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Si mañana muero: Confesiones de un fletero en Bucaramanga

Un hombre, detenido en la actualidad en una estación de Policía del área metropolitana de Bucaramanga, habló con un periodista de Q'hubo sobre el mundo del hampa local y la llegada de migrantes con intenciones de delinquir.

Por: Juan Carlos Gutiérrez

Los disparos mordieron el silencio. Desde entonces, los que no murieron ese día, viven en penumbras.

Todo ocurrió hace ya casi un año. El 28 de mayo de 2021 para ser exactos. Pasaban de las 11:00 a.m. en el barrio Ciudad Valencia de Floridablanca. Una engañosa mañana tranquila le dio paso a la zozobra en la cuadra que comprende la calle 19 con carrera 12.

El nerviosismo se esparció como los policías que llegaban de todas partes y luego de unos minutos se marchaban.

Un murmullo de conjeturas se regó hasta el cansancio de quienes vieron volar del segundo piso una mecedora de madera y mimbre. La silla quedó boca abajo, frente a la puerta desde donde dispararon. Al lado de la sangre en el piso. Retrato agrio del desastre.

Desde entonces Wilson Vargas Becerra no ha tenido paz. Sus noches de insomnio comenzaron justo en esa fecha. A sus 62 años es un hombre atormentado por el desasosiego. El paso de estos últimos 12 meses para nada trajo alivio a su vida. Su frustración es apenas comparable a las sombras que deja la palidez de un sol mortecino, sobre el lugar donde sepultó a su querido sobrino. La tumba a la que le llevan flores.

Jhon Edinson Valverde Vargas, más que sobrino era su hijo, hace un año estaba vivo. Su alegría era un cielo sin límites, especialmente con su esposa y sus dos hijos de 5 y 12 años de edad. Lo extrañan. Sus últimas palabras en su casa en Piedecuesta siguen suspendidas en el aire. Los ojos de quienes lo amaban, desde ese día, parecen cubiertos por ese velo opaco que deja perder lo que más se quiere para siempre de manera imprevista.

Dos semanas estuvo en una Unidad de Cuidados Intensivos. Su vida dependía de equipos con luces rojas y verdes que no paraban de sonar, en una insistente batalla contra la muerte a sus 34 años. Él era experto técnico en redes. Para ese entonces llevaba un tiempo desempleado, por eso, esa fatídica mañana estaba en Ciudad Valencia, cuidando una construcción. Trabajo por el que recibiría algo de dinero para llevar a su familia.

El sonido de las máquinas de soporte vital en la UCI le reafirmó a Jhon Edinson, hasta el 14 de junio de 2021, que había algo de esperanza luego de una intervención quirúrgica. Un par de días después la tregua con la muerte se rompió. Ese pito, como gotas agudas ondeando, dio, de pronto, paso a un largo sonido, que esta vez no se interrumpió. Tal alarma removió el extenuante silencio en aquella UCI. Médicos y enfermeras acudieron con prisa.

Nadie es indiferente a la muerte cuando llega para quedarse definitivamente. Hubo después un silencio. Se escribió la hora del deceso. Alguien debía notificar a la familia.

Wilson no puede quitarse la imagen de su sobrino en el féretro. Acepta con resignación que la viuda, en la actualidad, no le permita visitar a los hijos de Jhon Edinson. De alguna forma lo culpa de lo que ocurrió. Para ella todos sus sueños se desmoronan cuando le notificaron en el hospital la muerte del amor de su vida. Ya ha pasado un año del funeral y nada es igual. No lo será. El viaje al abismo de extrañar lo que más se ama, casi siempre, es una caída imparable.

  • Mi hermana está desmoralizada. Vuelta nada. La esposa de Jhon Edinson pregunta por qué ese día no entregamos el dinero. Pero es algo que se consigue con esfuerzo, honestamente, que no es justo que se lo quiten a uno…

Lo dice Wilson, quien sirvió al país como un policía. Él se siente decepcionado de la misma Policía. Repite una y otra vez que dejaron a su familia sola. Que no hay justicia en este caso. Que los asesinos, justo ahora que usted lee esto, siguen libres o quién sabe con cuántos muertos más.

Apenas tiene noticias de la investigación penal. Cuando pregunta, solo le repiten que el proceso permanece abierto. Nada más. Es como si los fleteros, que al disparar se convirtieron en homicidas, se los hubiera tragado la tierra. Así no más. Solo porque sí.

Lo afirma Wilson mientras la sombra de la muerte sigue invadiendo despacio, muy despacio, esa parte de su vida, iluminada por una rabia intensa. Son tiempos de odio.

