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Video: ‘Caí 10 metros en un hotel de Santander y tuve que aprender a caminar de nuevo’

Lo que comenzó como un paseo para que su amiga extranjera conociera el Cañón del Chicamocha en Santander, terminó en un mes de hospitalización y dos más de incapacidad. Esta es la historia de Daniella Loza Clausen, quien visitó un hotel en la Mesa de Los Santos y casi muere.

Por: Daniela Puentes

Ver el sol esconderse entre los picos indomables del Cañón del Chicamocha era el plan de Daniella y su amiga mexicana para la tarde del viernes 24 de septiembre de 2021. Así pasarían la primera noche en un lujoso hotel ubicado en la Mesa de Los Santos.

Llegaron al sitio, a una hora y media de Bucaramanga. Recibieron la habitación e inmediatamente subieron a la terraza para charlar mientras veían la puesta de sol.

“Me levanté de la silla a correrla, me iba a sentar en la mesa y la mesa se fue para atrás. Di una vuelta y fue caída libre hacia al Cañón del Chicamocha”, cuenta Daniella quien explica que fueron diez metros los que recorrió antes de chocar su cadera con el suelo.

Cayó sentada, aturdida, en el único lugar donde podía caer antes del abismo. De no ser por esa salida de tierra a diez metros de la terraza el cuerpo de Daniella hubiera quedado entre algún matorral a las faldas del cañón.

“Sentí el dolor del golpe inmediatamente. Alcancé a pensar ‘debo mover las manos’ y pude hacerlo. Entonces me di cuenta que lo que me pasó era grave, pero no tanto. Ahí comencé a gritar para que mi amiga pudiera saber que estaba viva”, comentó.

La acompañante de Daniella, efectivamente se enteró por los gritos que ella no había muerto, tal como pensaba segundos antes.

Los gritos también alertaron a un escalador que se hospedaba en el mismo hotel. Fue él quien se asomó primero al abismo y le dijo que la iba a ayudar a salir de ahí.

“Me hizo preguntas para verificar mi estado, me dijo que si me podía mover. Lo intenté pero me dolió mucho. Me dijo: “tranquila, yo sé primeros auxilios y te voy a sacar de ahí”. No supe al cuánto tiempo llegó personal del hotel”, indica.

Cerca de 20 minutos después lograron bajar hasta donde ella se encontraba con una camilla y el collarín para inmovilizarle el cuello. Sacarla de esta zona fue difícil, es una mujer alta y fue necesario que cerca de seis personas ayudaran en su evacuación.

No podían alzar la camilla porque los fuertes vientos de la zona amenazaban con desestabilizarla. Fue un trabajo de mucha prudencia y paciencia.

“Fueron los peores momentos de mi vida. Solo pedí que no llamaran todavía a mi mamá. Cuando logramos subir, me estaba esperando una ambulancia y del hotel me llevaron al puesto de salud de Los Santos. Allá no había cómo atenderme, lo único que pudieron hacer fue canalizarme. Volvimos a la ambulancia y de ahí bajamos a Bucaramanga”, cuenta.

Ese trayecto de La Mesa a la capital de Santander que normalmente se hace tedioso, vivirlo en una ambulancia fue aún más desesperante. En el camino, Daniella pidió que le avisaran a su mamá para que la esperara en Urgencia cuando llegaran.

“Ahí estaba ella. Me acompañó en todo momento. En urgencias me cortaron la ropa y me movilizaron en la camilla, porque no sabían si me había roto algo. Después de muchas radiografías me visitó el doctor Carlos Ferreira, él fue otro de los ángeles que me salvó”, dice.

Por la caída, Daniella sufrió una rotura del hueso sacro. El médico no le quiso informar de inmediato el diagnóstico sino que le pidió que siguiera una sencilla indicación: «Intenta ir al baño».

Ella, que no podía moverse sin que un dolor inmenso recorriera su cuerpo, recuerda que con mucho esfuerzo pudo orinar. Recuerda también las palabras de su doctor.

“Me dijo que si no hubiera podido controlar la orina, tendría un problema de esfínteres toda la vida. Pero además me hubieran tenido que meter a cirugía de una vez porque los nervios de toda esa zona se me habrían dañado”.

Pasó un mes en la clínica sin poder realizar algún movimiento, no podía siquiera levantar el pie para usar un pato. Entonces volvió a usar pañales. Volvió a depender de su mamá para bañarse y alimentarse.

Da las gracias a Dios por tener en ese momento el apoyo incondicional de su mamá. “Si ella me tenía de la mano, no me dolía”.

Después duró dos meses incapacitada. Les tocó buscar camilla para adecuarla en su hogar, una enfermera y un caminador. “Sé que soy muy afortunada. Mi familia y mi seguro costearon todo mi tratamiento. No todos pueden pasar por lo que yo pasé sin ver su seguridad económica afectada. Del hotel solo recibí el reembolsó de mi estadía. Pude haber muerto, pude haber quedado parapléjica, se me pudo explotar un órgano. Todo esto se pudo evitar”.

