El municipio de Maicao (ubicado al este del departamento de La Guajira) ha experimentado un notable crecimiento de asentamientos urbanos en los últimos años, principalmente debido a su ubicación fronteriza con Venezuela. Esta situación ha llevado a la aparición de barrios y asentamientos informales, donde conviven tanto la población local como los migrantes venezolanos.
Uno de los asentamientos más grandes e inhóspitos para los migrantes venezolanos en Colombia es conocido como “La Pista”. Este lugar, que alguna vez fue una pista de despegue y aterrizaje de aviones, se ha convertido en el asentamiento de migrantes venezolanos más grande del país. Se estima que en sus cerca de 1.600 metros de extensión, viven alrededor de 3.800 familias, en su mayoría provenientes de diferentes regiones de Venezuela, como Zulia, Maracaibo e incluso Caracas.
Según datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas de Colombia, Dane, la población de Maicao se estimaba en aproximadamente 194.000 habitantes en el año 2021, evidenciando el impacto significativo de la migración venezolana en el crecimiento demográfico de la ciudad.
Maicao también se caracteriza por ser un lugar de gran diversidad cultural y sus hermosos paisajes desérticos. Sin embargo, la extrema pobreza se hace evidente en los precarios lugares donde muchas familias residen, que en su mayoría están construidos con materiales improvisados como plásticos, pieza de zinc, cartón y otros elementos.
Hoy estamos aquí, mañana no sabemos
Para muchos de ellos, este lugar se siente como un territorio “prestado”, una tierra temporal donde su futuro es incierto. Norelis Fernández, líder social de la zona y expresa con preocupación: “Hoy estamos aquí, mañana no sabemos”.
El desarraigo, agravado por las difíciles condiciones en los asentamientos, ha hecho que el proceso de adaptación sea extremadamente difícil. La falta de servicios básicos es una de las mayores dificultades a las que se enfrentan. “No contamos con ningún servicio, el aseo pasa los domingos por la mañana, el agua la compramos en ‘burrito’ y la luz es ‘prestada’ de otra comunidad. Cocinamos con leña, a veces nos alcanza para un cilindro de gas”, relata Edith Pardo, una de las residentes.
Además de las condiciones de vida precarias, muchas mujeres migrantes venezolanas llegaron solas a Maicao, motivadas por el temor por la vida y la salud de sus hijos. El deseo de ofrecerles un futuro seguro fue el principal motor para dejar atrás su país de origen.
La inseguridad es una constante en estos asentamientos, donde los robos son cada vez más frecuentes. Además, los residentes viven con la preocupación de ser desalojados en cualquier momento. A esto se suma los malos tratos de algunos vecinos de Maicao, quienes, de manera despectiva, les han llegado a decir que el lugar donde ellos ahora residen era un simple basurero.
No obstante, “en la frontera, siempre hay un migrante nuevo, una persona que necesita atención”, asegura otro residente, quien, ante esta realidad desesperante, agradece la labor de algunas organizaciones sociales, fundamentales a la hora de brindar asistencia primaria a las personas recién llegadas: “Aldeas Infantiles SOS y Save the Children han jugado un papel crucial al proporcionar acceso a educación y atención médica para los niños”.
Sin embargo, los desafíos económicos siguen siendo un obstáculo significativo. Los alquileres en Maicao rondan los 400 mil pesos (un apartaestudio pequeño), mientras que una persona que trabaja al día puede ganar apenas 40 mil pesos. Estas cifras ponen en evidencia la dificultad de sostener a familias numerosas, compuestas por cinco o seis miembros, con ingresos limitados.
Varias mujeres en la zona manifiestan haber recibido ayudas del Gobierno anterior a través del subsidio de ‘Ingreso Solidario’, pero que no han sido tenidas en cuenta en el programa del gobierno actual ‘Familias en acción’.
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Regresar a Venezuela no es una opción
La mayoría de mujeres que entrevistamos expresan que regresar a Venezuela no es una opción factible. Sin embargo, es evidente en sus palabras nostálgicas que permanecer en Maicao es una manera de mantenerse cerca de su tierra natal y tener su patria a solo unos minutos de distancia.
