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Murió ‘Tongorito’, el legendario payaso santandereano

A la 1:00 a.m. de este 29 de diciembre de 2021, en el barrio Santa Cruz del municipio de Girón, murió Pedro Alberto Zambrano, más conocido como 'Tongorito', el payaso más antiguo de Santander.

Desde hace varios meses había estado delicado de salud y necesitaba una silla especial para mejorar su calidad de vida. El deceso de Pedro Zambrano se dio debido al deterioro de salud que desde hace varios meses atravesaba, confirmaron sus familiares.

‘Tongorito’ inició su carrera a los 14 años, hizo parte de diversos circos en Colombia y Europa. Seis hijos lo recordarán por el legado que dejó en ellos y en todos los bumangueses que alguna vez disfrutaron sus presentaciones.

Pedro estuvo 60 de sus 91 años regalando alegría. “Soy el payaso más viejo de Santander y de Colombia”, decía orgulloso este bumangués, quien residía en una humilde vivienda en el barrio Santa Cruz, en Girón.

Los Zambrano son toda una dinastía de payasos… Desde Pedro hasta sus bisnietos han seguido con la tradición de hacer reír. Juntos forman el grupo ‘Tongorito y sus Tongorines’.

Pese a los achaques propios de su edad y a que la memoria no lo traicionaba Pedro fue ‘Tongorito’ hasta el último día de su vida, lo suyo era regalar sonrisas sin límite… Quedarán sus ‘Tongorines’ porque, a pesar de todo, la función debe continuar.

La noche de su ùltimo homenaje

Hace cuatro años, cuando tenía 87 años, Pedro Alberto Zambrano, más conocido como el payaso ‘Tongorito’, recibió un sentido homenaje en el Circo Montecarlo, en Bucaramanga, por sus 72 años de carrera artística. Una noche que él y el público recordarán por siempre.

Las luces de la carpa blanca con líneas rojas ubicada en un lote de 500 metros cuadrados se apagaron por un momento. El reloj marcaba las 9:15 de la noche de un 23 de agosto en el Circo Montecarlo.

Rápidamente aparecieron los destellos de las cámaras y celulares de más de 500 asistentes, quienes estaban listos para grabar la llegada de las estrellas: los payasos. Aquellos que debían, tal y como lo hacen cada noche, sacar decenas de sonrisas a niños y adultos que aún creen en la magia del circo. Una profesión que cada vez se hace más dicífil.

En medio de la oscuridad, el sonido de los platillos y tambores, que en realidad eran ollas de acero, acompañaba los pasos de los siete artistas que uno tras otro salían a la tarima. La misma que minutos después funcionaría como pista de BMX de tres acróbatas. Todos los artistas, menos uno, vestían de blanco.

Aquel hombre con el pelo canoso, ojos brillantes y sonrisa amplia era único entre los demás, con su caminar pausado y su traje de soldadito de plomo.

Destacaba no solo por sus prendas color rojo oscuro con lentejuelas doradas, zapatos blancos y un gran sombrero, sino por ser el ‘capitán de pelotón’, un puesto que se ganó tras más de siete décadas de trabajo. Su nombre artístico está la memoria de muchos santandereanos, es ‘Tongorito’, el payaso más viejo de Colombia.

Esa noche ‘Tongorito’ parecía tener más energía que la habitual y un brillo diferente en la mirada. Se sentía especial.

Su actuación sobre la pista tardó poco más de 10 minutos, las risas del público fueron su mayor recompensa. Él, con una botella de plástico en la mano, marcaba el ritmo de la marcha mientras la movía con fuerza sobre su cabeza.

A su paso lo seguían seis payasos: un par de ellos mexicanos y otros colombianos; un par más que no superaban el metro de altura, pero cuyas sonrisas eran gigantes y llenas de color. Sus sombreros, que también eran ollas, reflejaban las luces azules, rojas y verdes que una vez más estaban encendidas en aquella carpa en la que el viento fluía con facilidad y las tablas del piso crujían con cada paso.

El público estaba atento a cada movimiento. ‘Tongorito’ y su batallón de ‘soldados locos’ bailaron, cantaron, hicieron bromas y actuaron. Pero el momento de marcharse llegó.

Risas, aplausos y algunos silbidos acompañaron la salida del payaso ‘Tongorito’, aquel que una vez más le había cumplido a los asistentes y que ahora se despedía con una venia y un suave meneo de su sombrero.

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