  • Esta es la hora, que ni la Policía o la Fiscalía no han hecho nada. No han capturado a los asesinos. Tiene los videos de cuando llegan. Cuando nos encañonan y disparan para llevarse la plata. Ellos dejaron una moto acá y no ha pasado nada. Dicen hasta que la moto que abandonaron los fleteros ya la vendieron. Si fuéramos una familia con dinero. Si mi sobrino hubiera sido el hijo de un ministro o un político, ya los hubieran atrapado. Pero no. Como somos gente común y corriente, sin privilegios, sin influencias, no pasa nada. No hay justicia en este país y la muerte de mi sobrino sigue en la impunidad…

Wilson pronuncia estas palabras como un juez que dicta un fatal veredicto sobre un destino cada vez más incierto.

  • Nos destrozaron la vida…

Ese 28 de mayo de 2021, Wilson y su hermana llegaron a la calle 19 con carrera 12 de Ciudad Valencia. Tan pronto descendieron del vehículo que los trajo desde una entidad bancaria de Cañaveral un sujeto les apuntó con un revólver.

  • ¡Entregue la plata!

Hubo un forcejeo por los 27 millones de pesos retirados del banco. Primero un disparo contra Wilson, quien cayó sangrando. Alguien gritó que lo mataron, pero la herida en su pierna no sería tan grave como aparentaba en ese momento. Justo en ese instante salió del fondo de la casa Jhon Edinson, quien recibió un impacto de bala en el abdomen. Una mujer desesperada le lanzó al delincuente, desde un segundo piso, una mecedora de madera y mimbre.

El fletero huyó del lugar. Abandonó su moto. Dejó en la escena el dinero. Su cómplice lo esperó en la boca de la cuadra. Se afirma que dos mujeres, quienes minutos antes les entregaron las armas, también participaron del intento de hurto y escaparon.

Wilson y Jhon Edinson son llevados de urgencia a un hospital. Un latigazo de dolor le cruza por las vidas a esta familia cuando recuerdan ese momento.

  • Los asesinos siguen libres…

Nada es igual para ellos ahora, excepto una sola cosa: Su dolor.

Desde el encierro

La celda, apretada entre varias decenas de delincuentes, es el envoltorio para él. El sujeto sale con las manos esposadas. Aparece de pronto de esa cáscara de hierros oscuros, donde lo guardaron hace más de 17 meses. Lo sacaron de su hacinamiento por unos minutos. El solo hecho de caminar más que unos cuantos pasos es algo que se agradece al periodista extraño.

  • Gracias, porque salí a darme solecito y relajarme un poquito…

Lo dice un hombre de 23 años, de contextura gruesa, con una condena por hurto, en la modalidad conocida como fleteo. Tiene más procesos penales. A pesar de estar condenado, permanece aquí, en una estación de Policía.

Al 30 de marzo de 2022, las personas privadas de la libertad que se encuentran en estas estaciones de policía del área metropolitana de Bucaramanga llegan a un 913% de la capacidad acogida con la que cuentan estas pocas celdas.

Afuera, en el patio, hay más detenidos. Por alguna razón, aún no los llevan al mar de cuerpos encerrados, donde parecen habitar mil ojos, donde no se distinguen los buenos de los malos. ‘Cana’ peligrosa, especialmente cuando el guardia se distrae, porque aquí siempre se está dispuesto a la oportunidad. “No dar ‘papaya’ y aprovecharla, es ley”.

  • Quiero hacerle unas preguntas…

El hombre acepta, con la condición de no publicar su nombre. A continuación, la memoria de una conversación corta sobre el hampa:

  • ¿Qué se le pasa por la cabeza antes cometer un fleteo?

Se sienten nervios. Uno piensa en la familia, piensa en todo, pero gana más ‘la vuelta’. Gana más buscar la comodidad, la estabilidad de querer un buen vivir. Uno no está conforme con un mínimo de 800 mil pesos. Nadie vive con un mínimo en este momento. Usted sabe que las personas de barrios bajos tenemos más de tres o cuatro hijos. Para nosotros la dificultad lo es todo. Tenemos familias pobres. Entonces uno se inclina por la maldad. Las oportunidades del barrio son esas.

  • ¿Cuántas investigaciones tiene?

Tengo 10 investigaciones por fleteo y hurto. Tengo una condena a 17 años por los mismos delitos. Por jugar con la vida y con la muerte, (risas). Llevo dos años en esta estación (de Policía) y en el fondo soy una buena persona.

  • ¿Sueña con algo cuando salga de acá?

Claro. Los sueños. Eso es lo que me tiene vivo…

  • ¿Qué quiere hacer cuando salga?

