Por: Juan Carlos Gutiérrez
La ternura se desplomó sobre ellos sin ninguna advertencia. Ángela Patricia y Jefferson se miraron con cariño. Ha de saberse que esta pareja no conserva los inviernos malhumorados, por el contrario, sus gestos, sus caricias, esas miradas son como un rocío suave en lo alto de una montaña pegada a nubes redonditas, que entre goticas sostenidas endebles sobre hojas verdes brillantes, aparentemente débiles, resisten al paso de malos vientos.
Están en la habitación principal. Jefferson acaba de ingresar y se acerca a ella. Ángela está en la cama con una piyama rosada que tiene dibujos de jirafas y elefantes. Lo mira. Se lanzan un beso honesto a la distancia, como esos ‘picos’, que hasta sonaban al fruncir la boca, y viajaban de un salón a otro en la primaria de parte de niños enamorados a la hora del recreo. Eso que muchos llaman amor, desde hace años cavó bien hondo en sus entrañas.
Él le acarició el rostro. Ella sintió la descarga de su piel. Los colchones de la yema de sus dedos dibujan garabatos en las curvaturas de su rostro. Pasó su mano sobre su cabeza, donde ya hay cabello.
Se acercaron. Ambos cerraron los ojos, como un lindo paraguas contra los malos ratos. Se besaron, como si el mundo absurdo no existiera. Se abrazaron como un faro luminoso que en ese instante se recarga para las malas noticias. Luego se separaron, cada uno se acomodó con el calor aún intacto del otro en su cuerpo.
Ella en la cama. Él de pie, siempre a su lado. Sonrieron. Quienes los vieron en esa habitación de Piedecuesta se zarandearon ante esas ganas de vivir. Como si esas caricias fueran una linda lija efectiva contra la muerte. Como si presenciaran un choque de frente contra la felicidad, que a ratos los esquiva de mala gana.
Jefferson no quiere que ella se vaya. Porque su ausencia nunca será llevadera. Quiere sentir una y otra vez su voz, el toque de sus manos para leer en su cuerpo en braille todas esas palabras dichas entre fuertes latidos desde el primer día que la vio en San Vicente de Chucurí. Su patria chica. Aunque muchas veces las cosas no son como deben ser, y uno tiene que hacer de tripas corazón, admite que la realidad a ratos asfixia. Ella, en cambio, débil de carnes, es un roble contra los pronósticos virulentos. Pero ellos son fuego y pólvora a la vez, y no importa que se quemen los dedos cada vez que deban encenderse.
La noche anterior fue difícil para Ángela Patricia. A pesar de que la habitación está pulcra y ordenada, es inevitable no percibir un cuarto desordenado por largas noches de sufrimiento. Horas antes el tiempo avanzó con paso lento entre vómito y dolores. Sin embargo, Ángela logró abrirse paso a través de ese tormento agotador. Ahora en la mañana está mejor. Luce hermosa. Le dicen que se ve radiante. Ella hace ojos de un poco de incredulidad. Se lo repiten con dulzura y entonces ella lo cree. Se siente linda. Resplandeciente. Incluso el tenue maquillaje le resalta las facciones de su rostro. No hay duda, es una mujer guapa, más por dentro y que por fuera, y también viceversa.
En el pasillo, afuera de la habitación, está su hijo de tres años. Juega. Esta mañana le dio por enrollarse en una gruesa cobija. De la mano de un adulto cómplice se enroscó en ella. Cinta pegada alrededor evita que se desarme su disfraz de oruguita. En efecto parece un gusanito sonriente, cuyas carcajadas se filtraban por debajo de la puerta cerrada del cuarto donde descansa Ángela Patricia. Le reconforta escucharlo a los lejos, oír sus carcajadas.
- ¿Te duele? – pregunta Edilia Buitrago, madre de Jefferson y quien la acompaña en estas semanas amargas.
- Sí, las piernas…
La mujer camina hasta el ropero, convertido en un gran botiquín. Busca una medicina.
