Aunque lleva 25 años como taxista, Jairo Enrique Pedraza Suárez se considera de los ‘viaje guardia’ al volante.
Es un enamorado de esta profesión. Tiene 59 años, vive en el barrio Quinta Dania y el ser taxista le ha brindado la posibilidad de sacar a sus dos hijos adelante.
“A mi me picó el bicho de manejar taxi porque veía en los colegas algo muy bonito. Comencé probando con un carro que me prestaron y me quedé recorriendo las calles”.
“Llevo años en esta bonita labor. Me amañé, además económicamente es bueno ya ahí estamos. Gracias a Dios pude sacar dos hijos adelante, donde le he dado estudio y todo el desarrollo para formarse con jóvenes”, comenta Jairo.
Según él, lo más bonito de manejar taxi es la responsabilidad que se adquiere.
“Uno recorre la ciudad, ve muchas cosas, le pasan también cosas, pero es bonito poder servirle al cliente. Me ha gustado mucho la profesión y a hoy, no le he visto el lado malo”, comenta.
Antes y ahora
Comenta que el taxista de la nueva generación ha cambiado, pues ya no es lo mismo el servicio que se brinda.
“Cuando comencé a manejar taxi, en las calles había orden, respeto en las vías, había colaboración mutua. Hoy en día somos pocos los ‘antiguos’ que quedamos para rescatar esas costumbres.
“Hay mucha gente joven que quiere estar en el carro de arriba para abajo, con música a todo volumen y se ve poca la colaboración al pasajero”.
La ciudad de hoy
Frente a los que vive hoy la ciudad expresa. “El parque automotor ha crecido mucho y las vías son más estrechas. El que inventó a Bucaramanga no pensó en el futuro. Ahora para completar achicaron las vías con la ciclorrutas. Es complicado el tránsito”, dice.
Para él su labor es agradecida, pues económicamente no tiene queja.
“Voy siempre estoy con la voluntad de Dios. Antes de salir de casa le pido al de arriba que me proteja y me vaya bien. Salgo a las 6:00 de la mañana, voy a la casa a almorzar y luego hasta las 8:00 de la noche, todos los días”, manifiesta.
Historia de taxistas
“Los pasajeros me cuentan historias. Una señora me contrató una vez, pues vio que el taxi tenía vidrios negros y me dijo que siguiera al esposo, porque pensaba que la estaba engañando”.
“La verdad un taxista es el confidente. La carrera da para eso. Uno como taxista es doctor, psicólogo, consejero, es de todo. Hay personas que le agrada que uno le haga conversación. Es bonito cuando eso se da, porque el viaje es ameno”, concluye.