¿Quién no ha festejado la Navidad con un tamal en la mesa? Hace 30 años, este tradicional platillo envuelto cual regalo, pero sin moño, era el presente ideal para obsequiar a los vecinos.
Tamales iban y venían, así lo relataba María Socorro Vega quien hace memorias de un viejo hábito: “Mi mamá preparaba de 100 a 150 tamales para la familia, amigos y vecinos, no había precio alguno. La idea es que antes entre seres queridos intercambiamos el alimento que se cocinaba a mano propia”.
Navidad tras Navidad, doña Socorro Vega de García, se acostumbró a preparar desde cero centenares de tamales destinados a aquellos que se enamoraron de su sazón. La familia de García Vega, de 4 hijos, creció con esos mismos sabores decembrinos. Ya adultas, sus dos hijas del medio decidieron aprender el arte del tamal como respuesta a la pregunta “¿qué hacemos para este diciembre?” .
Lo que empezó a modo de pasatiempo, se convirtió en un curso intensivo de compra del maíz, consistencia de la masa, adobo de la proteína y envuelto con hoja de plátano. Luz Stella García Vega, encargada de darle el sazón especial a la carne de cerdo, cuenta que “quisimos mantener la tradición de mi mamá y desde la pandemia tomamos el legado de ella para preparar más de mil tamales por encargo”.
Hace 4 años, doña Socorro se jubiló del oficio ‘tamalero’, sin embargo, hace su función de supervisora del proceso y le otorgó a María Socorro el exclusivo rol de manejar la masa. Como ella misma advertía:”(la masa) sólo la debe manipular una persona que tenga el humor y la paciencia necesaria”.
María formó un excepcional equipo junto a su hermana Luz Stella y una gran amiga de la familia Jenny León, quien se encarga de un envuelto cual profesional. Estas tres mujeres se encargan de comprar las 20 o 30 libras de maíz, transformarlo en una masa suave y compacta, darle el toque de sabor a la proteína y finalmente empacar cada tamal de modo que solo le falte el moño navideño para que usted tenga el regalo perfecto.
Doña ‘Corro’, apodo con el que se conoce cariñosamente en el barrio La Esmeralda de Girón, a punta de cucharón de palo y una olla con capacidad de 100 tamales, es el vivo reflejo de una familia que se dedica a engrandecer las festividades de otros mediante su sabor.
Ya son 40 años de un oficio decembrino que continuará vivo en su familia, generación tras generación.