Oigan, yo quiero hablar…
Horacio Serpa Uribe completaba una semana de perder su primer intento (de los tres que tuvo) por ser Presidente de Colombia. Los liberales le organizaron en Cenfer una reunión, entre otras ideas, para ratificarle su apoyo incondicional. Óscar Hernández, papá de Ángela Patricia, quien pasó de ser presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio Caldas a concejal de Floridablanca acudió a la cita en compañía de su pequeña hija, quien contaba apenas con ocho años de edad. Ese día, antes de que hablara Serpa, la niña de forma espontánea hizo una petición particular, que quienes la conocían sabían que no podían negársela.
- Quiero hablar…
Fue tanta la insistencia y la confianza de su padre, que consiguieron que le permitieran decir unas palabras. En un instante se escuchó por los parlantes del reciento que por un pequeño instante se rompería el protocolo previsto. Anunciaron que una niña iba a expresar unas palabras. Ángela Patricia se levanta y busca a Serpa. Lo toma de la mano. Él cariñosamente accede. Lo lleva hasta la tarima principal bajo una lluvia de miradas, cada vez más inquietantes.
- Yo no podía votar (dice con la voz dulce una niña de ocho años que resuena en los altos parlantes), pero me duele que usted haya perdido. Si yo hubiera podido votar, hubiera votado por usted…
Dicho esto, Ángela Patricia empezó a llorar, como una dulce llovizna de madrugada que mojó sin pensarlo todo el auditorio. Fue entonces que nació un silencio. Alguien no aguantó y lloró también. Otros más los siguieron aduciendo que siempre han sido sentimentales. Poco a poco del llanto se pasó a un prolongado aplauso, que muchos años después aún se recuerda en un amerizaje de nostalgia. Quienes conocían a esta niña sabían que era común esa precocidad para los temas sociales y especialmente, la política.
Ligia Patricia Álvarez Alarcón, madre de Ángela Patricia, recuerda que dos años atrás, con escasos seis años, sucedió algo similar. Un candidato al Concejo de Floridablanca no llegaba a una reunión en el barrio Caldas. La gente estaba impaciente. Alguien dijo entonces que le dieron el micrófono a Ángela Patricia para que los saludara, y así ganar algo de tiempo.
- Ella hizo más que un saludo. Con toda naturalidad empezó a hablar de los problemas del barrio. Y ella los conocía. Como para entonces el papá era el presidente de la Junta de Acción Comunal, Ángela Patricia se la pasaba con él cuando recibía a los vecinos y hablaban de los problemas de las basuras, la seguridad o la educación. –afirmó la madre.
Cuando su padre fue concejal, ella no se perdió una sesión y confesaba que algún día estaría allí. Siguiendo su legado político. Dicen que en la vida no hay casualidades, sino destinos. Ángela Patricia Hernández Álvarez es la prueba de ello. Fue nombrada niña concejal, posteriormente, niña diputada de Santander y tiempo después niña Senadora.
Cuando cumplió 21 años fue candidata al Concejo con el aval del partido de La U. Obtuvo 700 votos, pero en diciembre de 2012 se posesionó en su curul luego de la destitución de nueve de los 19 concejales por parte de la Procuraduría por irregularidades en la aprobación de una prima técnica al entonces alcalde de ese municipio, Eulises Balcázar Navarro.
- Desde hace 22 años no había una mujer sentada en el Concejo. Para mí es una gran responsabilidad. Yo puedo decir que mi sueño es llegar a ser hasta Presidenta de Colombia, pero eso se construye paso a paso. (Lo dijo ese diciembre de 2012).
A la par que se graduaba como abogada y era activista social y política, se vinculó desde muy pequeña a la Iglesia Cristiana. Con 15.286 votos obtuvo una curul en la Asamblea de Santander. Desde allí protagonizó varias polémicas. Lideró en la región las marchas contra la ideología de género y la campaña del ‘No’ contra el plebiscito de los Acuerdos de Paz, bajo el aval de Álvaro Uribe. Su campaña siempre se centró en la “defensa de la familia y los valores cristianos” en los que coincidió en muchos escenarios con el exprocurador Alejandro Ordóñez. Los dos impulsaron un referendo de firmas “por papá y mamá” donde se condenaba de manera tajante la cartilla de educación sexual que promovía el Ministerio de Educación.
