“El actor tiene que ser creativo con su cuerpo, llamar su creatividad interna y poder utilizar esa creatividad como un instrumento de comunicación con otros actores y con el público”. Esto es lo que explica Miguel Borrás sobre el trabajo creativo del actor.
Está sentado en una de las salas de entrevistas de Q’hubo y rememora su vida con una voz grave, pero apasionada.
Miguel Ángel Borrás estuvo en Bucaramanga en meses pasados para ofrecer varios talleres y charlas sobre las artes escénicas, pero su vida y su perseverancia tienen todo el argumento de una buena obra.
Estudió en el colegio de San Pedro Claver de Bucaramanga, pero cuando tenía 18 años decidió irse a estudiar antropología en la Universidad de los Andes.
Durante los años 70, Bucaramanga vivía una historia de luchas cívicas, estudiantiles y protestas ciudadanas que buscaban unas mejores condiciones laborales.
Al mismo tiempo, Miguel Borrás quería hacer teatro. En su corazón se encendía, como sucede en la mayoría de los artistas, esa llama que nada extingue y es el deseo de expresarse a través de arte.
En Bogotá ya estaba en marcha el mítico Teatro Libre, que se había fundado en 1973, pero que empezaba ese año a llamar la atención de todos con la famosa puesta en escena de “El Rey Lear”, de Shakespeare.
“Era una compañía de teatro que estaba empezando, cuestionándose mucho sobre la utilización de un trabajo de repertorio o no y (preguntándose) para qué sirve hacer teatro en Colombia”, recuerda el actor y dramaturgo santandereano.
Enamorarse de París
El Teatro Libre logró en los años ochenta grandes apoyos: artistas de renombre como Enrique Grau, Juan Antonio Roda y el Maestro Rafael Puyana participaban del montaje de las obras y fue en ese hervidero creativo que Miguel Borrás hizo sus primeros pinitos en las artes escénicas.
Pero el ciclo se cerró en 1984. Eso sí, como en las buenas obras, todo comienza un año antes.
En 1983, el Teatro Libre de Bogotá puso en marcha una de sus giras más ambiciosas, como lo reseñó la Revista Semana en aquella época: viajarían treinta y nueve personas el siete de marzo para presentarse en China, España, Noruega, Yugoslavia, Alemania Occidental, Alemania Oriental, Inglaterra, Francia y Holanda con las obras “La Agonía del Difunto”, de Esteban Navajas; “Episodios Comuneros”, de Jorge Plata y “Los Andariegos”, de Jairo Aníbal Niño. La música fue de Jaime Carrizosa y la coreografía de Martha Rodríguez. Germán Moure y Ricardo Camacho eran los directores.
Miguel Borrás pasó un mes en París… Y se enamoró. Al año siguiente a esa gira, en 1984, regresó a la “ciudad luz” para hacer estudios en el Conservatorio Nacional Superior y una maestría en la Universidad París 3.
“Llegué a París como todos los inmigrantes del mundo: sin saber nada, sin poder hablar el idioma ni entender los códigos sociales. Y sin comer arepa santandereana”.
Por fortuna, Miguel Borrás ya tenía una maestría en la Universidad de los Andes: “era un joven con capacidad todavía de aprender, de adaptarme y de tratar de hacer un camino”.
Y así lo hizo, pero las cosas al principio siempre son difíciles. Pronto se vio en las en las calles de París, sin tener un centavo, con hambre y sin poder llamar a su familia para que le enviaran un pasaje de regreso.
Con todo, Miguel Borrás perseveró.
“Los inmigrantes vivimos en la cuerda floja, pero abajo no hay nada”, dice haciendo referencia al arte del trapecio donde hay una malla de seguridad para el trapecista.
Se vinculó con la compañía Teatro del triángulo, donde trabajó haciendo máscaras y en escenografía, pero “cuando empecé a hablar francés empecé a trabajar como actor y a enseñar”.
Quizá una de las características de quienes logran el triunfo, que no es otra cosa más que llegar a vivir de lo que se ama, es no conformarse: “Ser actor es una cosa muy difícil de soportar: esperar a que lo llamen. Y si nadie llama, qué hacer. Cuando tú eres director eres jefe de una tropa de teatro y estás siempre delante del proyecto”, cuenta Miguel Borrás.
Formó entonces su propia compañía y empezó a dirigir. Hoy es director artístico del Théâtre du Bout du Monde y es profesor de teatro en Mairie De Nanterre.
“El más gran reto es que llevo 38 años viviendo en Francia y, mucho más, de hacer teatro. Es un logro grandísimo”.
“El más gran reto es que llevo 38 años viviendo en Francia y, mucho más, de hacer teatro. Es un logro grandísimo”.