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Trabajo infantil se incrementó en el área metropolitana de Bucaramanga entre 2020 y 2021

Según el Dane, la Tasa de Trabajo Infantil pasó de 2,1% en el 2020 a 3,1% en el 2021; siendo el área metropolitana la tercera ciudad con mayor proporción de niños y niñas trabajando en el país.

Los 12 de junio de cada año se celebra el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, como una forma de recordar que ningún niño debería verse obligado a trabajar o, dicho de otra forma, las familias deberían contar con las condiciones socioeconómicas tales que sus hijos no vean, antes de alcanzar la mayoría de edad, el trabajo como parte de sus vidas.

Según el Dane, la Tasa de Trabajo Infantil pasó de 2,1% en el 2020 a 3,1% en el 2021; para un incremento de un punto porcentual en los últimos años, siendo el área metropolitana la tercera ciudad con mayor proporción de niños y niñas trabajando en el país, detrás de Cali e Ibagué.

Con ocasión de este día, Jaime Castro Martínez, docente de la Facultad de la Sociedad, Cultura y Creatividad del Politécnico Grancolombiano, analiza esta situación:

¿Qué se sabe del trabajo infantil?

Para distintos organismos gubernamentales, como el ICBF, el trabajo infantil “es todo aquel realizado por un niño, niña o adolescente que no alcance la edad mínima de admisión al empleo y en los términos establecidos por la legislación nacional y que, por consiguiente, impida la educación y el pleno desarrollo del niño la niña o el adolescente; el que se ajuste a la definición de trabajo peligroso o aquel que está incluido como peores formas de trabajo infantil”.

Desde esta lógica, el trabajo infantil, por definición, es aquel que impide la educación y el desarrollo y, además, por defecto, guarda relación con las peores formas de trabajo.

El ICBF señala que los sectores en donde más se manifiesta este fenómeno es en la agricultura, la ganadería, la caza, la silvicultura, la pesca, el comercio, los hoteles y restaurantes, los servicios comunales, sociales y personales, el transporte, el almacenamiento y las comunicaciones.

Por su parte, el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) señala que, en el trimestre de octubre a diciembre de 2021, 508 mil niños, niñas y adolescentes entre los 5 y los 17 años estuvieron trabajando, 9 mil personas menos que en el periodo del año anterior.

Algo que resulta de interés y que permite entender mejor este escenario es que, de estos, el 62 % se ubicaron en los centros rurales y rurales dispersos, mientras que sólo el 38 % se encontraban en las cabeceras.

También llama la atención que el 68,2 % fueron hombres, un porcentaje que duplica la cifra de niñas y adolescentes trabajadoras.

¿Qué dicen los niños y niñas trabajadoras? ¿Por qué trabajan?

Un estudio publicado en el Observatorio de Infancia y Adolescencia de Andalucía, con población de niños y niñas trabajadores en plazas de mercado y en ventas ambulante, encontró que, para esta población, el trabajo infantil y sus formas de expresión configuran prácticas que reproducen y legitiman la cultura de la supervivencia alrededor del trabajo y la vida familiar que lo dinamiza.

Se mantiene y reproduce, a la vez, como práctica intergeneracional. El trabajo es visto como un medio de elección y de alcance de bienes considerados como importantes. Es un acto de expansión de la libertad. Investigaciones alrededor del mundo han mostrado el lugar particular que tiene el trabajo infantil en zonas rurales.

Estas poblaciones suelen ver en el trabajo una forma de apoyo a la familia. Lo anterior coincide con un estudio realizado en Colombia por María del Pilar Jaramillo, de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, quien señala que las razones se mueven entre ayudar a la familia y tener su propio dinero.

Llama de nuevo la atención que la primera razón es más común en zonas rurales, mientras que la segunda es característica de niños, niñas y adolescentes de zonas urbanas, quienes tienden a la búsqueda de la autonomía o al empoderamiento frente al núcleo familiar.

¿Por qué no se logra erradicar el trabajo infantil?

Este es un fenómeno, con efectos económicos importantes; es una estrategia de supervivencia por parte de las familias que no tienen garantizadas las condiciones sociales de equidad.

Los programas de subsidios destinados a familias de escasos recursos sólo cubren una parte de la población. La que no es cubierta, se ve obligada a contar, para su subsistencia, con los hijos e hijas como fuerza laboral.

