“¡Lifer!”. Todos voltean la mirada ante el aviso de una especie no vista antes. El Jacamerops aureus se percha. Los biólogos no lo pueden creer. Los pajareros están maravillados. Disparan una y otra vez al tiempo que ajustan con precisión su lente. Los locales sonríen tímidamente al confirmar con sus ojos su riqueza natural. Los demás presentes en la ruta de aviturismo enfocan desesperadamente los binoculares. Intentan ver lo que no entienden.
No es el momento de las preguntas. Luego de los primeros gritos de emoción y llamados desesperados a observar, el verde esmeralda que viste su cuerpo silencia al grupo. Entre los expertos se le conoce como una de las aves más difíciles de ver en el país. Ahora sobresale del interior del bosque profundo. Rayos de luz, que se cuelan por las ramas de los árboles, le otorgan un tono brillante a su pecho anaranjado. Su pico grueso y negro lleva a los biólogos a pensar, solo por una fracción de segundo, en el Momotus subrufescens, un ave similar también avistada en esta zona del embalse de Topocoro, en Santander. Pero definitivamente se trataba de la especie de la que solo se tenía un único registro en el departamento. Todo un acontecimiento para los pajareros, los amantes de las aves.
La sorpresa fue mayor. No era uno sino dos pájaros perchados en la rama del árbol anclado en la Serranía de la Paz, en el sector de Corintios, en la vereda Sogamoso, en Betulia, localizada a 66 kilómetros de Bucaramanga. El grupo de casi 30 personas estuvo contemplando la belleza del Jacamará Grande por al menos 20 minutos. Todos guardaban la esperanza de escuchar su largo silbido. No ocurrió, pero la escena ya era un evento fascinante.
Estaban frente a la prueba irrefutable de que esa zona es la bomba biológica de Santander, como la bautizó Elkin Briceño en los años 2000. En aquella época, “cuando se mermó un poco la guerra con los paramilitares pudimos explorar la diversidad de los andes y hacer investigación científica”. Él era el ornitólogo de campo, quien recogía las aves capturadas con las redes de niebla que se extendían por más de 120 metros.
Tomás Donegan era el ornitólogo líder. La entomóloga era Blanca Huertas, una de las mujeres científicas más importantes de Colombia, quien ahora es curadora de la colección de mariposas del Museo de Historia Natural de Londres, en el Reino Unido. Sí, ella también recorrió esas montañas santandereanas.
Cuanta razón tenían los campesinos que por 1986 exploraron esta “tierrota buenísima”. Llegaron de San Vicente de Chucurí, El Carmen de Chucurí, Zapatoca y Betulia, en aquel entonces hacían parte de una comunidad cristiana liderada por el padre Floresmiro López.
Todas estas historias y ecosistemas convergen allí, en donde la comunidad del sector de Corintios, ubicado en la vereda Sogamoso, pretende consolidar una ruta de aviturismo liderada por pescadores y campesinos. De la mano de Biótica Consultores e Isagen se capacitan para desarrollar habilidades para guiar recorridos en la naturaleza y crear senderos que promuevan la conservación. El objetivo de esta comunidad, conformada por cerca de 60 personas, es permitir a hijos de esta tierra y visitantes del mundo, disfrutar de las maravillas que esconden los bosques de Santander.
Una historia que arrancó con 45 familias
Ha de saberse que cuando se sale a pajarear, o practicar aviturismo, si alguien grita: “lifer”, todos voltean su mirada a esa persona que está viendo una especie de ave que no había visto nunca. Esta vez fue aún más especial. Ninguna de las personas que salieron a pajarear el pasado 25 de agosto, a las 7:45 a.m. por la serranía de la Paz, bajo la guianza de Luis Antonio Torres, había visto nunca antes un Jacamará Grande.
Su hábitat natural es el bosque tropical, hasta los 600 metros sober el nivel mar. Suele ser avistada en el Chocó, al interior de los bosques húmedos de tierra firme, generalmente a la orilla de los caños o riachuelos. Es una ave mundialmente conocida y protegida. Sin embargo, la población está disminuyendo de manera significativa debido a la destrucción de su ecosistema y la cacería ilegal.
Solo se había avistado una vez en Santander. Y en el grupo que salió esa mañana a conocer el piloto de esta ruta que espera ser referente en la región, estaba un ornitólogo que visitó la zona una vez al mes, durante un año, esperando encontrar esta especie. Fernando Cediel, el ornitólogo con más experiencia en la zona del embalse de Topocoro. El que más kilometraje reúne.
“Qué maravilla”. Emoción, lágrimas y muchas fotos salieron de esos primeros 20 minutos de la ruta que duraría cerca de tres horas, a paso de pajarero. Luis Antonio Torres lo atribuyó al aniversario de su comunidad. “Para mí ha sido un placer encontrarme con visitantes que llegaron justo el día que cumplimos 38 años de existencia”, dijo.
“Hacíamos parte de las comunidades cristianas campesinas y comenzamos a hablar de las necesidades que tenían muchos campesinos. No tenían tierra y querían trabajar. Decidimos mirar un terreno y entrar. Hubo alguien que habló de una tierrota buenísima. Entonces decidimos viajar”. Luis no encontró una mejor forma de arrancar la ruta que con su propia historia. Dejando en evidencia la esencia pura del turismo comunitario.
Recuerda que cruzaron la cordillera y llegaron a la Serranía de la Paz el 25 de agosto de 1986, a las 10:30 p.m. Fueron 45 familias las que escribieron los primeros renglones de la economía con cultivos de plátano, maíz y cacao.