Zulay Mejía no tiene más de 1.60 metros de estatura. Lleva las uñas bien pintadas, cabello muy bien arreglado que le llega a la cintura, sus pestañas parecen rozarle la frente, poco maquillaje. Su belleza es natural… Un contraste, sin duda, para la labor que ejerce.
Un día su vida ya no tuvo ‘reversa’, le ‘metió un cambio’, agarró el volante y se le midió a manejar bus urbano. Es la única en estos vehículos de servicio público en Bucaramanga y el área metropolitana, de los 850 que ruedan por la ciudad.
Es ‘bendita’ entre los hombres, tiene apenas 25 años y todos los días se ‘encarama’ al 371 de Transcolombia. La miran raro, la elogian, la critican. A su paso ‘roba’ murmullos, miradas. Los pasajeros se suben, le entregan el billete o las monedas y se vuelven a voltear para cerciorarse de que, efectivamente, frente al volante ‘hay una mujer con pantalones’.
Ella solo sonríe, la tiene clara, a sabiendas del prejuicio que ser ‘chofer’ es un trabajo de ‘machos’. Pero va en lo suyo, no presta mucha atención y sigue su marcha. Acelera, frena, embraga, mete cambios… Lo hace con una delicadeza que acaba con el mito de que las mujeres son un peligro al volante.
Es delicada, cuidadosa, va pendiente de quién se sube, de quién se baja, al tanto de que sus pasajeros lleguen salvos a sus destinos.
“Debo estar muy pendiente, percatarme cuando se suben o se bajan, me da miedo, es una gran responsabilidad con la gente, sobre todo la de la tercera edad, cierro las puertas para evitar cualquier inconveniente”, dice mientras va concentrada en esas vías que se sabe de memoria. Esquiva con agilidad los ‘cráteres’.
Parece no dimensionar lo que significa semejante reto, lo hace ver tan fácil. Se ve tranquila a pesar del caótico centro, del calor que se encierra en la cabina repleta de borlas y cortinas, de los trancones, las motos atravesadas, del peatón imprudente, los vendedores ambulantes, de ese sube y baja de personas, de la timbradera, los gritos… del “me lleva para donde su madre”, cuando no para en el lugar que al pasajero se le da la gana; del “mujer tenía que ser”…
De vez en cuando se le escapa un ‘madrazo’ en medio de tanto ajetreo. Pero en general, guarda la calma.
Lleva la ruta 14 – Valencia, desde Puente Tierra, norte de Bucaramanga, hasta Cañaveral, en Floridablanca. Unas dos horas ida y vuelta. “Voy vacía, creo que el de adelante se quedó”, dice mientras mira el retrovisor, habla con precisión sobre rutas, tiempos… “con 17 debo marcar en el primer reloj, le puedo sumar máximo 4”, saca cuentas, no puede ‘templar’ al que va atrás por más que quiera pegarse la ‘envarillada’, como le llaman a llevar el bus repleto. De hacerlo, la sancionan.
Lleva un mes manejando aquel enorme automotor y ya la sancionaron una vez, no precisamente porque quiso irse a ‘vuelta rueda’ para quemar tiempo sino porque, al comienzo, no sabía manejar los tiempos de ‘marcar tarjeta’.
El amor por el volante lo lleva en la sangre, su papá siempre ha sido conductor; al igual que su esposo. También lo lleva tatuado en la piel: una tractomula a toda marcha se dibuja en su brazo derecho, justo debajo de una delicada mariposa.
Le apasiona, más que un trabajo lo ve como la manera que eligió para vivir. Para Zulay, el 371 se convirtió en su ‘oficina rodante’. Busca siempre mantenerla limpia, arreglada.
“Es algo que me atrae desde hace mucho tiempo, mi papá siempre ha manejado, entonces es como una pasión que se lleva en la familia, como algo que no sé explicar, lo llevo en la sangre, creo yo. Cuando a uno le gusta algo lo hace con mucho amor, con dedicación”.
Zulay aún era una ‘sin cédula’ cuando le decía a don William, su papá, que lo suyo era manejar. Ese hombre bonachón la miraba incrédulo… era su niña, no se la imaginaba al volante de un vehículo de unos seis metros de largo y cinco toneladas de peso. Y menos, al mando de una tractomula.
“Le decía a mi papá, yo quiero aprender y él me decía, para qué. Me tomaba el atrevimiento, me montaba en el puesto de conductor y le preguntaba, cómo es que es. Bueno, ‘encloche’ y meta primera. Se me apagaba. Me decía entonces que era una ‘machaca’, pero seguía persistiendo y diciendo, quiero aprender, enséñeme, así fue como me pulió”… Resultó buena alumna.
La primera vez que le soltaron un vehículo de carga fue por azares del destino. “Estaba en El Playón, el conductor que llevábamos sufrió un inconveniente y me dijo mi papá por teléfono, ¡bueno Zulay, le tocó a usted traerse el camión!, yo no sabía, lo movía, pero ni idea. Eso fue una travesía, los nervios no me dejaban, pero así aprendí que es lo importante, ahora lo estoy ejerciendo, es con lo que trabajo y me gusta, salgo todos los días con mucha moral, con mucho amor, con mucha pasión”.
No sale a trabajar porque le toca, sino porque le gusta. “Cuando los días son duros me pregunto ¿yo en qué me metí? Pero luego se me pasa porque amo lo que hago, todos los días me paro, me persigno apenas me subo al bus, otro día más con trabajo”, ese en el que, dice, recibe más comentarios buenos que malos. Ese es el ‘combustible’ para seguir la ruta que escogió para su vida.