Otro caso

Así como le sucedió a Daniella, una pareja de esposos que celebraba su aniversario en un glampling en la Mesa de Los Santos, vivió lo que parece una película de terror.

Un fin de semana de noviembre de 2021, Cristina y Diego, nombres cambiados a petición de las fuentes, llegaron a un llamado eco hotel, con vistas a la inmensidad del Cañón del Chicamocha. Se registraron y entraron a su cabaña.

“El paquete incluía una fogata. Estábamos frente al cañón comiendo masmelos asados. Decido ponerme de pie para mover unos troncos y avivar las llamas, pero doy un paso en falso. La fogata quedaba literalmente al borde del abismo. Pisé mal y caí como cinco metros. Era de noche y no se veía absolutamente nada”, comentó Diego.

Su esposa, que vio cómo cayó, comenzó a gritar su nombre y a pedir ayuda. Fueron segundos de pánico porque la oscuridad impedía visualizar si su pareja se encontraba bien.

“Gritaba y gritaba y nadie me oía. Lo venden como un sitio de descanso porque las cabañas están separadas entre sí y, como si fuera poco, la que estaba más cerca tenía música a todo volumen. Nadie me escuchaba. Yo pensé ‘me quedé viuda’ y seguía gritando desesperada”, dijo Cristina.

De un momento a otro, la mujer comenzó a oír la voz de su esposo. “Estoy bien. Me agarré de unas ramas. Busco mis gafas y subo”.

Una vez en tierra firme, el hombre recuerda que tuvo que calmar a su esposa. Fue un susto grande, pero la noche apenas comenzaba.

“Le pedía que respirara, que dejara de llorar, yo me sentía bien, nervioso, raspado, pero bien. Me siento en una silla, le reitero que me siento bien y, según ella, me desmayo”.

Cristina gritó de nuevo. Fue al cuarto a ver si había teléfonos o algún sistema por el que pudiera pedir ayuda, pero no encontró nada. Pensó en ir corriendo a la cabaña del lado, pero no quería dejar a su esposo solo.

No saben cuántos minutos pasaron. Ella, en medio del llanto, oraba. Lo veía, lo sacudía. Nada pasaba. Intentó desbloquear el celular para llamar a emergencias. No pudo. No había forma de avisar lo que había sucedido.

“Cuando me desperté ella estaba muy afectada. Se alivió porque seguía con vida, pero estaba aterrorizada. Nadie apareció para ayudarnos. Ella quería que nos fuéramos de una para un hospital. Pude calmarla, llamar a un amigo médico y decidimos pasar la noche en el hotel”, dice.

Al día siguiente, muy temprano, los dos se fueron del hotel, no sin antes contarle al encargado lo sucedido.

“Nos miraba atónito. No dijo nada. Nos ofreció una ambulancia, pero ya para qué”, comentó Diego.

Las quejas

Cuando recuerda el accidente Daniella Loza indica que pudo ser peor, pero que además, pudo evitarse.

No encontró, mientras caía al vacío, una cuerda, una baranda, una rama, de la cuál sostenerse. Tampoco fue recibida por alguna red de seguridad.

“En circos o zonas de alto peligro siempre hay un tipo de red que evita que las personas tengan una caída libre. En este hotel, que se supone está dispuesto para realizar escaladas, no hay nada. Incluso el personal parece no estar entrenado para estas emergencias”, dice.

Desde el establecimiento llamaron a la ambulancia pero hasta ahí habría llegado su responsabilidad.

“Ese día estuvieron muy pendientes y me rescataron también unas joyas. Luego solo se comunicaron conmigo por el Whatsapp de reservas. Me pareció muy impersonal el trato. Después me dijeron que sí les podía enviar la copia de mi cédula para que el seguro les reembolsara lo que les costó el traslado en la ambulancia. Mientras estaba postrada en una cama, sin poder caminar, me giraron el reembolso de la estadía a un Effecty, al que tenía que ir personalmente a reclamar el dinero”, recuerda.

Daniella cuenta lo que le sucedió para que los llamados glampings cumplan con medidas mínimas de seguridad y para evitar que alguien más pase por lo que ella vivió.

“Hay muchos sitios hermosos en esta zona de Santander. Pero no se ven seguros. Yo sé que uno no puede andar por la vida pensando que se va a matar, sin embargo los dueños de estos servicios sí podrían ser más responsables y velar por la seguridad de sus huéspedes”.

Lo mismo opinan los esposos que hablaron con Vanguardia. Para ellos, la falta de zonas seguras en los hoteles es una preocupación que solo se nota cuando ocurren accidentes.

“Preguntamos por qué no había barandas o algún tipo de seguridad. Nos dicen que lo han pensado pero están reservados hasta enero y no había tiempo para adecuarlas. Esta respuesta me dejó más preocupado. Hay que tener mucho cuidado en estos sitios”, dijo Diego.

-Vanguardia se comunicó con el hotel pero decidieron no dar declaraciones sobre el accidente.

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