Lo cierto es que todas coinciden en que, a pesar de la adversidad, “la situación es mejor en Maicao que en Venezuela”.
Por su parte, para los indígenas que ocupan ‘La Pista’, la idea de una frontera se desdibuja: “Los Wayúu no tenemos frontera”. Su arraigo cultural y su identidad no entienden de límites geográficos.
“Aquí hay mucha potencia, necesitamos apoyo para comenzar de nuevo”, sostienen con una fuerte voluntad de progreso, buscan oportunidades para desarrollarse y contribuir positivamente a la sociedad.
*Adaptarse es un reto especialmente para los más pequeños*
La vida en los asentamientos de Maicao representa un reto especialmente difícil para los más pequeños. Kristal Paradoy, una adolescente de 17 años, relata su experiencia en la pista y describe cómo la situación ha evolucionado de manera positiva: “Antes eran ranchos de cartón y me sentía horrible, ahora está más organizado”.
La llegada a la pista fue impactante para Kristal, quien temía enfrentarse a una cultura desconocida. Su madre se vio obligada a pedir ayuda, una situación completamente nueva para ellas. La escasez de recursos era tan severa que incluso tenían que elegir entre desayunar o cenar, y si almorzaban, debían esperar hasta el día siguiente para comer nuevamente.
“Pensaba en buscar trabajo para poder alimentar a mi familia”, confiesa Kristal. Su determinación por contribuir a su hogar refleja y la determinación para enfrentar los obstáculos que enfrenta con su familia en el asentamiento es admirable e imparte esperanza.
A pesar de las dificultades, Kristal ha vivido toda su adolescencia en Colombia y se siente parte de este país. Sin embargo, los asentamientos presentan constantes desafíos. “Siempre hay peleas, borrachos y una sensación de desierto y angustia”, lamenta. La convivencia en estas condiciones precarias genera tensiones y dificulta la creación de un entorno seguro y estable para los niños.
Los primeros días fueron especialmente duros para Kristal, quien sufrió el estigma y la xenofobia de sus compañeros. Recuerda con tristeza, pero como si se tratase de algo muy remoto, los comentarios despectivos que solían decir: “No toques a la ‘veneca’ porque seguro te va a pegar algo”.
Sin embargo, ella no se dejó intimidar y decidió enfrentar la situación. “Me acerqué y demostré que no iba a contagiar enfermedades ni robarles sus cosas”, afirma valientemente.
La comunidad, en general, se muestra agradecida con Colombia por prestarles atención médica y por el acceso de los niños al sistema educativo gracias al PEP (Permiso Especial de Permanencia) y al PPT (Permiso por Protección Temporal), y aprovechan la visita del presidente Gustavo Petro en la zona para pedirle apoyo al Gobierno Nacional y ser tenidos en cuenta en los nuevos planes que se adelantan en La Guajira, porque como ellos dicen “también somos guajiros”.
Mando presidencial
La semana pasada el Gobierno despachó desde La Guajira. Tanto el Presidente Gustavo Petro como sus ministros, los jefes de instituciones como el Icbf y la Agencia Nacional de Tierras, y otros funcionarios clave se trasladaron al lugar.
Pero no solo estuvieron en la capital, Riohacha, sino que también visitaron rancherías y corregimientos o municipios como Uribia, Nazareth, Albania, Dibulla, Manaure y Maicao.
El presidente fue con un tema esencial en mente: El cumplimiento de la sentencia de la Corte Constitucional que ordenó en 2017 proteger los derechos al agua, la alimentación y la salud de la población wayuu; en este sentido, se anunciaron planes que integran la operación de varios Ministerios.
También, se adjudicaron tierras a firmantes de paz y al resguardo Kogui, fueron devueltas las máscaras sagradas que Petro recuperó en Alemania, se anunciaron inversiones en pro de la transición energética y se habló de construir un aeropuerto y de la puesta en marcha de una universidad que beneficie a la comunidad wayuu, entre otros temas.