Corrían las primeras horas del pasado domingo, 12 de diciembre, y una llamada de auxilio de la comunidad alertó a las autoridades sobre un hombre que yacía sentado sobre las barandas superiores del extremo norte del Viaducto Alejando Galvis.
Ciudadanos en moto y a pie se acercaron a observar la escena, mientras uno de ellos, arriesgando su vida, se subió y con una de sus manos se agarró con fuerza de la camisa del hombre y con la otra se sostuvo de las bases metálicas del puente.
Dos policiales, que arribaron a la escena, se colaron por las rendijas del viaducto atirantado y tomaron al hombre de las piernas, mientras otro ciudadano, con un lazo lo amarró a la estructura. Por su parte, se escuchaba insistente la voz de una mujer que le gritaba insistente «tu vida es muy valiosa, Cristo te ama».
Cerca de 10 minutos duró el forcejeo para asegurar la vida del hombre y bajarlo del elevado puente. Mientras esto sucedía, la máquina M22 de los Bomberos de Bucaramanga con el teniente Fabio Ochoa y los bomberos Contreras, Larrota y Ruiz a bordo llegaron al sitio de la emergencia.
José de La Cruz Ruiz, uno de los experimentados bomberos que atendió al llamado, observó al hombre que había sido bajado de la estructura, en manos de la Policía y visiblemente asustado y nervioso, se acercó a él, se presentó y lo abrazó.
Ruiz narró que «el muchacho se encontraba en una crisis de depresión, de nervios. Al estar rodeado por tanta gente estaba temeroso. La mejor manera que encontré para desarmarlo fue abrazarlo, le dije mi nombre y no paré de abrazarlo. La reacción de él fue soltarse en llanto».
El bombero dijo que «el hombre se calmo y se dejó guiar hasta una ambulancia que aguardaba para brindarle atención médica. En el camino me contó que era oriundo de Chimichagua, Cesar, que vivía al Nororiente de Bucaramanga y que tenía muchos problemas. Le reiteré que si tenía que llorar, que lo hiciera, que se desahogara».
Durante la tarde de aquel domingo, el hombre regresó a la estación Centro del Cuerpo de Bomberos de Bucaramanga a recoger la motocicleta con la que llegó al Viaducto durante aquella mañana, preguntó por José de La Cruz, le dio las gracias y el bombero le reiteró que «la vida es muy hermosa, la vida nos da segundas oportunidades y esta es la suya».
El bombero Ruiz sostuvo que «además de bomberos también somos padres y a veces hasta psicólogos. Es muy bonito y llena de satisfacción cuando se puede hacer el trabajo de la mejor manera y se puede salvar una vida humana o animal, un bien y de ayudarle a la comunidad».
José de La Cruz lleva cerca de siete años y ya perdió la cuenta de cuántas vidas ha podido salvar durante este tiempo, sin embargo, recuerda que dos situaciones que lo han marcado fue cuando «un compañero cayó en una burbuja de fuego y corría peligro. Saqué fuerzas de donde no tuve y con una sola mano lo rescaté. También en octubre pasado cuando pudimos sacar con vida a varias personas de una fundación que se prendió en llamas».
Para este hombre, su esposa Marlén y su hija Angélica, quien lo llama ‘súperhéroe, son su aliciente para salir cada día a arriesgar su vida por la de los demás, para soportar turnos de 24 horas continuas y para contarles las anécdotas en las que un abrazo puede salvar vidas.
José de La Cruz confiesa que aunque desde ese 12 de diciembre no ha vuelto a ver a aquel hombre, si se lo volviera a encontrar lo abrazaría aún con más fuerza.