En el 2019 lideró una campaña como candidata a la Gobernación de Santander con una coalición de partidos, al final de la cual ocupó el tercer lugar con una votación de 215.680 sufragios, que representaron el 20,19% del total de electores de esa jornada, una cifra nunca antes lograda por una mujer en la política regional. Su carrera la llevó a pensar una candidatura al Congreso de la República, en su definitivo sueño con la Casa de Nariño, pero los vientos de la vida soplaron tan fuerte que la arrastraron por otro camino.
Un pesebre, un te amo y una bolita
¿Por qué Ángela Patricia? La pregunta se la hizo Jefferson Vega Buitrago, de 34 años de edad, hace siete años, cuando la conoció en un restaurante de San Vicente de Chucurí, que ella visitó en su campaña para la Asamblea de Santander.
- Ella llegó a dar un discurso para buscar votos. Nos presentaron y me impactó la energía de Ángela. A su edad, ella hablaba con mucha propiedad de muchos temas. Ella es una mujer muy diferente, inteligente, hermosa y con una luz propia. Empezamos como amigos, pero luego como un loco busqué conquistarla.
Médico veterinario de profesión, amante de la naturaleza y defensor de las costumbres heredadas de los taitas y abuelos por generaciones en Santander, Jefferson pensaba que Ángela Patricia no se fijaría en él, más cuando las elecciones estaban cerca y el tiempo escaseaba para el amor.
- Yo decía, si es difícil llegar a ella ahora de candidata, cómo será de diputada. Ella toda citadina y yo de pueblo. Me decía que eso sería una tarea imposible. Pero sucedió. Quizás tenía muchos pretendientes en la ciudad y le gustó ese alguien que tuviera un alma campesina.
Por eso en abril de 2016, con algunos meses ya de novios, convenció a Ángela Patricia de ir un fin de semana a su finca en San Vicente de Chucurí. A mediodía la llevó hasta un kiosco con techo en paja. Armó un escenario montado con herramientas del campo, un potrillo y un búfalo.
- ¿Qué es esto?
- ¿Quieres ser mi esposa?
Dijo que sí. Que lo tomaría como su esposo, como su compañero de la vida, con su campo, sus amaneceres esplendidos, sus poemas y corazón limpio entregado a Dios. En esas, el suegro de Ángela Patria, expectante ante la respuesta salió de su escondite gritando, montado en un búfalo.
- ¡Lo logramos! ¡Lo logramos! ¡Lo logramos!
El matrimonio se celebró el 13 de septiembre de 2017. Mientras llegaba la fecha, Jefferson la seguía enamorando, especialmente con poemas que aprendió de sus abuelos y que ellos escucharon del Indio Rómulo en su viva voz.
- Quereme chinita, como yo te quiero. ¡Déjame quererte, déjame que goce queriéndote hartico, paloma, lucero! Mirá china linda, pa ti, pa ti merayo tengo un ranchito que lu hice yo mismo, pa que allí soliticos vivamos cuando nos casemos…
El futuro de una pareja temblaba en sus labios el día del matrimonio. Él la sacaba a ella del laberinto citadino. Ella se refugiaba en el corazón honesto de un hombre del campo. Los demás veían a una pareja donde siempre salía el sol, a pesar de que haya tormentas en sus arterías. Sin egoísmos. Navegando en el mapa de los días, donde los dos, con certeza, le borraron los límites a las dificultades, y las tazas de café en los desayunos se convertían en grandes conversaciones.
El día de matrimonio Jefferson llegó montado en ‘Cordobés de la Fortaleza’, un caballo criollo de paso trochador. Estaba descalzo. Ángela Patricia arribó en un bote de velas color azul y verde claro. Salió de un lago como una princesa radiante. Sintiéndose hermosa de pies a cabeza, dispuesta a decir sí. En esa playa de la Mesa de Los Santos, se encontraron descalzos.
- Delante de los testigos, delante de Dios y mi familia, me caso enamorado, como decimos los bobos, con el corazón y la razón. Yo te tomo a ti como mi legítima esposa. Prometo amarte, honrarte, respetarte, cuidarte, en la enfermedad y la salud.
- Yo, en este día tan especial, frente a todas las personas que amo, me entregó ante ti, para hacerte feliz. Para amarte y honrarte. Que nuestro hogar brille con luz propia. ¡Te amo!
