“No me pierdo ningún partido ni me lo perderé hasta que Dios diga. Soy hincha a morir del Atlético”, la frase, para el desprevenido lector, le cabe a cualquier aficionado del cuadro ‘Leopardo’, pero pertenece al más grande de todo los tiempos, José Américo Montanini.
Y es que don Américo, además de convertirse en el más destacado futbolista del elenco ‘amarillo’, se caracterizó por tener un amor por el equipo a prueba de todo.
Lo respaldó a punta de gambetas y goles en la década del 50 y 60 y después siempre tuvo que ver con el cuadro bumangués, ya sea como asistente técnico o entrenador del equipo profesional, como director técnico de las divisiones menores o como fanático, porque después de colgar los guayos y el saco de DT, se transformó en el hincha más fiel, que no se perdía encuentro del equipo y, por si fuera poco, era habitual encontrarlo en los entrenamientos.
Precisamente, si en sus épocas de juventud gambeteaba a los rivales más feroces, que salían con todo a frenar su accionar, ya entrado en años hacía las maromas que fueran necesarias para apoyar a su equipo. Porque aunque la artrosis de rodilla le pasaba factura, se las ingeniaba para asistir y burlar las escaleras del estadio Alfonso López, que se convertían en un tormento para sus articulaciones.
Era tal su amor por el equipo, que no se le escuchaba una crítica pública. En alguna ocasión, observé un partido cerca de él; el Atlético no jugaba bien y en varias ocasiones hizo críticas del desempeño del equipo con su acompañante. Al final del juego, lo abordé, le pregunté por las falencias del cuadro búcaro y en ningún momento expresó el mal juego, todo lo contrario, tuvo palabras constructivas y de esperanza para el siguiente partido.
Esa fue una de las tantas características de don Américo, un señor a todo honor, que dejó un legado de buen fútbol, pero también de caballerosidad y buenos principios y valores, esos que tanto se extrañan por estas épocas.