, es sobrecogedora.

Como si estuviera emergiendo de la tierra, cual brote de una planta, un vehículo completamente destrozado por la fuerza de la naturaleza da testimonio de la furia de la montaña tras los prolongados aguaceros de las dos jornadas anteriores que produjeron la avalancha mortal y que empujó enormes rocas tan grandes como casas y carros en este punto de El Carmen de Atrato, departamento de Chocó.

Solo queda imaginar la magnitud del diluvio que cayó y que causó el derrumbe que hoy enluta a 53 familias —34 muertos y 19 heridos— para que los residentes de una población acostumbrada a las fuertes lloviznas califique la precipitación como unos “aguaceros muy duros”.

Sobrecogedor es también el profundo silencio que sin mediar palabra pactaron los allí presentes, fueran rescatistas, policías, o familiares de desaparecidos mientras observaban las labores de rescate de las personas y los vehículos —que terminaron retorcidos como si de empaques de golosinas se tratara— que dejó la borrasca en ese pedazo de la calurosa selva chocoana.

La tragedia en El Siete es el producto de casualidades solo visibles en retrospectiva y que darían cuenta de la fatalidad tras el complejo mecanismo que es el destino. En la mañana de ayer, sobre el mismo punto se había presentado —producto de las lluvias intensas— un primer derrumbe inicial, de mucha menor proporción que el fatal pero con la suficiente magnitud para cerrar la vía momentáneamente.

Refugio que no contuvo la tierra

Sin embargo, cerca de las 4:30 p.m., la fuerza de las lluvias hizo de las suyas y desprendió el pedazo de montaña sin dar siquiera tiempo de gritar a sus víctimas. Nada detuvo la fuerza de la avalancha que solo vio interrumpido su paso más de 100 metros después cuando se topó con la fuerza del río Claro, relató un patrullero, quien dijo ser uno de los primeros testigos de la emergencia.

Con el pasar de las horas el mutismo en El Siete se va quebrando y como si de una pequeña babel se tratara se van conjugando diferentes acentos, como el antioqueño, el chocoano y el embera, todos con el mismo fin: conocer alguna noticia de alguno de los 11 desaparecidos que dejó la tragedia.

Uno de los congregados es Nelson Bejarano Valencia quien estaba buscando a su hija Katherine Bejarano, quien viajó desde el barrio Las Américas, de Quibdó, con destino a Medellín a donde tenía que ir a realizar unas diligencias personales.

“Antes de perder comunicación con ella, alcanzó a decirle al hermano que estaba en la caseta pero que se iba a mover de ahí porque estaban cayendo piedras. Eso fue lo último que supimos, desde entonces no aparece. Hemos buscado en todas partes, he revisado el listado y las fotos de los cuerpos encontrados pero nada. Guardo la esperanza de verla de nuevo, hermano. Porque la esperanza es lo último que se pierde. Espero que mi Dios me dé ese regalo de volverla a ver”, dijo con voz quebrada.

Por haberle hecho un favor a Katherine, Bejarano dijo sentir algo de culpa por la desaparición de su hija.

“Ella me pidió el favor de que le pagara el pasaje para venir a Medellín. Yo se lo hice con mucho gusto y mucho amor, pero si yo hubiera tenido alguna pista o corazonada de que esto iba a suceder, yo se lo hubiera negado. Me siento un poco culpable por haberle prestado esa plata, hoy me arrepiento de haberlo hecho”, explicó Bejarano con un hilo de voz.

Ante esta situación, los vehículos que venían de Medellín hacia Quibdó y viceversa quedaron atrapados en El Siete, por lo que sus ocupantes no tuvieron mayor remedio que refugiarse en la casona de la profesora Rocío Mazo y de su marido, el señor Alberto Ochoa, al lado de la carretera.

La casona funcionaba también como una especie de parador donde los viajeros no solo podían refugiarse del clima sino también alimentarse mientras amainaba la tormenta. La familia Ochoa Mazo estaba feliz pues una de sus hijas había retornado desde el exterior a la casa paterna para pasar vacaciones. “La hija había dejado los niños en Medellín que porque ya estaban muy grandes y se podían cuidar solos”, explicó uno de los rescatistas.

Sin embargo, cerca de las 4:30 p.m., la fuerza de las lluvias hizo de las suyas y desprendió el pedazo de montaña sin dar siquiera tiempo de gritar a sus víctimas. Nada detuvo la fuerza de la avalancha que solo vio interrumpido su paso más de 100 metros después cuando se topó con la fuerza del río Claro, relató un patrullero, quien dijo ser uno de los primeros testigos de la emergencia.

Con el pasar de las horas el mutismo en El Siete se va quebrando y como si de una pequeña babel se tratara se van conjugando diferentes acentos, como el antioqueño, el chocoano y el embera, todos con el mismo fin: conocer alguna noticia de alguno de los 11 desaparecidos que dejó la tragedia.

Uno de los congregados es Nelson Bejarano Valencia quien estaba buscando a su hija Katherine Bejarano, quien viajó desde el barrio Las Américas, de Quibdó, con destino a Medellín a donde tenía que ir a realizar unas diligencias personales.