Dos años después, antes de iniciar un debate de candidatos a la Gobernación de Santander en el canal TRO, cuando le adecuaban un micrófono de solapa, el técnico accidentalmente tocó una bola que rodeaba uno de sus senos. Ángela Patricia notó lo sorprendido del hombre. Siempre le habían dicho, desde adolescente, que era una bolita de grasa benigna. Pero ahora había crecido más de la cuenta.
- Esa bola de grasa tenía el tamaño de un limón. Cuando terminó el debate me llamó. Me dijo: ‘mi amor, mira esto que tengo’. Eso no puede ser normal. Nos fuimos para el médico de una. Le ordenaron una biopsia. Tiempo después nos dijeron que era cáncer. Esa palabra no está bien. Hace parar todo. Sueños y planes. Sencillo, cáncer es sinónimo de muerte. Fue muy duro para mí. En cambio, Ángela Patricia siempre ha sido una valiente. Antes de que le formularan la primera quimioterapia, ya estaba rapada. Ella decía que el cáncer no la iba a matar…
Ángela Patricia se enfrentó en ese abril de 2020 a un sistema de salud lento, en medio de su afán por tener exámenes y terapias necesarias para combatir el cáncer. A sus 20 años escuchó que padecía de cáncer de seno triple negativo. Uno de los más agresivos. Según la literatura médica, difiere de otros tipos de cáncer de seno invasivo en que crece y se propaga más rápido y sus opciones de tratamiento son limitadas. Además, registra un peor pronóstico para los pacientes.
- Llamo al cáncer un psicópata. Primero te asusta, luego te amenaza. Al final cumple esas amenazas. Después te quita el cabello, te hace sufrir. Ángela Patricia soportó todos los tratamientos. La mastectomía, las radioterapias y las quimioterapias. Siempre con la fe que viviría. Que se sanaría. El cáncer destruye la autoestima, luego llegan los dolores. Es como si el cáncer tuviera un alicate y te aprieta muy fuerte todos los días. Es un torturador. Te amenaza con el dolor y cumple sus promesas. Ángela Patricia no se sintió nunca derrotada y luchó…
Al punto que el 28 de junio de 2021 anunció en un emotivo video la noticia de que estaba libre de cáncer, tras un año de tratamiento y en directo en sus redes sociales transmitió como tocó la campana de quienes derrotan la enfermedad.
- ¡Hoy vamos a tocar la campana! Hoy vamos al hospital como familia a toca la campana de la libertad, de la sanidad. ¡Hemos vencido el cáncer! Tengo muchos recuerdos porque cada vez que me subía a este carro, camino al hospital, para ir a exámenes, a quimioterapia o a la cirugía. Me hicieron exámenes para verificar si el cáncer había generado metástasis o no en mi organismo y gracias a Dios, al amor, al cariño, a las oraciones, están limpios, completamente limpios. No tengo sino gratitud. Llegó el momento, uno, dos y tres…
Jefferson sostenía a su hijo en brazos, él tocó la campana. Luego Ángela Patricia, quien sonrió, con la satisfacción de quien llega del campo de batalla, no invicto, pero sí vivo. Ella lloró y se despidió de los médicos y enfermeras con un abrazo, jurándose no volver más allí. ¡Qué equivocados estaban todos!
“El sicópata” regresó, pero hay tres cuadernos
Luego de someterse a la mastectomía y superar el cáncer de seno, Ángela Patricia diseñó una estrategia para hacerle frente a la enfermedad por medio de capacitaciones acerca del autoexamen de seno. La llamó la “Gira Rosa”. La gira consiste en una charla de 15 minutos en la que se enseña a hacer el autoexamen de forma correcta, se explica cada cuánto se debe realizar, se dan a conocer los síntomas de alarma y las anomalías en los senos. Recorrió Santander y varias ciudades del país. Aparte de la charla, a los asistentes se les entregaba un volante educativo y un código QR para que puedan recordar el proceso del autoexamen de mama desde su dispositivo móvil.
- Pensaba que esto era para abuelitas y resulta que no es así, en mi proceso de quimioterapia me encontré con niñas, adolescentes y señoras jóvenes en su mayoría. -Afirmó en septiembre pasado Ángela Patricia.