Ahora uno dice muchas cosas porque está acá (cárcel), incluso hasta hace promesas, pero luego va a la calle y vuelve a lo mismo. Llega el momento, la oportunidad, la necesidad. Uno quiere vivir bien. ¿Quién no le quiere dar lo mejor a sus hijos? ¿Quién? Todos. Eso es lo que pasa. Eso es lo que pienso.

  • ¿Cuántos hijos tiene?

Dos, de 3 y 4 años.

  • ¿Las personas si se arrepienten estando encerradas?

Sí, claro, todos se arrepienten. Pero salen y es otra cosa. La delincuencia cada vez crece en Bucaramanga por falta de oportunidades. Si uno tuviera un sueldo para vivir bien, uno trabajaría. Yo soy carpintero. Yo hago cocinas integrales. Armarios y centros de entrenamientos. Tenía mi propia empresa. Tenía hasta Cámara de Comercio.

  • Entonces, ¿qué pasó?

Me ganó la avaricia.

  • ¿Cuánto ganaba como carpintero?

Me hacía un mueble y me ganaba $600 mil u $800 mil. Trabajando cuatro o cinco días. Alcanzaba, sí, pero me ganó la avaricia.

  • ¿Y ‘coronó’ fleteos?

Claro. Muchas veces.

  • ¿Y le daba para vivir con los lujos que usted quería?

Depende del dinero a uno le alcanzaba. Por ejemplo, una vuelta de $20 millones, para cinco personas. Nos tocaba de cuatro millones para cada uno. Por esos cuatro millones uno arriesga la vida. Arriesga todo. ¿Usted qué hace con esos cuatro millones? Paga el arriendo de la casa. Hace un mercado de ‘kilo’ (grande) para su casa. Al chinito hay que pagarle el colegio. Se necesitan pañales y la leche. ¿Cómo va a decir uno que no? En eso ya se gastó otro millón. La moto suya le faltan los espejos. O de pronto la moto ‘está caliente’ y es necesario cambiarla. Invirtió en otra moto, millón 500 mil pesos más. Se quedó usted al final con unas 400 mil ‘lucas’ en el bolsillo. Es la realidad, es un diario vivir. Ningún delincuente en este momento se enriquece. Ninguno.

  • ¿El hampa cambió?, lo digo porque ahora asesinan por un celular.

La sociedad está cansada de la delincuencia. Anteriormente usted hurtaba, pero no hacía daño. La gente venezolana sí. El búcaro no hace eso, viejo. ¿Cuándo se veía que le daban cuchillo a la gente por robarla?

  • Así fue el asesinato de la estudiante de 15 años de la Escuela Normal Superior.

Ese fue un caso duro. Silencio total. Un familiar de ella asiste a la barra del Atlético Bucaramanga, luto para siempre. Era una niña indefensa. Todo por quitarle un celular de $200 mil, que el tipo vende en $150 mil. El ladrón tenía que ir con otro, que lo estaba esperando más adelante. Esos son $150 para los dos, quedan $70 mil de ganancia. Pagan $10 mil en transportes. Quedan con $60 mil. Pagan $20 mil de una pieza, les quedan $40 mil. Se comen algo, un caldo, les quedan $30 mil. Un bareto de $5 mil, le quedan $25 mil. Y al otro día los sacan a las 7:00 de la mañana de la pensión. De esa vuelta ¿ahorró algo?, ¿se compró algo? No. Se compró una camisa, ropa o algo importante No. No alcanza. Esa es la realidad. Quien hace eso es un ladroncillo que está en una situación peor que la de otro delincuente. Yo nunca me vi en una situación de esas. Tener que robarle un celular. Eso no alcanza para mantener un hogar.

  • ¿Cómo se vive el encierro?

Esto se vuelve un sistema muy chiquito. Parqués. Cartas. Apuestas. Meter aquí, sacar acá. Esconderme. Joder. Trampas. Trampas. Le hago una trampa a este. Este me la va a buscar. Se pasa el tiempo demasiado rápido. Escúcheme. Usted salió porque en su casa no había nada. Ahora, llaman a su casa para decir que lo cogieron. Que su mamá, sin tener nada, tener que venir hasta la estación a traerle algo de comer y una cobija. Si no había nada en la casa. Duro…

Es hora de regresar a la celda. Un policía se acerca. Abren la reja, el hombre se pierde entre una maraña de otros hombres sin camisa, que como leones enjaulados, deambulan por todos lados, escuchando y oliéndolo todo. Solo así se sobrevive a los días.