A lo anterior se suman las condiciones de precarización del trabajo (empleos de baja calidad, de corta duración, con baja estabilidad laboral, entre muchas otras características de injusticia social).

Para Jaramillo, la gran razón va más allá de que se cuente o no con políticas para la erradicación del trabajo infantil, sino con la existencia o no de entornos protectores para niños, niñas, jóvenes y sus familias, lo que pasa por garantizar trabajos dignos, estables y con remuneración justa para que las personas cabeza de familia brinden oportunidades de crianza a sus hijos sin la necesidad de que estos se conviertan en mano de obra antes de alcanzar la mayoría de edad.

¿Qué se sabe del trabajo infantil?

Para distintos organismos gubernamentales, como el ICBF, el trabajo infantil “es todo aquel realizado por un niño, niña o adolescente que no alcance la edad mínima de admisión al empleo y en los términos establecidos por la legislación nacional y que, por consiguiente, impida la educación y el pleno desarrollo del niño la niña o el adolescente; el que se ajuste a la definición de trabajo peligroso o aquel que está incluido como peores formas de trabajo infantil”.

Desde esta lógica, el trabajo infantil, por definición, es aquel que impide la educación y el desarrollo y, además, por defecto, guarda relación con las peores formas de trabajo.

El ICBF señala que los sectores en donde más se manifiesta este fenómeno es en la agricultura, la ganadería, la caza, la silvicultura, la pesca, el comercio, los hoteles y restaurantes, los servicios comunales, sociales y personales, el transporte, el almacenamiento y las comunicaciones.

Por su parte, el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) señala que, en el trimestre de octubre a diciembre de 2021, 508 mil niños, niñas y adolescentes entre los 5 y los 17 años estuvieron trabajando, 9 mil personas menos que en el periodo del año anterior.

Algo que resulta de interés y que permite entender mejor este escenario es que, de estos, el 62 % se ubicaron en los centros rurales y rurales dispersos, mientras que sólo el 38 % se encontraban en las cabeceras.

También llama la atención que el 68,2 % fueron hombres, un porcentaje que duplica la cifra de niñas y adolescentes trabajadoras.

¿Qué dicen los niños y niñas trabajadoras? ¿Por qué trabajan?

Un estudio publicado en el Observatorio de Infancia y Adolescencia de Andalucía, con población de niños y niñas trabajadores en plazas de mercado y en ventas ambulante, encontró que, para esta población, el trabajo infantil y sus formas de expresión configuran prácticas que reproducen y legitiman la cultura de la supervivencia alrededor del trabajo y la vida familiar que lo dinamiza.

Se mantiene y reproduce, a la vez, como práctica intergeneracional. El trabajo es visto como un medio de elección y de alcance de bienes considerados como importantes. Es un acto de expansión de la libertad. Investigaciones alrededor del mundo han mostrado el lugar particular que tiene el trabajo infantil en zonas rurales.

Estas poblaciones suelen ver en el trabajo una forma de apoyo a la familia. Lo anterior coincide con un estudio realizado en Colombia por María del Pilar Jaramillo, de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, quien señala que las razones se mueven entre ayudar a la familia y tener su propio dinero.

Llama de nuevo la atención que la primera razón es más común en zonas rurales, mientras que la segunda es característica de niños, niñas y adolescentes de zonas urbanas, quienes tienden a la búsqueda de la autonomía o al empoderamiento frente al núcleo familiar.

¿Por qué no se logra erradicar el trabajo infantil?

Este es un fenómeno, con efectos económicos importantes; es una estrategia de supervivencia por parte de las familias que no tienen garantizadas las condiciones sociales de equidad.

Los programas de subsidios destinados a familias de escasos recursos sólo cubren una parte de la población. La que no es cubierta, se ve obligada a contar, para su subsistencia, con los hijos e hijas como fuerza laboral.

A lo anterior se suman las condiciones de precarización del trabajo (empleos de baja calidad, de corta duración, con baja estabilidad laboral, entre muchas otras características de injusticia social).

Para Jaramillo, la gran razón va más allá de que se cuente o no con políticas para la erradicación del trabajo infantil, sino con la existencia o no de entornos protectores para niños, niñas, jóvenes y sus familias, lo que pasa por garantizar trabajos dignos, estables y con remuneración justa para que las personas cabeza de familia brinden oportunidades de crianza a sus hijos sin la necesidad de que estos se conviertan en mano de obra antes de alcanzar la mayoría de edad.

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