La madrugada de este jueves trajo una noticia que heló los corazones de Colombia: Margalida Castro, una de las actrices más emblemáticas del país, dejó este mundo a los 83 años. Con su partida, se cierra el telón de una vida marcada por el arte, la pasión y un talento que dejó huella en el teatro, la televisión y el cine nacional.
Margalida, nacida el 19 de noviembre de 1941 en San Gil, Santander, fue mucho más que una actriz; fue una narradora de emociones, una mujer que transformó cada personaje en un espejo de las realidades y fantasías de millones de espectadores. Su legado no solo vive en sus actuaciones, sino también en las generaciones de artistas que inspiró con su disciplina y entrega.
Margalida Castro Rueda creció en Bogotá, en una familia santandereana que le inculcó desde temprana edad el amor por la música y el conocimiento. Su padre, un reconocido abogado, y su madre, una institutriz, le brindaron una educación rigurosa, primero en el Colegio Departamental de la Merced, donde comenzó su formación musical, y luego en la Universidad Nacional de Colombia, donde inició estudios de arquitectura.
Sin embargo, el destino tenía otros planes para ella. Un día, mientras tocaba la flauta en una obra de teatro infantil, descubrió el mundo de las tablas, un llamado que no pudo ignorar. Así, Margalida dejó atrás la arquitectura para entregarse por completo al arte dramático, un sacrificio que se convertiría en el gran amor de su vida.
Margalida Casto: un camino forjado en el escenario y la pantalla
Su debut en la televisión llegó en 1967 con la serie La tercera palabra, dirigida por Bernardo Romero Lozano. Desde entonces, su carrera despegó, llevándola a participar en más de 75 películas, 80 series de televisión y 15 obras de teatro. Margalida tenía la habilidad única de dotar a cada personaje de una humanidad que trascendía la pantalla, dejando una marca indeleble en cada producción.
Entre sus papeles más memorables están: Sussy Borda de Lavalle en Gallito Ramírez (1986), rol que le valió un Premio India Catalina; Chavela Vargas en Yo amo a Paquita Gallego (1998), donde su interpretación la hizo acreedora de un Premio TVyNovelas y Heraclia de Santiño en Rauzán (2000), un personaje que consolidó su fama a nivel internacional.
En 2012, su papel como Gertrudis Buenahora en El secretario le valió otro Premio India Catalina, un reconocimiento más en una carrera cargada de logros.
Margalida fue más que una actriz: fue una visionaria que luchó por el reconocimiento del arte en Colombia. Como presidenta de la Academia de Cine entre 2000 y 2003, abogó por el desarrollo del sector audiovisual. En 2013, recibió el Premio Víctor Nieto a Toda una Vida, un homenaje a su dedicación y contribución al arte.
La noticia de su muerte, confirmada por sus familiares, deja un vacío imposible de llenar. En sus últimos años, Margalida se mantuvo activa, compartiendo su experiencia y apoyando a jóvenes talentos. Ahora, deja un legado que trasciende generaciones, una constelación de interpretaciones que iluminarán el arte colombiano para siempre.
Hoy, el teatro y la televisión lloran su partida. Las luces del escenario se han apagado, pero su espíritu sigue vivo en cada aplauso, en cada lágrima derramada por sus personajes, y en cada alma tocada por su arte. Margalida Castro, la mujer que vivió para actuar, ahora descansa, pero su historia será contada una y otra vez, como las mejores obras que nunca mueren.