La noticia cayó como un rayo en una noche tormentosa: David Lynch, el arquitecto de nuestros sueños más perturbadores, había muerto. Tenía 78 años, y con él se fue un universo entero, uno donde los silencios eran tan importantes como los gritos, y las sombras hablaban más que las luces.
En cuestión de minutos, las redes sociales se convirtieron en un funeral global. El director James Gunn, ahora al mando de DC Films, escribió con la precisión de un guion: “Descansa en paz, David Lynch. Inspiraste a muchos de nosotros”. Su tributo, breve pero cargado de simbolismo, incluyó una imagen de Isabella Rossellini como Dorothy Vallens en Blue Velvet, como si quisiera recordarnos que Lynch veía en sus actores no solo personajes, sino fragmentos de un alma colectiva.
Joe Russo, codirector de épicas como Avengers: Infinity War y Endgame, no se quedó atrás: “Nadie vio el mundo como David Lynch. El mundo perdió a un maestro del cine el día de hoy”. Sus palabras resonaban como un eco en un bosque vacío, cargadas de la certeza de que el cine ya no sería el mismo.
Pero si hubo un mensaje que destiló emoción pura fue el de Billy Corgan, el genio detrás de The Smashing Pumpkins. Corgan había trabajado con Lynch en la banda sonora de Lost Highway, un filme que parecía una extensión de los paisajes sonoros de su propia música. “Haber trabajado con él fue como un sueño de una de sus películas”, escribió en Instagram. “Animo a cualquiera que ame el cine y la televisión a ver todo lo que David produjo. Fue un verdadero artista, de pies a cabeza”.
Ron Howard, quien nos ha dado clásicos como El Grinch y El Código Da Vinci, también se sumó al homenaje. En su cuenta de X, antes conocida como Twitter, dejó un epitafio virtual para Lynch: “Un hombre amable y un artista audaz que demostró que la experimentación radical podía producir cine inolvidable”.
Las palabras de estos gigantes del cine y la música nos recuerdan que Lynch no solo dirigía películas: creaba atmósferas, mundos que nos envolvían y nos dejaban con una pregunta en la punta de la lengua, pero que jamás nos atrevíamos a formular.
Ahora que Lynch ha dejado este mundo, nos queda su legado, un puñado de obras que no temieron mirar de frente lo extraño, lo inquietante, lo maravilloso. El cine se queda más frío, más predecible. Pero en algún rincón del corazón de quienes amaron su obra, todavía resuena el zumbido eléctrico de Twin Peaks, el misterio de Mulholland Drive, y el inquietante vaivén de las cortinas rojas en el cuarto de un sueño interminable.