Una vez adentro, un tipo le pregunta para qué lo buscaban. Hace una mueca. Se escucha como cierran la reja. El sonido metálico inconfundible del candado que refuerza el encierro. Un murmullo surge del fondo. Los hombres desaparecieron entre las sombras.

Hay que ocuparse de algo para arrastrar las horas que le quedan a este día. El encierro vuelve a la normalidad.

¿Qué opina usted?

El periodista le escribe a Juan José Cañas Serrano. Se trata de un psicólogo egresado de la Universidad Nacional, miembro del Consejo Directivo Nacional del Colegio Colombiano de Psicólogos. Se lo recomendaron por su especialidad en sicología forense. Le explica con quién sostuvo una charla.

  • ¿Le puedo enviar la entrevista? Quiero que en la medida de las posibilidades analice las respuestas de esta persona.
  • Envíela…- Responde Juan José.

Un día después escribe que leyó con detenimiento las respuestas del fletero. Que tiene algunas observaciones de tipo sicológico.

  • Este sujeto asume el rol de víctima del sistema, con ello justifica el daño que hace. Él aplica la filosofía mafiosa: el fin justifica los medios. Es un tipo cómodo que no quiere esforzarse y le resulta más fácil delinquir. Además, el riesgo que corre como fletero es mínimo, son tres o cuatro delincuentes armados contra un ciudadano indefenso, es decir, es una pelea de burro amarrado contra un tigre en plenitud de condiciones. Este sujeto es un cobarde que aprovecha las ventajas con que cuenta.

Juan José Cañas Serrano hace hincapié en que esta persona cree que el problema del fleteo es propiciado por el propio sistema.

  • Esta persona registra 10 investigaciones por fleteo y hurto, para reírse. A los delincuentes las cárceles no les duelen. Allí están muy cómodos. Parqués, cartas, apuestas, juegos de poder, la pasan tan bien que el tiempo transcurre muy rápido. Se requeriría una mayor plasticidad por parte del Estado. Leyendo a esta persona, este señor no tiene conciencia del daño que hace, tanto que llega a decir que en el fondo es buena persona, siente que es su derecho arrebatarles a otros lo que tienen y consiguieron con base del esfuerzo. No demuestra arrepentimiento. No hay culpa. No hay compasión. No hay empatía. Él simplemente tiene que sostener a su familia, y lo hace, lo demás no cuenta.

El experto coincide con esta persona en el sentido que los hechos de violencia provenientes de migrantes difieren del típico ladrón oriundo de Bucaramanga.

  • Ciertamente el hampa se ha lumpenizado, coincido con él en que con la llegada de los venezolanos la situación de las víctimas se ha agravado. El delincuente venezolano tiene otro perfil, es más frío, menos emocional, menos dispuesto a negociar, no deja testigos, lección que será aprendida por el hampa criolla.

Los mismos mensajes los intercambia el periodista con la doctora en sicología social Sandra Serrano Mora, quien afirma que detrás de estas personas privadas de la libertad, en la mayoría de los casos, se encuentran unos contextos de familias que sobreviven en la precariedad y la pobreza.

  • En estos escenarios, principalmente, los niños crecen entendiendo que la delincuencia es un camino para subsistir. Los delincuentes son los referentes de la familia, los vecinos y el barrio. Esta situación hace que fácilmente se internalice en los niños la delincuencia como una opción de vida. Además, en los jóvenes se instala la idea del facilismo. Es decir, cómo lograr en un tiempo menor, con el menor esfuerzo posible, tener condiciones económicas que les permitan acceder a condiciones de vida favorable y lujos.

La experta advierte que los retos como sociedad son muy grandes, en el sentido que se deben transformar estas ideas para eliminar que el único camino para progresar es el que se obtiene del dinero fácil, así sea violando la ley en un robo, hiriendo a alguien o asesinándolo. Añade que como sociedad se tiene instalada una lógica de lo fácil. Tal escenario se convierte entonces en un caldo de cultivo que promueve las acciones delictivas. Antanas Mockus denominó a esta lógica de lo fácil la ‘cultura del atajo’.

  • Además, el sistema penitenciario tiene unos retos para lograr que las personas logren un análisis personal que les permitan, una vez cumplan sus condenas, diseñar proyectos de vida, acciones educativas y ocupacionales, que les permitan un escenario distinto a ganarse la vida en la ilegalidad. Aquí tenemos unos retos importantes. Finalmente, nosotros como sociedad tenemos responsabilidad en cómo asumimos la integración de las personas que han cumplido una condena. En este aspecto nos falta mucho trabajo como sociedad. Nos cuesta mucho y tenemos, por supuesto, muchas prevenciones.

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