“Antes de perder comunicación con ella, alcanzó a decirle al hermano que estaba en la caseta pero que se iba a mover de ahí porque estaban cayendo piedras. Eso fue lo último que supimos, desde entonces no aparece. Hemos buscado en todas partes, he revisado el listado y las fotos de los cuerpos encontrados pero nada. Guardo la esperanza de verla de nuevo, hermano. Porque la esperanza es lo último que se pierde. Espero que mi Dios me dé ese regalo de volverla a ver”, dijo con voz quebrada.

Por haberle hecho un favor a Katherine, Bejarano dijo sentir algo de culpa por la desaparición de su hija.

“Ella me pidió el favor de que le pagara el pasaje para venir a Medellín. Yo se lo hice con mucho gusto y mucho amor, pero si yo hubiera tenido alguna pista o corazonada de que esto iba a suceder, yo se lo hubiera negado. Me siento un poco culpable por haberle prestado esa plata, hoy me arrepiento de haberlo hecho”, explicó Bejarano con un hilo de voz.

Esa misma sensación de incertidumbre la comparte Bejarano con don Octavio Montoya, residente de Ciudad Bolívar, vecino municipio del Suroeste antioqueño desde el que vino para buscar el rastro de su hijo.

“Él trabajaba en el Chocó y venía con rumbo a Medellín, pero no llegó. Anoche me avisaron que hubo una tragedia por acá y parecía que él hubiera estado ahí. Desde eso no hemos sabido nada de él. La lista de muertos y heridos se la mostraron a otros familiares pero mi hijo no aparece en ella. ¿Qué más me queda por hacer? Yo me tengo que quedar aquí hasta que limpien eso bien a ver si aparece”, dijo el campesino.

Varios miembros de la etnia embera que viven en la zona también andaban pendientes de la suerte de sus familiares desaparecidos tras la borrasca. Pese a que poco hablan español, el lenguaje universal detrás de unos ojos cansados y tristes dan cuenta del ansia con las que esperan noticias de sus familiares.

Pero no todos se enfrentan a la incertidumbre de no saber la suerte de sus familiares, otros —con el signo trágico de la resignación— tienen la certeza de que sus familiares yacen entre las 34 víctimas mortales que dejó la tragedia. Hablan poco y miran con recelo la presencia del impertinente periodista.

Labores de búsqueda

Solo esperan que los peritos judiciales del CTI —ataviados de sus particulares trajes en ese infernal calor— terminen los trámites judiciales de identificación de los cuerpos. Al menos ellos tendrán la paz que da la certeza de la muerte.

Mientras tanto, las guías de los perros de rescate que vinieron desde Sabaneta, luchan junto a los caninos para caminar entre el pegajoso pantano que les entorpece cada paso, como si quisiera seguir arrastrando al fondo a más gente viva. Los perros lucen exhaustos y según una de ellas solo ladrarán si se topan con el rastro de algún cuerpo.

-La zona tiene muchos puntos calientes donde puede haber cuerpos. Comenta una guía.

-¿Cuántos?, inquiere el periodista.

– Muchos, responde la guía luego de sopesar bastante la respuesta.

Ataviado con un empantanado overol verde, el concejal de El Carmen de Atrato, Jorge Machado, hace un pausado recuento de las tragedias de similar magnitud que ya le ha tocado atender, incluso desde antes de ser corporado, en esa vía que denomina Trocha de la Muerte. Eso sí, la voz se le pone un poco más ronca cuando recuerda que por increíble que parezca —y pese a su evidente abandono— la vía ha figurado como completamente pavimentada en dos ocasiones ante el Invías.

“Acá siempre se ha perdido la plata que han dado para mantener las vías en buen estado. Aunque el pedazo donde se vino el derrumbe estaba pavimentado, por acá la tierra es muy húmeda y el abandono es mucho. ¿Qué vía dura buena así?”, inquirió Machado antes que los ladridos cansinos de un perro y los gritos de la gente de “¡Pala, pala, pala!” alertaran un nuevo hallazgo.

Al cierre de esta edición las labores de rescate en El Siete continuaban y con el paso de las horas más cuerpos de socorro se sumaban a los 32 rescatistas de Envigado, El Carmen de Atrato, Medellín, Sabaneta, y otros municipios del Chocó que luchaban contra el fango y el tiempo para buscar más cadáveres o supervivientes.

Mientras tanto, el señor Bejarano lanzaba una cruda reflexión de lo que pasa en la Medellín-Quibdó.

“Yo me voy a quedar hasta que sepa algo de mi hija. Sino me devuelvo a Quibdo, ¿a qué me voy a meter allá? Hay que dejar que los bomberos hagan su trabajo. Pero hermano, no sé hasta cuando vamos a seguir poniendo en riesgo a nuestros familiares en esta vía. ¿Hasta cuando el gobierno entenderá que debe haber soluciones? Desgraciadamente seguiremos sufriendo estas calamidades. No tenemos un doliente que le meta mano a esto y esto nos va a seguir sucediendo quien sabe hasta cuando”, concluyó.

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