Un minuto y medio, es para muchos, muy poco tiempo, pero para Pedro Isaac Gelves, es todo, es la oportunidad perfecta para mostrar su talento, de qué está hecho y cuánto está dispuesto a demostrarle a los demás que los malabares son su más grande sueño.
Precisamente, en un semáforo que dura esos cortos, pero sustanciosos 90 segundos, es donde él se gana la vida haciendo básicamente, lo que ha querido, su pasión y lo que mejor le sale.
Es imposible imaginar qué tanto puede hacer si no sólo se trata de tirar al aire las clavas. Este joven de tan sólo 30 años y que ha vivido –tal vez más que un hombre de 50- es tan osado, que es capaz de enganchar una cuerda que tiene amarrada en un árbol del separador de la vía que conduce a El Carmen, a una parte de la malla de la cancha de Zapamanga V, y caminar por toda la cuerda mientras hace otras cosas con sus manos.
Muchos pasan y se quedan boquiabiertos, le dan sus moneditas y el deber se cumple, pero hay otros, que en medio de su afán, ni se dan por enterados que ahí hay un ‘loco’ que ‘vuela’ entre sus vehículos, un loco que ha pasado por muchos dolores.
“Esto va desde muy niño, por el hecho de no sentirme perteneciente a las expectativas que se generaban en mi casa, en la sociedad, en el colegio, no desear un trabajo estable, mis sueños nunca fueron un carro, una casa, un matrimonio, mis sueños siempre estuvieron muy alejados de eso. Siempre me ’rayó’ la monotonía y eso me hizo buscar las artes circenses”, contó.
Antes de terminar el colegio, ya hacía malabares y demás, una vez terminó, quiso tomarse un año sabático para decidir qué hacer, pero en ese tiempo, lo reclutaron y por un año estuvo en el ejército.
Salió, compró sus cosas y luego la vida le do un vuelco.
Cayó en las drogas
Pedro conoció a la mamá de su hijo, una mujer de su gremio con quien tuvo una relación bonita, pero después de un tiempo se terminó y ahí, en medio de ese duelo, perdió el rumbo.
“Caigo en una depresión profunda, caigo en la drogadicción, en el alcoholismo, empiezo a vivir en las calles y en ese tiempo, lo único que me acompañaba era el malabarismo, esa era la forma en que no me dejaba morir”.
Sus amigos de infancia del barrio Guanatá en Floridablanca, donde creció, fueron quienes le ayudaron a salir de las drogas, pues le pagaron la rehabilitación en Barrancabermeja y siguió buscando ayuda.
“Encontré los grupos de autoayuda hace más de 2 años. Llegué al grupo ‘Nunca más solos’ y ahí cambié, ya llevo 2 años y 2 meses completamente limpio.
“La gente puede juzgarme porque tengo la cara tatuada, pero no saben mi historia, ni lo que tengo por compartir que más que mi arte y talento, es mi experiencia en esto”, precisa emocionado.
Para apoyarlo, échese una pasadita por el semáforo y observe que además de sobreviviente es una valiente que no se ha dejado derrotar y que hace lo que quiere, sin hacerle daño a nadie.