“Cuando cierro los ojos aún puedo escuchar los gritos y golpes que mi padre le daba a mi madre cada vez que llegaba a casa. Hasta que un buen día se fue para siempre, abandonándonos a mí, a mi madre y a mis tres hermanos”, dijo Lucía.
“Mi padre era muy estricto conmigo, recuerdo que cuando tenía 18 años me encontraba platicando con unos amigos afuera de mi casa, cuando de repente mi padre fue a buscarme y me golpeó sin consideración frente a mis amigos, fue un momento vergonzoso que se repitió en varias ocasiones”, dijo Camila.
En poco tiempo intervino Andrés en la conversación: “Mis padres nunca me dieron afecto, no recuerdo haber recibido un abrazo o un beso, solo se enfocaban en darme lo que necesitaba para vivir”
Adriana dijo: “Mi madre murió cuando era pequeña debido al cáncer y hace cinco años mi padre también falleció; la ausencia de mis padres me ha marcado para siempre”.
Así puedo contarte muchas experiencias de vida que han herido los corazones de muchas personas durante la infancia y que todavía nos persiguen a muchos de nosotros al ser adultos.
Para poder comprender mejor el tema debemos entender que las heridas emocionales son lesiones afectivas que nos obstaculizan llevar una vida plena, porque son traumas aún no superados en su totalidad, por lo que salen a relucir en la forma en cómo nos relacionamos con los demás y lo peor es que algunas veces nos impiden solucionar problemas y ser resilientes.
En ocasiones estas heridas emocionales de la infancia repercuten gravemente en nuestras emociones y personalidad, por tener un gran impacto psicológico que van desencadenando enfermedades como la ansiedad, depresión, estrés, pensamientos obsesivos, entre otros.
Por ello tenemos que enfocarnos en sanar nuestras heridas emocionales para mejorar nuestras relaciones y la manera en como solucionamos nuestros conflictos, simplemente por tener una mejor salud mental y física.
Heridas emocionales
Ahora bien, ¿cuáles son estas heridas emocionales de la infancia que nos persiguen siendo adultos?
1. Miedo al abandono
Algunas personas tienen miedo a ser abandonadas por sus seres queridos o su pareja, por ello es que llegan a idealizarlos desarrollando un apego emocional muy fuerte. Estas personas en ocasiones llegan a ser sumisas, celosas, dejan de tomar decisiones y de expresar sus opiniones, además nunca luchan por defender sus ideales o creencias.
Son como marionetas dejando que otros controlen sus vidas, simplemente porque no confían en ellas mismas, tienen poca seguridad y baja autoestima y muchas veces abandonan sus sueños. En pocas palabras, dejan en manos de otros su propia felicidad por miedo a ser abandonadas.
Incluso algunos estudios afirman que el miedo a ser abandonados genera en gran parte rupturas de pareja, debido al gran apego emocional que las personas depositan en su ser amado.
2. Ser rechazados
Todos somos seres sociales por naturaleza, desde que somos niños nos vemos en la necesidad de ser aceptados por un grupo social, incluso algunos adolescentes llegan a hacer cosas que no quieren hacer o que van en contra de sus creencias para poder tener amigos.
Esta herida emocional puede haberse generado desde la infancia (como en el ejemplo de Andrés, en el cual sus padres no le demostraban ninguna clase de afecto). Este vacío y falta de amor puede originar que al ser adultos las personas busquen llenar de una u otra manera el amor, por sentirse incomprendidos, culpables, y sobre todo rechazados.
Por lo general, esas personas son extrovertidas, se les dificulta hablar en público, casi no tienen amigos y lo peor es que pueden desencadenar un tipo de trastorno llamado ansiedad social que los lleva a autolastimarse.
3. No confiar en las personas
Cuando de pequeños experimentamos u observamos algún tipo de violencia física o emocional en casa, es probable que dejemos de confiar en las personas por miedo a lo sufrido en el pasado. Incluso también está herida emocional se origina cuando nuestros padres fueron muy exigentes, no cumplían sus promesas o mentían ocasionalmente.
Es por ello que al ser adultos se desconfíe de las personas y eso ponga en riesgo cualquier relación que desee formalizar, ya sea un matrimonio, tener amigos o incluso las relaciones laborales. Cuando las personas dejan de confiar es probable que sientan miedo al volver a experimentar cualquier tipo de violencia, desilusión o frustración.
4. Miedo al fracaso
Algunas personas dejan de creer en sí mismas por lo que siempre viven en su zona de confort, por miedo a fracasar. Son personas poco arriesgadas y aventureras porque casi no toman decisiones que les ayuden a mejorar su vida, incluso algunas veces ni siquiera conocen sus habilidades y su capacidad de resilencia ante los problemas.
Por lo general, son pesimistas y para todo siempre encontrarán excusas; por lógica se les dificultará tener buenas relaciones sociales.
En conclusión, podemos decir que las heridas emocionales de la infancia deben ser sanadas y tratadas con la ayuda de un especialista para poder tener una buena calidad de vida al ser adultos. Cuando sanemos por completo, podremos tener confianza, seguridad y amor propio, tomaremos mejores decisiones y solucionaremos cualquier adversidad.