Henry no fue a ninguna escuela de negocios, porque no lo necesitó. La universidad de la vida le dio posgrado y especialización. Fue portero en una discoteca, mesero en varios restaurantes reconocidos de Bucaramanga, hasta que cualquier día lo despidieron.
Pero no se quedó con los brazos cruzados, porque armó un carrito de lata y ‘frenteó’ el asfalto estacionándose por años diagonal a la Plaza de Mercado Central, en la calle 34 con carrera 16, ofreciendo el más popular de los manjares:Bocadillo con queso.
Ahí permaneció, estoico, cual quijote callejero, al sol y al agua, porque sus cuatro muchachitos siempre estuvieron en su mente como inspiración.
Y otra vez, cualquier día, el plan de recuperación del espacio público lo llevó a un ‘cara a cara’ con el entonces alcalde Luis Francisco Bohórquez, muy cerca del lugar que convertía en su centro de negocios.
A pocos pasos del viejo “Faro“ reclamó y el mandatario lo retó a que montara su propio negocio. Así fue como nació “Henry quesos”.
Rentó un diminuto local (ya son cuatro), aprendió manejo de frío, de carnes; compró neveras, les enseñó a sus pelao’s a administrar.
Los llevó de la mano para conseguirles vivienda pero, sobre todo, les enseñó a trabajar.
Ayer, exactamente, cumplía un mes en una UCI de la Clínica Chicamocha, golpeado por el enemigo invisible:Covid-19. Se le complicaron los riñones, los pulmones, el corazón, era diabético… A las 3:00 de la madrugada se fue.
En el Centro de la ciudad no se hablaba de otra cosa, de su alegría, de las fotos que se tomaba con los artistas que visitaban el periódico para su galería personal, pero lo más importante quedó en el corazón de sus chicos, amor que su hija María Fernanda resumió en una sola frase, llorando el adiós: “¡Gracias por querer a mi papá!”.