Diógenes Pedrozo Pallares pensó que su vida acabaría cuando apenas tenía 15 años.
El haber perdido la visión causó en él un choque emocional muy fuerte, pues aunque su proceso fue gradual, el mundo se le oscureció justo una mañana al despertar. Eso ocurrió un año después de sufrir un golpe en la cabeza al caer de un árbol.
Aunque su hermana era invidente desde que nació, él no creía que pudiera dejar atrás sus paseos en bicicleta con sus amigos, pero pudo, y aunque suene loco, lo hizo gracias al mismísimo presidente de la República en esa época, Belisario Betancur.
“(Perder la visión) fue muy duro para mí, pero gracias a un señor en Barrancabermeja que me dijo que por qué no le escribía al presidente, pero yo pensé que eso no me iban a contestar, pero me dijo que no perdíamos nada y finalmente sí, él me contestó.
“Me mandó a un instituto que se llamaba El Colombiano y no me recibieron porque era para niños y yo ya iba a cumplir 18 años, entonces, luego me mandaron al Instituto Nacional de Ciegos (Inci), me recibieron y me mandaron a un centro de rehabilitación, me atendieron rapidito por ir con la carta del presidente”, contó.
Allá le enseñaron lo básico. Técnicas de vida diaria, hacer aseo, lavar, planchar, cocinar, pegar un botón, le dieron la clase de orientación y movilidad para poder ubicarse, aprendió mecanografía, carpintería, lectura en braille, cerámica y su arte actual, el macramé. Con todo eso, salió adelante.
“Yo dejé de lado el macramé, me puse a hacer otras cosas en la vida, hice porcelanas en vidrio, pero perdí el horno en un incendio entonces, aburrido en la cuarentena fue que me conseguí el rollo de pita e hice el macramé y me di cuenta que no lo había olvidado.
“He ido a ferias, pero es muy difícil vivir de esto, porque la gente no le ‘para muchas bolas’ a las artesanías, entonces, desde jóven pensé en no dejar a mis hijos morir de hambre, y me puse a trabajar en los semáforos, porque no había oportunidades de hacer nada más”, precisó.
Con eso ha salido adelante y aunque sus dos hijos mayores ya tienen 29 y 25 años, tiene que seguir viendo por su pequeñito Santiago de apenas 3, el fruto de su amor con Bertha Ardila, con quien se casó hace 15 días.
Pero además, junto con Bertha apoyan el trabajo de capacitación para personas con discapacidad que hacen parte de la Asociación Nuestros Sueños y Esperanzas, Asy-es.
“Me siento muy bien enseñando, pero quisiera progresar, aprender más, es lo que siempre he querido. “Para las personas que tengan una discapacidad no deben caer, no se dejen vencer, toca echar hacia adelante, yo pensé que hasta ahí llegaba, pero pude, una discapacidad no es el fin del mundo, nada ganamos con ponernos a llorar, el que llora pierde y si me caí, me duele, pero me paro y pa’lante”.