“Hay gente que me ve al volante y me admira por ser mujer, pero hay hombres que me miran por encima del hombro, como diciendo, esta viene a igualarse. Pues yo lo hago sin importar qué piensen”.
Son más los comentarios buenos que los malos. “Me dicen: tan linda, manejando una mujer, chévere, primera vez que veo a una manejando bus, o algo así, pero también hay a quienes no les gusta”, hasta osan decir que se sienten inseguros.
Ella no entiende porqué. “¡Tenía que ser mujer!, es una frase que me dicen; eso me estresa, pero me tranquilizo, mejor no digo nada. Las mujeres tenemos la misma capacidad que cualquier otra persona para manejar, solo es cuestión de práctica.
“Me atrevo a decir que nosotras somos más precavidas, más delicadas. Es como todo, también hay hombres que no son muy expertos manejando, son ‘machacos’”, dice entre risas mientras se acomoda en una ‘inmensa’ silla azul que no le ha ‘quedado grande’.
Y es que el 371 que maneja ha sido hasta escenario de ‘debate’, de mujeres a favor y de hombres en contra. “Una vez un hombre dijo atrás, ‘¡ay, mujer tenía que ser!’, y se armó esa polémica, porque casi todas las pasajeras eran mujeres, y qué no le decían por esos comentarios machistas. El señor decidió bajarse”.
Los números están a favor de lo que piensa Mejía… Y muchas más.
Según cifras de la Dirección de Tránsito de Bucaramanga, en los 34 casos de accidentes mortales ocurridos este año en la ciudad, 30 de los vehículos eran conducidos por hombres y sólo cuatro por mujeres.
De acuerdo con la Agencia Nacional de Seguridad Vial, las mujeres al volante son más precavidas que los hombres y causan menos accidentes, pues el 82,7 % de las personas involucradas en accidentes son varones. Así que el mito de que las mujeres conducen peor que los hombres debe ser desmentido de alguna manera… Zulay está en la tarea.
“Quiero ser inspiración para otras, les digo que hay que empezar desde abajo, de a poco, porque todo es una escala, esto me ha servido de experiencia para saber que hay que estar pendiente de miles de cosas que no se imaginan, la moto, el carro, que casi le pego, que las monedas, que los vueltos, que me miran feo, eso es algo difícil”.
Yésica, una de las pasajeras que iba dentro, más que asombro, sentía orgullo ajeno de verla al volante.
“Muy bonito esto, hoy en día las mujeres estamos haciendo de todo, muy chévere, se siente otro ambiente en el bus, nosotras somos más delicaditas, más cuidadosas. Podemos hacer de todo. Si el mal comentario viene de un hombre, vaya y venga, pero que venga de una mujer me parece terrible porque todos tenemos los mismos derechos y cualidades, somos guerreras para cualquier cosa”.
“Si manejamos un hogar, ¿no vamos a ser capaces de manejar un bus?”, dijo de manera discreta otra de las pasajeras que iba justo detrás del puesto de la conductora.
Y Zulay así lo hace, ‘maneja’ muy bien su rol de madre, tiene una hija de cinco años; es esposa, hija, hermana y chofer. Siempre ha contado con el apoyo de su familia a la hora de tomar decisiones.
“Mi familia siempre me apoya, nunca me han dicho que para qué trabajo en eso, siempre me alientan”. Yaneth Hernández, la mamá, la ayuda en el cuidado de la niña para que Zulay salga a trabajar tranquila.
La pequeña, por su parte, ve en su mamá a una heroína, quiere seguir sus pasos, pero por todo lo alto, cambiando el bus por un avión. “Me dice, mamá, yo también quiero manejar, pero aviones”. Ella la impulsa a luchar por sus sueños, buscando siempre estar presente en la vida de su hija a pesar de las largas jornadas. Antes de las 6:00 a. m. marca tarjeta y llega a casa cuando la luna ya ha relevado al sol.
No piensa mucho en el peligro, es precavida, trabaja a puerta de cerrada, tiene ‘olfato’ para identificar al pasajero malintencionado y sigue derecho. “Bendito Dios nunca me ha pasado algo malo”, dice… Bendita ella en ese gremio entre tantos hombres.
850
buses de transporte público ruedan por Bucaramanga y el área, entre convencionales y Metrolínea.
Dato
Según la ANSV, cada año se incrementa la cifra de licencias de conducción registradas por mujeres colombianas. En 2010, se expedían 82.808 para ellas, mientras que en 2021 la cifra fue de 246.841.
Opina la gente
«Me parece excelente, muy chévere subirme y ver a la niña ahí manejando. La verdad no tengo ese concepto de que las mujeres manejamos mal, es bueno más respeto de las personas que se suben al bus».
Nuria Hernández
«La verdad es muy bonito, hay que darles la oportunidad a todas las mujeres, ellas también pueden manejar cualquier medio de transporte y tienen la capacidad para eso».
Félix Sánchez
«Ya es la segunda vez que me monto con ella, la primera vez que me subí me pareció sorprendente, me parece que está muy bien, es una iniciativa porque tanto las mujeres como los hombres tienen habilidades y capacidades. Esto demuestra que las mujeres también pueden y es una iniciativa para que muchas más se animen a hacerlo».
Kerly Pérez
«Me parece que es una mujer echada para adelante, no es tan fácil en este gremio. Es importante porque las mujeres salen adelante».
Alonso
«Muy bonito, hoy en día las mujeres estamos haciendo de todo, muy chévere, se siente otro ambiente, nosotras somos más delicaditas, más cuidadosa. Soy muy dada a que la mujer puede hacer de todo, si el mal comentario viene de un hombre, vaya y venga, pero que el comentario venga de una mujer me parece terrible porque todos tenemos los mismos derechos y cualidades, somos guerreras para cualquier cosa».