Y tiene razón. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, OMS, el año pasado se registraron 2,3 millones de nuevos casos de cáncer de seno. Más de 680 mil mujeres perdieron la vida por esta patología. En el país, se estima que 4.411 mujeres pierden la vida por este tipo de cáncer. Y se estima que, debido a la pandemia, según el registro del Sistema Integral de Información de la Protección Social, en Colombia se redujo alrededor de un 85%, lo que disminuye la posibilidad de detección oportuna de esta enfermedad. La tasa de mortalidad de cáncer de mama en Santander es de 161 defunciones por cada 100 mil habitantes. Santander es uno de los departamentos con más incidencia en casos de cáncer de seno del país. Se estima que a la semana cinco mujeres son diagnosticadas con la enfermedad.
- Tres meses después de haber sido dada de alta, Ángela Patricia empezó con un adormecimiento en una pierna, como con un dolor. Entonces nos preocupamos. Nos fuimos a exámenes otra vez. Ella duró casi dos meses sin tener un diagnóstico, porque no le encontraban nada. Clínicamente los médicos decían que ella tenía algo en la médula, porque perdía movimiento en las piernas, pero no encontraban qué era.
Luego de una biopsia, tras la toma de una muestra de su medula espinal, el diagnóstico fue devastador.
- Encontraron infiltración de células cancerígenas. El diagnóstico actual es carcinomatosis lectomenigia, en otras palabras es que el cáncer hizo metástasis en el sistema nervioso central. El diagnóstico definitivo a finales de diciembre pasado. Regresó el sicópata (cáncer) y ahora le quitó la movilidad de las piernas. Le quitó la posibilidad de comer, la posibilidad de reír. Ángela Patricia tiene una risa tan encantadora. Le quitó un poco la capacidad de hablar y lo peor, es que no hay nada que podamos hacer medicamente. Ahora lo que viene son cuidados paliativos. Y ayuda para calmarle a Ángela Patricia el dolor. Esperamos solo un milagro, porque la ciencia no puede hacer más…
Jefferson asegura que cada día “es un milagro”. Admite que no es fácil, pero tenerla “viva y consciente cognitivamente” es ese milagro. Para este hombre, su hijo y sus familias, estar con ella un día es como vivir a plenitud un mes.
Ángela Patricia quiere levantarse y no puede. Quiere comer y no puede. Quiere dejar de sufrir por el dolor, pero no se rinde. Y “sufrir” es un término piadoso para definir el hora a hora de los pacientes oncológicos. Ella quiere dormir plácidamente, sin que deba moverse cada dos horas para evitar la aparición de las terribles escaras. No entiende por qué. Sin embargo, a pesar de los duros momentos nunca ha perdido la fe en Dios y el deseo de vivir.
El pasado 23 de marzo obtuvo su Magíster en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, otorgado por la Universidad Sergio Arboleda. Desde la cama, en un apartamento de Piedecuesta, porque no quiso regresar a su casa en San Alonso en Bucaramanga (donde dicen están los momentos más bonitos de su vida) siguió la transmisión de la ceremonia.
- Hay que seguir para adelante. La vida es un regalo muy lindo y te toca luchar por ella. Siempre luchar por vivir. Tengo muchos sentimientos encontrados. Me siento agradecida con la vida, pero yo quisiera caminar. Pero estoy viva, puedo abrazar, hablar, orar y eso es muy importante. Tengo a Jefferson, él es mi ángel…
Los dos se abrazan. La ternura se desplomó sobre ellos sin ninguna advertencia. Ángela Patricia y Jefferson se miraron con cariño. Si bien Ángela Patricia intenta descansar y dormir buena parte del día, en los últimos meses decidió, con dificultad, escribir. Lleva tres cuadernos con las vivencias de su día a día y la memoria de su vida. Esos textos son para su hijo. Cuando el aprenda leer, leerá del puño de su mamá, su mejor herencia.
- La vida es efímera. Es silenciosa y rápida. No sé cuánto tiempo tenga la oportunidad de estar aquí. Solo me queda decirte que te amo, cada día de mi existencia. Y te dejo este libro, la memoria física de mi amor y el anhelo de que crezcas toda la vida rodeado de mí. Para mi amado hijo.
Se lee en la primera página, del primer libro, como una corriente de aire helado que se interpone entre el maldito sicópata y su hogar.